domingo, 31 de mayo de 2009

VINO Y MIEL

La chamán me aconsejó pensar en algo bello para defenderme de los síntomas fisiológicos propios de la cuarta semana de deshabituación gradual en el uso del tabaco. Tiendo a la desobediencia de cualquier dogma, pauta o sugerencia, por mi tirón a la indisciplina. En lugar de hacer caso a la chamán y pensar en algo bello, me he instalado en la belleza efímera de mayo.

Desde el viernes, paso el finde en la casa de la sierra. Mientras paseo por la vereda abandonada por las ovejas, entre los pinos, noto una incipiente recuperación de mi sentido del olfato, y el brote de romero tierno que mordisqueo mientras ando por la trocha, deja un regusto intenso en mi paladar que casi había olvidado.

Escribo estas líneas después del paseo, para distraer la necesidad de fumar. Tras la puerta ventana de la casa, la armonía sucesiva de colinas, una línea tras otra, da profundidad al paisaje de la tarde calma. Me libero de imaginarme la belleza, porque la suavidad de los tonos ocre habitados por la geometría puntillista de las viñas y la variedad de verdes de la vida vegetal que se acomoda en el paisaje, es belleza en estado natural, no imaginada.

Los retoños de las viñas crecen a una velocidad inusual, impulsados por las reservas de agua que guarda la tierra quemada por el sol del falso verano. La variedad de las flores que crecen en cualquier parte de este rincón de media montaña, puebla la sierra con una paleta de colores que va desde el amarillo pálido al lila, pasando por diversos tonos de rojo, desde el rosa subido al escarlata, anaranjados, amarillos brillantes, y morados de toda la escala jerárquica eclesial. Los enjambres de abejas que manifiestan su presencia con un zumbido insistente, comen de aquí y de allá un cóctel suntuoso que los apicultores llaman miel de mil flores.

Vino y miel. La síntesis de una cultura muy antigua cuyos restos todavía permanecen en este entorno algo aislado de la civilización moderna, del Red Bull, de las mezquinas reyertas electorales entre unos y otros políticos que se oyen por la radio, del estrépito urbano y de los vapores que surgen del asfalto caliente.

La decena de miles de metros de profundidad del paisaje serrano deshabitado que se extiende entre el porche de la casa y la autovía mas próxima, distancia solo practicable por una sinuosa carretera vecinal que serpentea entre los montes, oculta rincones de una notable belleza visual. El grupo de árboles que encuentras en mitad de esa ruta, es como un hito de paisaje oriental en medio de la nada. Sus ramas floridas ofrecen un color tan peculiar que no sabes nombrarlo y se extienden en una sutil horizontalidad que recuerda los cerezos en flor de las pinturas japonesas. Pero no son cerezos.
Aquí, nada es lo que parece.

Te internas por un camino de cabras en la vertiente de los montes que antaño alimentó el caudal de una rambla que hoy aún lleva restos de las últimas lluvias, y una explosión de color nunca antes vista coloniza la zona, con la rara geometría de la flora arbustiva que solo se hace visible quince días al año. Mira por donde, hoy nos ha tocado la lotería y, por vez primera en mas de un decenio, hemos participado del lujoso espectáculo.

No voy a revelar el nombre de este lugar. El aforo es limitado, ya saben, y no hay que tirar piedras al propio tejado.

En fin. Vino y miel.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 31-05-09.

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