lunes, 1 de septiembre de 2008

EL SÍNDROME

He bajado al Maravillas, porque hoy se escenificaba su solemne apertura, después del cierre vacacional, y la gente no hablaba de otra cosa. El síndrome por aquí, el síndrome por allá. No creo en la existencia de esa chorrada tan repetida, el síndrome postvacacional, pero haré como si me lo creyera, porque hoy no se me ocurre escribir de otra cosa.


Al parecer, esa cosa son las manifestaciones visibles de una conducta adaptativa que se suele producir, dicen, cuando la gente toma vacaciones y se ve obligada a regresar a la rutina habitual, o sea, que yo, que ni me he ido ni he vuelto, estoy a salvo de sus consecuencias, que quienes distraen al personal desde los medios de comunicación afirman que afectan a dos de de cada tres personas.


Al ser cosa de psicólogos, que es una profesión algo dudosa, constituída en su mayoría por individuos con notas académicas tan bajas que no han podido acceder a otros estudios mas serios, ese componente de aluvión, con independencia de los brillantes profesionales que hay en todos los campos, les obliga a hacer mucho ruido con los conceptos que dan al conocimiento público, de ahí mi escepticismo.


Suponiendo que tal síndrome exista, uno puede imaginar que no afecta a todos los regresados por igual, sino que toma diversas formas, según el caracter, la predisposición y las circunstancias de cada uno. Los tipos con nervios de acero, que no se conmueven por nada, seguro que están exentos de esas tonterías.


El resto, si han seguido las recomendaciones de entretenerse unos días en la cámara de descompresión, es decir, adelantar su regreso, para reducir la brusquedad del cambio, están jodidos, se han dejado robar unos días de vacaciones, por nada, aunque, a juzgar por la escasa densidad de tráfico el último día de agosto, al menos habrán contribuído al menor número de siniestros y eso, en si mismo, ya es algo positivo.


Pero, vamos a ver, en un mundo tan rotundamente cambiante como el nuestro, donde de un día para otro te quedas sin trabajo, cambias de residencia, o te deja tu chica, ¿alguien puede creerse esa auténtica chorrada que ahora está de moda teorizar alrededor de la vuelta de las vacaciones? En una sociedad en la que la gente cambia de escenarios contínuamente, viaja con regularidad y los ciclos semanales están partidos drásticamente en trozos tan opuestos de trabajo y ocio,¿ Es creíble que la mayoría de sus individuos no hayan desarrollado unas pautas de conducta adaptativa al cambio resistentes a la prueba del regreso vacacional? Bueno, pues si hacemos caso a los comentarios tópicos –no he visto nunca las estadísticas que tanto se invocan-- parece ser que si.


He mirado en el Maravillas y en la conducta de los parroquianos, los mismos de siempre, con sus mismas actitudes y los mismos chistes malos, no he encontrado ni rastro del síndrome, aunque debo reconocer en mi actitud, al salir del bar, un fenómeno cíclico que se repite todos los veranos.


Al cruzar la calle, cuando regresaba de tomar café, he visto a la misma mujer, con un vestido Amarillo pálido --ver página del mismo título-- que mi imaginación vislumbra todos los veranos, aunque no siempre en la misma fecha. La luz solar producía un efecto de transparencia en la ligera textura de su vestido, pegado a sus pechos y a su pubis por una fresca brisa de levante, y dejaba entrever la rotunda anatomía de sus muslos entre el ligero vuelo de la ropa, que parecía la vela de una vieja embarcación latina empujada por el viento.


Vale. Si ustedes dicen que el síndrome postvacacional existe, yo me lo creo, tanto si es cierto como si no lo es. En todo caso, me ha servido como pretexto para la entrada de hoy y, para mi, es suficiente.


Lohengrin. 1-09-08.

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