domingo, 10 de mayo de 2009

EL VIENTO

“Io sono il vento...” (Modugno)

“Soplo sobre los montes que cobijan a quien por mi escribe. Llevo y traigo las nubes a mi antojo. Cuando me place estar solo, arrecio con mi fuerza la ráfaga implacable hasta expulsar a otros. Son momentos de mal humor que a veces me dominan. Cuando me aburre soplar siempre en la misma dirección, desde la misma latitud, desaparezco, dejando a los demás en una tregua calma.

Ningún humano, por mucho que lo intente, puede alcanzar, ni de lejos, mi fuerza, mi poder. Contribuí a destruir Nueva Orleans. Cada nueva temporada de huracanes, los hombres de ciencia me ponen distintos nombres, antes solo de mujer, ahora también varoniles, porque se quejaron las feministas, pero soy siempre el mismo, uno, omnipotente.

(El viento se cree poderoso, su exagerada autoestima tiene su origen en la creencia de los antiguos de que tenía una condición divina, pero, en realidad, es un pobre analfabeto, incapaz de expresar por si mismo sus sensaciones, una fuerza ciega de la naturaleza, dependiente de factores ajenos, como temperatura, humedad, corrientes oceánicas, pero no conviene decírselo, podría caer en una crisis de llanto y sería peor)

A despecho de los centenares de palabras con las que me nombran los hombres del mar, Llevant, Ponent, Xaloc, Gregal, Garbí, como dicen los pescadores de Heliópolis, Tramontana, los navegantes catalanes, Siroco, los enigmáticos sicilianos que asoman su perfil, de una inmovilidad pétrea, en los acantilados de su isla, o los hombres azules que viajan en caravana por el desierto desde tiempos remotos, soy solo uno. Omnipotente. Ünico.

Los humanos han inventado una escala para medir mi fuerza ciclópea y advertir de mi paso, que produce efectos catastróficos en las frágiles construcciones ingeniadas por las gentes para guarecerse de mi poderoso soplo.

Los griegos, ¿o fueron los romanos?, me llamaron Eolo, pero a mi poco me importa, porque no tengo nombre, ni necesito nombrarme. Esa es una necesidad de los otros, porque me temen y han de dar nombre a su propio miedo.

En esta tarde de mayo, en la que tanta materia vegetal transporto para asegurar la renovación de la vida, he decidido dar un respiro a mi torpe escribiente, a quien habla por mi en primera persona.

(Es verdad, el viento se ha portado, sobre todo de día. En los dos días de mi permanencia en la sierra ha prevalecido una dulce calma, incluso un ligero efecto de poniente, apenas perceptible, ha elevado algo la temperatura, pero de noche, fiel a su naturaleza, el viento ha traído y llevado las nubes a su antojo, hasta depositar una, bien chiquita, justo encima de mi coche, recién pasado por el túnel de lavado. Hay que joderse.)

Después de acomodar un sutil tejado de nubes para suavizar los efectos del sol inclemente, me retiro a otras latitudes, para no molestar, dejo disfrutar el placer de la dulce calma, de mi deliberada ausencia, a quien me ha servido bien al contar por mi mis sensaciones.

Yo no puedo escribir, por la ausencia de mi forma corpórea, pero mi soplo inspira a otros para que describan mis experiencias.”

En fin. El Viento.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 10-05-09.

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