lunes, 11 de mayo de 2009

LEVITACIÓN

"Recuerdo vagamente los cuentos de terror y misterio de Edgar Allan Poe, y las películas de serie B de Fu Man Chu. Alguna imagen de levitación se quedó en mi memoria, el cuerpo de la medium flotando en el vacío mientras un mago pasaba un aro por su cuerpo, para mostrar al público que no había trampa ni recurso de cartón piedra detrás de aquellos sucesos poco normales.

En tiempos mas recientes, Mar adentro, la película de Amenabar, mostraba el vuelo del espíritu por encima del oleaje del mar norteño, en una experiencia distinta de la levitación, el alejamiento de la mente del cuerpo sufriente y enclaustrado.

Esta mañana, he tenido esa misma sensación. Mientras mi cuerpo permanecía aquí, en el sillón del dentista, yo volaba sin forma corpórea por encima de los montes floridos de mayo. El agudo instrumento del dentista rechinaba sobre mis dientes, penetraba en la junta entre la encía y las muelas, pero yo volaba ingrávido, ajeno al chirrido metálico del torno que giraba inclemente.

Al terminar la primera parte de la sesión le he dicho a la odontóloga, --¿Notas que estoy mas relajado? --Si, te has tomado alguna pastilla? --No, es que me he ido de aquí.--Ah...pues tendrás que decir a mis pacientes como lo haces. --Aprovechando que te has portado bien, voy a terminar el trabajo llegando a zonas que normalmente requieren intervención quirúrgica.

En la segunda parte, dado lo invasivo de la tortura dental, ya no pude abstraerme como un ente volador sobre la verde campiña. Tuve que recurrir a romper ramas y derribar troncos, en proporción a lo agresivo de la técnica dental que se me aplicó, por hablar demasiado.

--Enjuágate. El resultado del enjuague fue un agua sanguinolenta que contenía mínimas trazas de tejido de mis castigadas encías. --Hay sangre, dije, algo alarmado. --No es nada. Enseguida termino.
En el último tramo del raspado, como le llaman en esta clínica al procedimiento de tortura del que, curiosamente, no se ocupan las asociaciones internacionales que tratan de proteger a las personas de los abusos policiales, tuve que recurrir a imaginarme soplando sobre el mar en la playa de la Concha, en San Sebastián. Con cada soplido, coincidente con la agresión del instrumental dental que me torturaba impunemente, el mar resoplaba sobre la costa donostiarra, cerca del Peine de los Vientos, de Chillida, y la espuma de las olas salía por una chimenea hasta mojar a los viandantes.

Un par de horas antes, al tomar el metro para dirigirme a la clínica dental, coincidí con mi odontóloga. Hablamos de literatura, de los escritores andaluces. De Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre, Caballero Bonald, de su primera novela, Dos días de septiembre, que recrea la vendimia en las tierras jerezanas de los años treinta, de Lorca, de los poetas en general, y de mi impresión de que los escritores andaluces superan, de largo, a los mesetarios. De Labordeta –La escasa merienda de los tigres- y de la mayor capacidad de síntesis de la poesía sobre la prosa, -mi mujer que relincha en la caja de cerillas-- o bien, --los que van a las oficinas con sus lomos de perro.
Pensaba yo que esa conversación amigable, tejida sobre aficiones comunes, mejoraría la calidad de la experiencia que me esperaba luego al tenderme en el sillón de la sala de tortura, pero no ha sido así.

Mi odontóloga, tan sádica como siempre, se ha comportado con la frialdad profesional habitual, y solo me ha salvado de la tortura legal que me ha infligido, mi capacidad para evadirme de mi cuerpo, volar con mi mente sobre los floridos montes de mayo, partir ramas y troncos en la distante espesura cuando el giro veloz del torno sobre mi sistema buco dental producía un agudo chirrido y recurrir, ya en el último tramo de la sesión, a identificarme con la espuma del mar Cantábrico que,
en un recorrido inverosímil, después de chocar contra las rompientes del paseo, se introducía por una chimenea para salpicar a los viandantes. No he levitado, pero casi"

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 11-05-09.

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