martes, 2 de junio de 2009

LOS VERDES

La bancarrota de General Motors puede ser, quizás, el acontecimiento mas llamativo, con mayor contenido simbólico, desde que comenzaron a caer los bancos de inversión estadounidenses, británicos, islandeses, y otros mas cercanos. El gigante yanqui llevaba un siglo construyendo los coches mas grandes, mas caros, que mas combustible derrochaban, hasta que Toyota lo ha sacado del podio, y G.M. se ha retirado con el mismo gesto contrariado que Nadal al salir derrotado de Rolánd Garrós.

General Motors, y el sector del automóvil en general, merecen una reflexión. ¿Como es posible que veamos en los spots televisivos anuncios de coches que cuestan ocho mil euros, cuando en los últimos quince años no ofrecían casi ninguno por menos de veinticuatro mil euros?

La misma reflexión se puede aplicar a otros sectores. ¿Porque el sector financiero nos concedió hipotecas para financiar la compra de casas cuyo valor se ha reducido, ahora, a la mitad, mientras que el monto de la hipoteca que estamos obligados a pagar no se ha movido?

¿Como es que los grupos alimentarios siguen practicando unos precios, un ocho y medio por ciento por encima de lo que sería razonable, a pesar de las bajas indudables que ya se han producido en muchos artículos, como cualquiera que vaya a la compra de modo habitual puede comprobar.
¿Que precios estaban practicando, entonces, antes de que la debilidad de la demanda les empujara a bajarlos?

La respuesta de la ortodoxia económica, la ley de la oferta y la demanda, a mi, personalmente, no me satisface del todo. Lo que aparece de un modo muy evidente en esta evolución de los precios es la ley del embudo, que nos han estado aplicando impunemente, hasta que las reglas de ese juego de ventaja, las ha roto la crisis financiera y económica.

Ese abuso en los márgenes de los grandes grupos industriales, alimentarios y financieros, en los últimos quince años, se basaba sin duda en la mentira y la ocultación. La prosperidad general, que ahora ha devenido en provisional, ha sido la pantalla que ha ocultado durante mucho tiempo los abusos de posición dominante, las prácticas del oligopolio, el secretismo de los márgenes abusivos, los chanchullos en los acuerdos de precios, que solo de vez en cuando han salido a la información pública, en los casos mas flagrantes, por la intervención de los organismos públicos encargados de velar por la libre competencia.

Ahora, evidenciadas ya las mentiras de las prácticas financieras, industriales y alimentarias, que la crisis ha desvelado con una patética crudeza, la campaña para las elecciones europeas utiliza los mismos métodos mendaces que la economía y las finanzas están comenzando a corregir, por necesidades de supervivencia.

El sistema bipartidista español, cada vez mas semejante al turnismo tramposo, de pucherazo, de la época de Cánovas y Sagasta, nos ofrece dos imágenes aparentemente opuestas, contrarias, para el consumo de la clientela, pero oculta que ambas formaciones mayoritarias, PP, y PSOE, tienen el mismo candidato conservador para el Parlamento Europeo, Barroso.

Al mismo tiempo, los editoriales de los grandes periódicos, por intereses económicos, supongo,
sugieren abrir, otra vez, un debate que debió cerrarse hace mucho tiempo. Con una rara unanimidad, periódicos como El País y El Mundo, y algún ministro del gobierno, como el de Industria, Miguel Sebastián, se posicionan a favor de la energía nuclear. El argumento esencial es nuestra dependencia energética y el precio del kilovatio nuclear, mas barato, dicen, que las energías alternativas.

Afortunadamente, hace tiempo aprendí en las aulas de la facultad de económicas de Heliópolis que los precios de producción de energía tienen al menos dos componentes, además del margen de producción, el coste de explotación del kilovatio en la central, mas los costes externos, que algunos llaman costes en la sombra, costes referidos a los efectos externos en la población de esos modos de producción de energía y que, ni los operadores, ni los editorialistas, ni los ministros de industria, suelen considerar en sus argumentos pro nucleares.

