lunes, 15 de septiembre de 2008

EL HOMBRE Y EL MEDIO

En la vieja casa donde nací había un cuarto oscuro donde mis tíos de América dejaron abandonada una colección de divulgación científica, antes de embarcar precipitadamente hacia el exilio desde un puerto francés, en el último barco, con la urgencia característica de la época.

De niño, miraba fascinado las fotografías de esos volúmenes, firmados por famosos antropólogos, como Margaret Mead. Secuoyas gigantescas, cuyos troncos habían sido parcialmente vaciados, para ceder el paso a una carretera, niños sentados sobre nenúfares enormes que flotaban sobre el agua, fauna oceánica, cachalotes y orcas, animales árticos, todo un mundo de imágenes exóticas que, de no haber sido yo un niño tranquilo y apocado, debieran haberme conducido a la afición por la aventura.

La colección, si no recuerdo mal, se titulaba así, “El hombre y el medio” y constituía, ahora lo percibo así, una obra muy avanzada para la época, precursora del interés que vino después, con el desarrollo de los medios de comunicación, por el conocimiento de la naturaleza y por la Ecología, que no es otra cosa, precisamente, que el estudio de las interrelaciones entre el hombre, el medio en que vive, y los efectos de esa, en ocasiones, contradictoria y dramática relación.

Hace una semana que el medio en el que vivimos en Heliópolis se muestra generoso con nosotros, los calores de bochorno que atormentaban nuestra nocturnidad han remitido, los vientos cálidos y húmedos con los que Africa materializaba su venganza por el trato recibido, ya no soplan hacia la península, y en los últimos días, la atmósfera se muestra limpia, casi traslúcida
y las temperaturas --el medio climático-- nos ofrecen un bienestar ambiental propicio para la vida amable y distendida.

En una de estas noches apacibles, exentas de ese calor excesivo al que atribuimos a veces comportamientos exaltados que concluyen en reyerta, alguien apuñaló mortalmente, aquí en el barrio, a un colega suyo, en una discusión por un móvil. Me lo contaron el viernes, mientras tomaba café en el Maravillas, y luego he visto los titulares en los periódicos de los días siguientes.

Es muy posible que el consumo excesivo de alcohol haya tenido que ver en ese trágico desenlace, pues sucedió en el contexto de una concurrida reunión de fin de semana, en un espacio público frecuentemente utilizado con esa finalidad. Queda por saber porqué el consumo excesivo de alcohol está tan presente entre personas que viven en una situación de precariedad y pocos recursos económicos, como al parecer son las personas que frecuentan ese lugar, que seguramente constituye una de sus escasas oportunidades de diversión. En todo caso, aún no hay suficiente información para conocer con detalle lo sucedido.

Es trágico que, cuando el medio en el que vivimos nos ofrece una tregua temporal, tan propicia para la vida, como es la ausencia de temperaturas extremas, de meteoros amenazantes que en otros lugares causan desolación y ruina, no acomodemos nuestro ánimo a la bonanza del clima, no sepamos integrar en nuestra conducta la transparencia del entorno, la suavidad nocturna de las noches calmas y nos matemos unos a otros, por un móvil.

Aquella colección de mi infancia, El hombre y el medio, tenía mucha información sobre las maravillas de la naturaleza, incorporaba el estudio de la vida y costumbres de algunas etnias aborígenes, que vivían en lugares apartados de la civilización, pero apenas aportaba información sobre la naturaleza y las costumbres del hombre moderno.

Es posible que esa ausencia haya determinado mi incomprensión de la condición del hombre moderno, urbano. Por mas que le doy vueltas a ese suceso ocurrido en el barrio, no consigo entenderlo.

Lohengrin. 15-09-08.

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