La vida urbana ofrece un variado menú de ventajas, vinculadas a la libertad y la posibilidad de elegir, tanto si se trata de asistir a una audición musical, sea una ópera al aire libre, una jam sesion en un tugurio de la ciudad vieja, un concierto sinfónico subvencionado bajo las bóvedas de alguna capilla desacralizada, o una suaré de música étnica en el patio abierto de un edificio emblemático bajo el perfume de las acacias, como si se trata de otros acontecimientos, culturales, deportivos, literarios, o simplemente, lúdicos.
Del mismo modo, esa vida urbana genera multitud de acontecimientos sociales, políticos o ciudadanos, que permiten elegir a quienes se expresan por escrito, bien en columnas de opinión de los periódicos, bien a través de Internet, en las emisoras de radio o en las tertulias de televisión, multitud de asuntos para expresarse en libertad, con independencia de lo mas o menos valiosas que sean sus opiniones.
La abundancia de oferta en las tiendas de moda, de cualquier nivel y orientación estilística, en las secciones de ropa asequible de los hipermercados, en los mercadillos cada vez mejor surtidos, permite a los ciudadanos, casi de cualquier nivel económico, vestirse, literalmente, como quieren.
Hay tantas vidas urbanas, como ciudades libres existen en los cinco continentes, y las facilidades para viajar, cuando la salida de tu país de origen no está sujeta a ninguna limitación, permiten a quienes verdaderamente sienten la vocación viajera, sentirse inmersos en diferentes culturas urbanas por cuyas diferencias, singularidades y afinidades, se sienten atraídos.
Tengo para mi que los cientos de miles de iraníes que hemos visto manifestarse en Teherán contra el supuesto pucherazo del régimen de los Ayatolás, que al parecer intenta enterrar las esperanzas reformistas, no se manifestaban contra nadie, ni siquiera contra una idea intolerante del islamismo radical, sino a favor de la cultura urbana, de la que se sienten parte.
Cuando la revolución industrial arrancó con los inventos de James Watt, sus contemporáneos no debían tener claro, aún, de que modo iba a influir el cambio tecnológico masivo en la cultura agraria, hasta llegar a la situación actual en la que, si se me permite, observo una dicotomía radical entre el modo de vida rural y el urbano.
Esos distintos modos de vida, que en algunos lugares muy civilizados han sabido encontrar fórmulas de integración relativamente satisfactorias, en otros son categorías excluyentes, antagónicas, hostiles. Irán es, me parece a mi, uno de esos casos, donde la población está sumariamente dividida entre rurales, partidarios del orden de los mulás, y urbanos que, aunque muchos acudan a la medersa, valoran extraordinariamente las ventajas del libre disfrute de la vida urbana, hacer sonar su música, vestirse como quieren, expresar en público sus opiniones, o montar un negocio de distribución comercial a través de Internet.
En China, país de moda al que se atribuye un milagro económico sin precedentes, la población rural es la víctima de ese éxito, pues a través del éxodo masivo de los campesinos de las zonas rurales, y de la diáspora de veinte mill0ones de chinos ex rurales, ahora también ex urbanos, que se mueven en tierra de nadie en busca de empleo, fuerza de trabajo itinerante que contribuye al bajo nivel salarial del trabajador chino industrial, la arquitectura de Hong Kong, que se ufana de tener ubicados allí los edificios mas altos del mundo, escenifica el paradigma de la división, de la desigualdad entre las categorías de lo rural y lo urbano, en ese país de régimen autoritario, como Irán.
La mayor parte de las ciudades del mundo que escenifican su éxito de urbe cultural, catalizador de las aspiraciones de un flujo inmigrante que aspira a integrarse en esos paraísos de la libre elección, incorporan también en su tejido urbano, millones de personas que sobreviven en la pobreza extrema.
Cualquiera que haya viajado algo, habrá observado los barrios de favelas, chozas, y otros refugios precarios en las ciudades de muy diversos países, se trate de Larache o Lisboa, de Londres o Nueva York, de Teherán o Pekín.
El problema de la existencia de estos asentamientos, de la radical incompatibilidad entre ciertos entornos rurales y urbanos que se ha ido extendiendo mientras la revolución industrial devenía en tecnológica y, luego, se hacía comunicacional, es que las ciudades no se construyen, generalmente, por encargo. No se llama a un urbanista para que, con su equipo multidisciplinar, diseñe espacios habitables, de dimensiones humanas, compatibles con la cultura urbana y el modo de vida rural, sino que las ciudades han devenido en conglomerados formados por estratos sucesivos a través de la historia, aunque en los últimos siglos se haya superpuesto sobre esos viejos restos el modelo urbano industrial, casi de modo exclusivo, impulsado por los procesos especulativos.
Había otras opciones. En lugar de canalizar el éxodo de población rural hacia las ciudades viejas, haciéndolas en muchos casos poco habitables, podían haberse inventado ciudades intermedias, a medio camino entre lo rural y lo urbano, con poblaciones suficientes para financiar los servicios públicos básicos, pero no tan numerosas que hicieran devenir el tránsito urbano en atasco permanente.
La gente en Teherán ha salido a la calle, creo yo, a defender, sobre todo, la capacidad casi ilimitada de elegir que se atribuye a la cultura urbana, en contraposición al modo de vida mas conservador de la población rural. Deseo suerte a los reformistas, pero todos, ellos y nosotros, deberíamos revindicar ciudades mas humanas, mas equilibradas, a medio camino entre lo rural y lo urbano, con niveles de población que permitan financiar los servicios públicos esenciales, pero sin convertir esas ciudades en ratoneras para sus habitantes.
Quienes defienden las 'ciudades lentas' y viven en ellas, hace tiempo que lo tienen claro.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 17-06-09.
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