miércoles, 28 de noviembre de 2007

EL RÍO

Todo fluye, nada permanece. Lo sabemos desde que Heráclito formuló la primera teoría dinámica de la antigüedad clásica, al observar que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río porque, al intentarlo, el río ya es otro.

A muchos les aterra esa realidad y optan por la codicia y el logro, casi siempre a costa de la desgracia de otros, en un intento vano de alcanzar una imposible permanencia, que alivie su ansiedad ante la incertidumbre.

Otros, aceptamos esa realidad y nos integramos en el curso fluvial cambiante de la vida y solo aspiramos a que la corriente no nos haga perecer por ahogamiento. A veces, para evitarlo, nos vemos en la tesitura de escoger entre dos orillas para ponernos a salvo, pero esa elección azarosa nos sitúa en la indefensión que caracteriza nuestra condición humana porque, al igual que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río, cuando elegimos una orilla, ignoramos fatalmente como sería nuestra vida de haber escogido otra.

Ningún grupo humano lucha con tanto ardor por su permanencia como los políticos. La pulsión del poder es tan irresistible que la conservación de sus privilegios --casi siempre con el argumento de que para que la política alcance sus nobles objetivos, la primera condición es tener poder para realizarlos-- se suele convertir, demasiadas veces, en un fin en si mismo, que oscurece su finalidad proclamada, poner en marcha proyectos que favorecen a la sociedad que legitima ese poder.

Lo estamos viendo en Pakistán, en algunos países de América latina, también en Madrid, en Rusia. En todos esos lugares, con distintos contextos y personalidades políticas que proclaman diferentes objetivos, es visible una tendencia a forzar a magistrados, tribunales y pactos jurídicos constituyentes, para perpetuarse en el poder, o para socavar el poder del adversario.

En todos esos lugares y seguramente en algunos mas, las garantías constitucionales están en crisis y el elemento común que prevalece en esos conflictos de poder es la pulsión de la permanencia, la incapacidad de algunos para adaptarse al flujo cambiante de la vida, para aceptar la temporalidad de su usufructo del poder político representativo.

La globalización económica es un fenómeno que tiene rasgos semejantes a los intentos de perpetuación en el poder político. La expansión de los mercados a nivel mundial y el intento de apropiación de una cuota cada vez mayor de esos mercados, ha exigido un cambio en las reglas de juego, procedimientos para eliminar regulaciones, barreras y trabas jurídicas y garantistas que actuaban como contrapeso del poder de la oferta, y cuya eliminación ha permitido un aumento sin precedentes del poder económico de los actores de ese proceso globalizador, asegurando su permanencia en los mercados.

Ese proceso ha precedido la acción de quienes, desde los ámbitos de poder político, armados con la piqueta de su supuesta legitimidad, golpean con energía sobre las defensas cívicas representadas por tribunales, magistrados, pactos y constituciones que se oponen a su permanencia, o les impiden su acceso al poder.

Al parecer, el nuevo funcionamiento de la economía, libre de regulaciones, se intenta trasladar al ámbito político, por medio de leyes a la medida de quienes aspiran a su permanencia, a su perpetuación, en el mercado electoral.

Mientras eso sucede en el ámbito de la política, quienes observamos desde un punto de vista alejado de la brega cotidiana por el poder, sonreímos con un cierto escepticismo, convencidos de que todo fluye, nada permanece --tampoco el poder político, a su pesar- y nos dejamos llevar por el curso fluvial cambiante de la vida. A cambio del sosiego de esa actitud contemplativa, nos quedamos con la incertidumbre de ignorar que habría sido de nuestra vida si, en lugar de elegir estar en una orilla, hubiéramos escogido otra.

Lohengrin. 28-11-07.

1 comentario:

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