domingo, 18 de noviembre de 2007

DOMINGO

La cara mas amable de Heliópolis se expresa en este domingo luminoso de noviembre y miles de personas, ajenas a preocupaciones y obligaciones cotidianas, abarrotan el centro histórico, con su presencia vitalista que habita el ocio de la mañana, mientras el sol mediterráneo aclara los viejos muros catedralicios, que devuelven su luz con una intensidad de espejos.

En el antiguo edificio de El Siglo, Eliseu Climent presta su sótano para exponer las cosas de Renau. El expresionismo combativo de sus creaciones te apunta directamente a los ojos como si fuera un proyectil y nada de lo allí expuesto te deja indiferente, tal es el dramatismo de las imágenes, sean pinturas, fotografías, murales o colages, donde la belleza de la figura femenina se mezcla con los horrores del siglo XX.

Vuelves a las calles y, después de someterte a los gritos de denuncia de las imágenes de Renau, aprecias todavía mas el espectáculo de placidez urbana que te ofrecen, esa instantánea de holganza dominical poblada de sonrisas, saludos y encuentros amigables con personas que habías olvidado.

--Mira. Es Sabater. Angel. Y aquel, no es Muedra?

--Si. Es Muedra. Pero, no murió hace veinte años?

--Si, pero, al parecer, ha decidido salir a pasear hoy.

En la calle del Micalet, en los locales de la Junta Municipal, expone la Asociación de Acuarelistas de aquí. Unas cuantas docenas de acuarelas, algunas, verdaderamente notables. Me llama la atención especialmente una. Un paisaje urbano, la calle de la Purísima. Una composición perfecta, unas pinceladas limpias y rápidas que consiguen una imagen creíble, verdadera, de lo representado, un tratamiento de la luz sabio, con una sutil solución al problema del encuentro entre la luz y la sombra y una resolución de las figuras con ese difícil toque apenas esbozado que consigue proporciones y volúmenes exactos, y todo ello con una paleta de colores suaves que confiere un efecto de unidad a todo el conjunto, y da un tratamiento diferenciado al mismo tiempo a cada uno de sus elementos. Siento no recordar el nombre del autor.

En la plaza de la Reina, la sensación de placidez urbana se ve turbada por la presencia de demasiados vehículos que limitan el tránsito peatonal. No hay modo de que la alcaldesa casi perpetua que tenemos saque los coches del centro histórico. Es el único obstáculo que todavía impide elevar el grado de habitabilidad de esta ciudad, hoy amable, que, con otra dirección política municipal, mas humanizada, ofrecería la máxima sensación de bienestar a sus residentes habituales, a sus visitantes, y a sus críticos, entre los que me cuento, aunque hoy me voy a limitar a lo ya dicho.

En el Almudín, una exposición sobre la Riada, como llamamos aquí a las inundaciones que periódicamente asolan la ciudad y los pueblos de Heliópolis, insiste en el carácter cíclico de esa fatalidad que nos visita, aproximadamente, cada cincuenta años. La última no se centró aquí, sino en la comarca de la marina y en otros lugares rurales. Está por ver si esa regularidad cíclica se va a ver alterada por los desordenes del clima, pero, en cualquier caso, lo que mas huella me ha dejado de la exposición, es el óleo de Muñóz Degrain que muestra con un dramatismo atroz a un niño sostenido fuera del agua por una madre a la que arrastra la corriente.

Al salir del Almudín, sobre la plaza que cubre los restos arqueológicos allí encontrados, un grupo de jóvenes actores interpreta una pieza contemporánea, sin hacer uso de la voz. Vestidos de oscuro, adoptan una actitud mendicante, con las palmas extendidas. Uno de ellos, con gafas de sol, fija su mirada oculta, alternativamente, sobre las personas que le observan. Tiene una especial habilidad para que sientas que te mira a ti. Cuando cambia su posición y queda colgado sobre una baranda de la plaza, con el cuerpo contra el muro, la palidez de sus nudillos por el esfuerzo para sujetarse y no caer, casi consigue que interrumpas el espectáculo y le des la mano con un gesto solidario, tal es la calidad comunicativa de su silencio.

Al dejar el centro histórico, después de visitar la exposición de Renau, la de los acuarelistas, la muestra del Almudín, y observar a los actores en esa plaza, te sumerges en el agradable tráfico peatonal de la calle de Serranos, y vuelves a percibir el rostro amable de la ciudad, liberado de las tensiones y molestias cotidianas, en este cálido domingo de otoño, con sus muros milenarios aclarados por el sol mediterráneo y te sientes afortunado al vivir aquí, a pesar de los políticos que la gobiernan.

Lohengrin. 18-11-07.

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