He estado ojeando un libro de Esquilo, Tragedias completas, introducido por Carles Miralles y editado por Planeta, que ha dormido tres años en los estantes de la biblioteca municipal, antes de que pusiera mi mano en su lomo.
La razón de mi interés por Esquilo viene determinada porque el profesor de teatro ha comenzado el curso por el teatro griego, aunque luego ha derivado hacia la expresión corporal, el origen del mundo, los átomos (única partícula conocida en la cultura clásica griega, nada que ver con el universo particular de la física cuántica) y nos ha hecho deambular por el escenario del aula a modo de partículas, primero simples, luego enlazadas (en la oscuridad, que bien) y no ha vuelto a preguntar nada sobre los trágicos griegos.
La somera lectura de Esquilo me sugiere que sus tragedias, en particular 'Los Persas', son historias de batallas perdidas, reyes muertos que vuelven a la vida, no se si con la cadera rota, hijos de esos reyes, a juzgar por el texto
menos competentes que los padres (véase Jerjes), amazonas que comen carne cruda y coros, muchos coros, sufragados por el corifeo (el mecenas) que se encarga de ponerlos a pie de escena, para que la voz popular esté presente en la tragedia.
(...)
Agradezco al profe que haya saltado sus prioridades, relegando de momento la lectura de textos del teatro clásico griego, y la haya sustitido por ejercicios mas físicos, voz, danza, movimiento, expresión corporal,
añadiendo una modalidad nueva que nunca habíamos experimentado.
Se trata de salir al escenario, primero solos, luego por parejas, y componer con el cuerpo y el gesto figuras que nos suenen por estar presentes en cualquier forma de representación artística.
Lo que tiene la improvisación es que se te puede ocurrir cualquier cosa, sin tiempo para reflexionar. A mi se me ocurrió una crucifixión.
Yo hago de cristo, le dije a una compañera y tu adoptas una actitud de orar. Lo que no se me había ocurrido es que la compañera se arrodillaría a mis pies, mientras yo permanecía de pie con los brazos en cruz,
los ojos cerrados y una mueca que pretendía ser un gesto que expresara el dolor de la muerte.
En mi larga vida, nunca había tenido una mujer humillada a mis pies y puedo jurar que esa sensación, junto a la emoción dolorosa que yo trataba de interiorizar, pensada ahora, me sugiere un argumento tremendamente sado masoquista, a la vez que fuente de emociones extraordinarias, en su sentido mas literal, es decir, emociones que no conocemos en nuestra vida ordinaria, y que podrian explicar el número casi infinito de crucifixiones representadas en la dilatada historia del arte, así como la persistencia de las representaciones de la pasión en incontables pueblos pequeños o grandes de la geografía cercana o lejana.
También explicaria, viniendo la emoción de un sustrato irracional de la naturaleza humana, el astuto uso que hacen de ella las jerarquías de las iglesias, la católica en particular, otras son menos barrocas en sus expresiones emocionales, con el fin de atraer seres ingénuos a su redil, y mantenerlos dentro, una vez que han experimentado esas emociones que enganchan.
No quisiera parecer demasiado místico, ni sado-maso, por eso relataré que esos ejercicios de expresión corporal
no se han limitado a figuras místicas, también he hecho de chimpancé, con mucho éxito, y la compañera y yo terminamos
la improvisación con unas posturas de danza contemporánea, no vayan a creer.
Es cierto, sin embargo, que cuando me he levantado esta mañana, antes de las ocho, y me he fumado un cigarrillo en el sillón del comedor, la primera imagen que ha venido a mi mente, es la de mi compañera postrada a mis pies, mientras yo permanecía con los brazos en cruz, los ojos cerrados y una mueca de dolor en el rostro, y les aseguro
que esa evocación, me ha puesto la piel de pollo, si.
En fin. Esquilo.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 4-10-13.
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