viernes, 19 de junio de 2009

GUERRAS DE RELIGIÓN

En Irán, los mulás se ciscan en las urnas después de haberlas vulnerado, tejen una red censora casi impenetrable para poder reprimir después violentamente las ansias de liberación de su clerocracia, expresadas por los votantes reformistas, intentando hurtar esa información a los medios y a la comunidad internacional, y con la boca pequeña se declaran dispuestos a investigar los mas de seiscientos casos de fraude electoral que la oposición, al parecer, ha denunciado.

Sabemos algo de todo esto, en medio de la confusión informativa y la ausencia de certezas, gracias a Internet, a algunas de sus fuentes de tráfico cibernauta, que se confirman así, además de como un nicho aprovechado por los pederastas, como un vehículo imprescindible de información libre no censurada. Los pederastas es que están en todas partes. En Internet. En el Vaticano.

Casi a la vez, los obispos españoles han declarado la guerra de religión, aunque, de momento, solo dirigen su artillería, amenazas de excomunión y condenación eterna, a los diputados del partido popular que se atrevan a votar en el parlamento contra sus exhortos, a los médicos que se declaren católicos y practiquen abortos, y a las mujeres de la comunidad católica que tomen la decisión personal de abortar, también, supongo, a las mujeres preñadas por funcionarios del Vaticano, del Papa para abajo, en el supuesto, improbable, de que el santo padre tuviera la condición de bisexual.

A mi, la verdad, esto me queda un poco lejos, porque no soy diputado, ni siquiera del partido popular, aunque, cuando casi era un imberbe sin edad legal para trabajar, pero trabajaba por cuenta ajena, un colega que había estudiado en un colegio de curas me dijo –Nunca digas de este agua no beberé, ni este cura no es mi padre. Yo no estudié en un colegio de curas. Estudié con una maestra roja y estoy seguro de que si me hubiera oído decir algo así, me habría dado dos hostias.

En medio de tanta pasión irracional como la que destila esta delicada cuestión del aborto, yo mismo, que tiendo a la vehemencia por mi temperamento impulsivo, me impongo la necesidad de la frialdad objetiva, para no responder a la llamada a la guerra de banderías de los obispos.

Punto uno. La legislación en curso sobre el aborto, que yo sepa, no define este como un acto obligatorio, en consecuencia,

Punto dos. Ninguna mujer, con independencia de sus creencias, está obligada a abortar.

Punto tres. Establecida la voluntariedad de ese acto, que no creo que nadie, con independencia de su sexo, religión o adscripción política, desee fomentar, sino mas bien, reducir, y dotar a las mujeres que en conciencia opten, -ellas sabrán sus razones-- por hacérselo practicar, de las máximas garantías sanitarias, legales y sociales, para que no deban añadir a su sufrimiento personal, la persecución jurídica, el riesgo de su propia vida, y todas las demás connotaciones negativas que han subsistido durante decenios en este país, por la ausencia de regulación legal garantista suficiente de esa realidad social, es difícil de entender la radicalidad extrema de los mensajes de los obispos, sobre todo, claro está, desde un punto de vista agnóstico, aún intentando escucharlos con una frialdad objetiva.

Punto cuatro. A los médicos, sin embargo, los obispos si les imponen la obligatoriedad, bajo pena de excomunión, de negarse a atender a las mujeres que han decidido abortar. Después de haber contemplado el indigno espectáculo público que dio el Consejero Lamela con su trato a los médicos madrileños que practicaban la sedación paliativa, condenando de paso a una muerte dolorosa e indigna a muchos enfermos terminales que se vieron afectados después de aquel escándalo ignominioso, hasta que los tribunales han puesto orden en aquella aberración, si yo fuera médico, la voz de los obispos, que no fue ajena a aquella barbarie, me sonaría a música celestial, o sea que no les haría ni puto caso.

Como no soy médico, el problema me queda un poco lejos, y ya no se si voy a disponer de nueve años mas del precario resto que me quede, para poder situarme, con conocimiento de causa, en su lugar.

Punto cinco. Cualquiera puede entender, sin ser médico, cura, mujer, pro abortista, anti abortista, o indiferente, rojo, verde o colorao, que las leyes civiles, en este país, están sujetas al arbitrio de la constitución, y que ningún partido, grupo, institución, iglesia, cuerda, sindicato, grupúsculo o ente ciudadano individual, se las puede saltar a la torera, salvo que afronte las consecuencias jurídicas de su actitud.

Por otra parte, la constitución no es inmutable, se aprobó por referéndum, y por ese mismo procedimiento puede ser sometida a modificación.

Por tanto, la vía racional, democrática, para oponerse a una ley civil amparada por la constitución no es la declaración de la guerra santa –En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, etcétera-- sino reunir voluntades suficientes que se expresen numéricamente como mayoritarias para derogarla.

Bien, creo que, tras los escarceos iniciales, y algún tic de bandería, he conseguido mantenerme en una línea fría, objetiva, deliberadamente distante de la pasión irracional de los obispos, pero no solo de ellos, en el tratamiento de este asunto.

Ahora bien, si como parece van a aprobar mi solicitud para una intervención de cambio de sexo, y D. no lo quiera, mi chuli Camino me dejara preñada, la verdad, no se lo que haría.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 19-06-09.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios