lunes, 1 de febrero de 2016

HELIÓPOLIS

En ocasiones llamo Heliópolis, la ciudad del sol, cuyo enclave verdadero está en Egipto, al lugar donde vivo, una ciudad de la costa mediterránea, entre Andalucía y Catalunya. Lo hago para ocultar su verdadera ubicación, por si mis elogios provocan una invasión de turistas, el aforo es limitado y no está en mi ánimo sobrecargar la vida y los espacios urbanos con multitudes de difícil asimilación.

Sospecho que esta actitud, mantener nuestra vida urbana dentro de unos límites de presencia humana razonables, tiene su origen en mi absurda nostalgia por la calma de los domingos de julio, cuando, todavía un niño, vivía en una ciudad rodeada por una huerta viva, cazaba libélulas púrpuras y doradas en el silencio de una ciudad que todavía no era del todo urbana, hasta que una tarde lluviosa de noviembre --entonces llovía-- un caballero con polvo en la levita nos leyó en el barro de las calles nuestro destino final, algo que ahora contemplo como un escaso don adivinatorio, pues es obvio que todos tendremos un final, aunque no sepamos cómo ni cuando.

El caso es que quiero hacer una crónica de un fin de semana en Heliópolis, que comenzó con una peli en la filmoteca, el viernes, siguió con otra peli en Lo+Baix, el sábado y culminó con una visita a la muestra de agricultura ecológica, en la mañana del domingo, seguida por una cervecita en Tapinería, una comida en el restaurante la Moma, un espectacular café vienés en Valor y, finalmente, un par de partidas al Continental en casa de Leonor. Leonor ganó una, mi mujer la otra.

Nuestra experiencia de cine en la filmoteca fué un tanto peculiar. Una pelicula de 1.928, cine experimental, de autor ruso, solo imágenes, sin sonido, que puso un pianista presente en la sala, que recibió muchos aplausos al final.

Las imágenes describian 24 horas en la vida de una gran ciudad rusa, con mucho tráfico de peatones, tranvías, imágenes del interior de establecimientos fabriles, fábricas de tabaco, industrias metalúrgicas, cuya repetición en algún caso casi marearon a mi mujer, que se levantó para ir al servicio, en realidad para evitar el desmayo creciente que le producía la visión de mecanismos industriales filmados a gran velocidad.

Nos sorprendieron las imágenes de las prácticas nudistas en las playas, los baños de lodo, la naturalicdad con la que se trataban los desnudos en aquella época, 1.928. Salí de la filmoteca con la impresión de que el cine ha cambiado mucho. El intento de originalidad, de energía creativa de esa pelìcula, no tiene nada que ver con la uniformidad del patrón cinematográfico de nuestros días. Veas la peli que veas, todas tienen un guión, una puesta en escena, un repertorio actoral y unas condiciones de producción que hacen prácticamente imposible la originalidad, la creatividad, todo está atado y bien atado por las exigencias del negocio cinematográfico.

La peli que vimos en Lo+Baix, el sábado, trataba también de negocios, en este caso el tabaquero. 'Gracias por fumar' es una brutal sátira del negocio del tabaco y la actitud del tipo que tiene que defenderlo públicamente, en programas de televisión, y en todo tipo de coloquios, incluidos los de las escuelas infantiles.

Las conversaciones a tres, entre el tipo del tabaco, la que representa los intereses de los fabricantes de alcohol, y el del pool de los fabricantes de armas, son terroríficas, cuando manejan las estadísticas de muertos imputables directamente a sus diversas actividades.

Cuando una periodista le pregunta al del lobby del tabaco que porqué se dedica a eso, el contesta, con el típico pragmatismo yankee, 'por la hipoteca'. Juro que salí de esa proyección sin la menor intención de disminuir mi consumo de tabaco, a pesar de haber visto en el film al actor que durante décadas protagonizó el anuncio de Marlboro, hecho polvo por el cáncer.

