Me gustan las medinas árabes, las plazas de los mercados, árabes o no, todos esos lugares donde la vida se manifiesta a voz en grito, cada vendedor ofreciendo sus productos, clientes y vendedores regateando como si fueran actores, cada uno representando su papel, mientras los mas ancianos, recogidos en el patio interior donde se negocian las especias, comercian con una sabia discreción que contrasta con la algarabía del zoco.
Los políticos modernos, en su afán de acercarse a los ciudadanos, de los que viven bastante alejados, se asoman en ocasiones al zoco de los medios de comunicación y vocean su mercancía, como si estuvieran en un puesto de pescado, para que todos se enteren. Cuando lo que dicen responde a alguna toma de decisiones meditada, tratada en los foros que les son propios, esa información alcanza la condición de noticia y a veces interesa a los destinatarios.
Cuando se trata de un voceo improvisado, resultado de una ocurrencia de vendedor que desea, solo, llamar la atención del público, sin preocuparse del rigor de lo que dice, algo así: -Sardinas, tengo sardinas de Alaska, son las mas frescas..., sucede lo que le ha sucedido al ministro de trabajo que, no habiendo sido objeto de consenso previo su discurso sobre la inmigración laboral, su jefa de filas se ve obligada a desmentirle con rotundidad.
Aún resuena el eco de esa sonora metida de pata, y el presidente del gobierno se pone a hablar de pensiones. ¿Pensiones?. Faltan cinco meses, creo, para que se materialice el cobro de las pensiones que, como es lógico, deberán ser revisadas de acuerdo con las reiteradas promesas del gobierno socialista, y mientras el público de la representación teatral que es, en alguna medida, la política española, espera que le hablen de cosas mas acuciantes, el gobierno, por boca de su presidente, le habla de cosas tan obvias, además de demoradas en el tiempo, que algunos tenemos la sensación de que la política española se manifiesta, efectivamente, en un zoco, ese lugar donde la vida se expresa a voz en grito, sin que importe el rigor de lo que se dice, ni su oportunidad, sino solo conseguir atraer el mayor número de compradores al puesto desde el que cada uno ofrece a voces su mercancía.
Es posible que, como en la medina de Fez, todo ese batiburrillo de mensajes contradictorios, declaraciones extemporáneas, improvisaciones de pescadero, sean el telón de fondo de la actividad de otros actores mas sensatos quienes, discretamente apartados en un patio interior, lejos del bullicio de la medina, hagan sus cuentas sosegadas, preparen sus transacciones y doten al mercado político de la sensatez que uno percibe que falta en quienes están a la vista, en los puestos de la plaza, expuestos a la curiosidad pública.
Mejor que sea así, porque, en caso contrario, si el bienestar de los ciudadanos solo estuviera en manos de quienes vocean en la plaza del mercado, pendientes de atraer a los compradores, sin tener un conocimiento claro de la mercancía que demandan en cada momento, de cuales son sus necesidades, y que medidas deben poner en marcha para atenderlas, quienes hemos contribuido con nuestro voto a reclutarlos, deberíamos ir pensando en una solución alternativa.
Desde mi punto de vista, esa alternativa no puede ser otra que profundizar en un sistema democrático mas participativo. En la era de Internet, de la comunicación cibernauta, es fácil recabar de los votantes la opinión que les merece la gestión de un ministro, o de un departamento determinado, o de una política específica. Si esa gestión es rechazada por la mayoría de los consultados, los mismos que han votado la opción política que gobierna, pues se le cesa y ya está, no sin antes proponer una terna para su sustitución, si es el caso, por el mismo procedimiento de mayorías populares.
Es obvio que ese procedimiento es técnicamente posible y económicamente viable. Porque no se lleva a cabo?. ¿Será porque la política española es, en buena medida, una representación teatral?
Pueden dejar aquí su opinión, en forma de comentario.
Lohengrin. 8-09-08.
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