viernes, 8 de marzo de 2013

EL BOLO

"Me llamo Enrique, soy alumno de Ciutat Vella, y voy a leer un texto de Juan Ramón Jiménez" ...

"Veníamos los dos, cargados, de los montes: Platero, de almorajud; yo, de lirios amarillos. Caía la tarde de abril. Todo lo que en el Poniente había sido cristal de oro, era luego cristal de plata; una alegría lisa y luminosa (...) Después, el vasto cielo fue cual un zafiro (translúcido) (...) Yo volvía triste...Ya en la cuesta, la torre del pueblo, coronada de (...) azulejos, cobraba, en el levantamiento de la hora (...) un aspecto monumental. Parecía (...) una Giralda vista de lejos, y mi nostalgia de ciudades, aguda con la primavera, encontraba en ella un consuelo melancólico. Retorno...... ¿adonde?, ¿de que?, ¿para que?.
........
Pero los lirios que venían conmigo olían mas en la frescura tibia de la noche que se entraba; olían con un olor mas penetrante y, al mismo tiempo, mas vago, que salía de la flor sin verse la flor, de olor solo, que embriagaba el cuerpo y el alma desde la sombra solitaria..."
(...)
Ayer no tuve un buen día, dejé aflorar mi brusquedad, que tal vez es producto de mi fragilidad, y luego pasé medio día lamentándome en silencio. El otro medio fue mejor. Hice un bolo con los demás actores inestables de Ciutat Vella. Leí el texto de J.R.Jiménez que abre esta entrada, luego cantamos, juntos, una ranchera. Estuvo bien, intervinieron varios grupos de diferentes centros, en un espectáculo que se prolongó un par de horas. 

Participar en ese bolo, ayer, me recordó algo que ya sabía. El teatro, la literatura, la poesía, tienen un efecto terapéutico en quienes los practican, son como un betadine que cubre las heridas del alma, ayuda a que no proliferen, a que sean menos dolorosas, aunque su efecto sea temporal, pero no se les puede pedir que ayuden a contestar preguntas existenciales que solo nos hacemos quienes vivimos en el lujo del tiempo libre,  los demás, muchos viven con la angustia de otras preguntas mas acuciantes, ¿me habrán puesto la nómina en la cuenta?. Esta carta, ¿será la de despido? ¿alguna reclamación judicial de infausto desenlace?

Las preguntas existenciales, normalmente, no tienen respuesta, las otras, muchas veces si, y no siempre es afortunada. De estos claroscuros y avatares de la vida, de la niñez y la carga de la vida adulta, habla el prólogo del libro de J.R.Jiménez, universalmente conocido, 'Platero y yo', cuyo ejemplar, editado por Aguilar en 1.963, tengo ahora delante. 

Doy gracias al autor por haber vivido, por sanar con sus palabras literarias las heridas, imaginarias o reales, de tantos lectores. 

El texto del prólogo, íntegro, no como el fragmento de 'Retorno' leído por mí, que ha sido retocado con los fallos de lectura, dice así:

 "Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para ...¡Que se yo para quien!..para quien escribimos los poetas líricos..Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Que bien!. Dondequiera que haya niños, dice Novalis, existe una edad de oro, que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a su gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca. 
Isla de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los niños; siempre te halle yo en mi vida, mar de duelo; y que tu brisa me de su lira, alta y, a veces, sin sentido, igual que el trino de la alondra en el sol blanco del amanecer." 

J.R. Jiménez expresa como nadie, creo yo, la aguda nostalgia por la pérdida del paraíso, ese lugar que nos habitó a todos nosotros, la infancia, del que somos expulsados por el tiempo, dejando atrás la inocencia.

Por eso vale la pena releerlo, y ahora, al mencionarlo, vuelvo a sentir el efecto sanador de sus palabras, que leí en el bolo de ayer. 

En fin. El Bolo.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 8/03/13.

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