Así, podemos hablar de costes ambientales, de almacenamiento de residuos, de tecnologías que
cuando fallan, y lo hacen alguna vez, recuerden Harrisburg, Chernobil, producen catástrofes humanitarias de alcance supranacional.

Hay mas. Quienes hemos rebasado la mitad de la vida, hemos vivido en primera persona el terror inducido en la época de la guerra fría por la amenaza de conflicto nuclear, amenaza que ahora se reproduce a través de la aventura nuclear de Estados como Pakistán, Irán o Corea del Norte. Es cierto que es difícil cuantificar en términos económicos el coste del miedo, pero no es menos cierto que la población europea vivió acojonada por esa amenaza que los periódicos se encargaban de airear con frecuencia, con el resultado de que esas poblaciones permanentemente asustadas, es posible que fueran mas fáciles de gobernar.

En resumen, hasta que esté resuelto satisfactoriamente el tema del almacenamiento de residuos, lo que por ahora está lejos de suceder y las tecnologías de transformación energética en las nucleares se sofistiquen hasta donde exige la seguridad de los ciudadanos y el equilibrio del medio ambiente, nuestros políticos y nuestros comunicadores que abordan este asunto, se estarían comportando como los banqueros cuando nos vendían hipotecas por encima del valor real de las casas, como los fabricantes de automóviles que nos vendían unidades con un precio que triplica el actual, y como los grupos alimentarios que, aún habiendo bajado sus precios, están aun casi un diez por ciento por encima de lo que sería un margen razonable.

Bien, si todos nos engañan, o tratan de hacerlo, cómo responder en nuestra condición de electores a una oferta política básicamente engañosa. En mi caso, después de haberlo meditado, no me voy a abstener. Voy a tirar a la papelera los sobres recibidos de uno de los dos partidos mayoritarios y voy a votar a una formación que no tenga tantos compromisos con los poderes económicos, financieros e industriales. Esto último no me lo invento. Los órganos de vigilancia europeos están constatando la excesiva dependencia de los bancos que tienen los partidos mayoritarios, por sus gastos cada vez mas desorbitados en las campañas electorales.

A tomar por el culo el voto útil, en nombre del cual solo ayudamos a la continuidad de unas estructuras políticas anquilosadas, incapaces de dar un vuelco a la situación, porque sus propias estructuras están estrechamente vinculadas a intereses situacionales.

El voto verde está, en general, por estos pagos, poco valorado, en primer lugar porque las organizaciones que lo piden no se han mostrado, en ocasiones, bastante solventes, en sus alianzas y acuerdos, pero si usted se va, un sábado, a las seis de la tarde, a la calle de Colón, frente al Corte Inglés, se queda un rato en la acera y respira con cierta hondura, notará que la densidad de partículas sólidas en el ambiente es de tal naturaleza, que las lesiones que le puede provocar el uso del tabaco, son una nadería, comparadas con el nivel de veneno de ese aire urbano.

Ayer vi, en el cable, una película rodada en Buenos Aires. El director optó por fotografiar una ciudad caótica, llena de contaminación, como México DF. Son ciudades lejanas. También Bruselas parece lejana, pero será allí de donde emanen las normas para luchar contra el cambio climático, contra la contaminación ambiental, que cada año produce un número muy elevado de decesos que se airean menos que los de las víctimas en accidentes de tráfico.
No van a ser los partidos conservadores, ni socialdemócratas, quienes mejor nos representen en los foros parlamentarios europeos o en la comisión, porque tienen demasiadas ataduras con el sistema.

Lo dicho, a la mierda el voto útil. Votaré a los verdes. Con ello les doy mi confianza. Los verdes, por su parte, deberían dejarse de alianzas fallidas, acuerdos no operativos, coaliciones fantasma, y centrarse en responder a la confianza de sus votantes.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 2-06-09.

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