Todos los fumadores nos autoengañamos de alguna manera, yo le dije a Lola, cuando tomamos café en Valor, ¿No te parece que el riesgo de contraer enfermedades es, al menos en un 50%, genético, más que debido a los hábitos de vida?. Lola contestó que sí, no se si porque compartía mi argumento, o porque pensaba, este es un caso perdido, para que razonar con él.

Por fin llegó el domingo, el día esperado. Lola nos había llamado. Ella y Antoni llegarían en bici a la estación del Norte, allí debíamos esperarles a las once y media, junto a la torre del reloj, para visitar la anunciada muestra de agricultura huertana instalada en la plaza del Ayuntamiento.

Para empezar, estoy obligado a decir que la plaza del Ayuntamiento, no es una plaza. Son plazas esos lugares rectangulares con soportales que podemos encontrar en las ciudades castellanas y norteñas. También son plazas esas construcciones circulares dedicadas a diversas actividades,sean taurinas o teatrales.

¿Es una plaza nuestra así llamada, la plaza del Ayuntamiento?

No. No hay mas que ver su trazado urbano para entender que es otra cosa, un enlace urbano entre la Estación y el acceso al Mercado Central, que en tiempos se llamó Bajada de San Francisco. Un entorno urbano que no es ni rectangular, ni circular, en suma, que no es una plaza.

En cuanto a su arquitectura, si tiene una cosa curiosa. Un testimonio de la época en que la clase burguesa hacía lo que le deba la gana con el urbanismo. La prueba es el par de edificios con fachada de cristal que los alcaldes del franquismo permitieron construir en un lugar habitado por una arquitectura más o menos modernista, donde no pegaba nada una fachada de cristal.

Dedicamos un par de horas a visitar la muestra de agricultura huertana, mas o menos ecologista, y han sido las dos horas mas angustiosas que recuerdo. Yo no sabía que padeciera agorafobia, hasta que me he enfrentado con una multitud moviéndose --es un decir-- entre los tenderetes de productos huertanos, sin ninguna posibilidad de hacerlo de manera ordenada. Empujones, choques, imposibilidad de ver nada de lo que habíamos ido a ver. Nos preguntamos si no hubiera sido mas sensato poner los tenderetes en las calles desiertas de tráfico, en lugar de concentrarlos en un solo lugar y, ya que se ha hecho así, si no hubiera convenido pintar unas rayas, o pegar unas cintas en el pavimento, para que la gente circulara con un cierto órden, no con el abrumador desorden que imperaba, que nunca sospeché que pudiera provocarme tal síndrome de ansiedad.

Jamas me había sucedido tal cosa. He asistido a centenares de actos pirotécnicos masivos, y nunca tuve una sensación como la que me ha agobiado aquí. Por fin, cuando Antoni dió por terminada nuestra visita, después de acercarnos sin ver nada a todos y cada uno de los tenderetes, el es así de minucioso, lo mismo cuando trabajaba en el laboratorio, que cuando pinta una marina, y no se deja ni un canto rodado de la orilla sin representar, no íbamos a irnos sin intentar conocer lo que es la mermelada de horchata, la jalea de propoleo, o los ajos tiernos ecológicos, por fin, salimos de aquella muchedumbre, de aquel amasijo de visitantes, y yo comprobé, al alcanzar de nuevo mi espacio de libertad, que seguía respirando.

Mucho mejor fue la visita a Tapinería. Tomamos unas cervezas mientras compartíamos un ambiente mas relajado. Luego fuimos a La Moma, un restaurante cercano. Menú 9,90. Crema de verduras, Arroz de pescado. Postre de chocolate. Una cerveza. Pedimos la cuenta, y nos cobraron las bebidas aparte. ¿Y eso?. No habíamos leído la letra pequeña, los sábados, domingos y festivos, las bebidas se pagan aparte. No nos importó. La comida muy bien, oiga.

Luego, mientrás tomábamos café en Valor, yo, un café vienés con un tocho de nata de aquí te espero, hablamos del imperio austro húngaro, de como Francisco José se pavoneaba por Viena, donde se inventó el café vienes, con unas chaquetas llenas de chorreras como las que Elvis llevaba en su época mas decadente.

Nos despedimos de Lola y Antoni, que volvieron a su casa en bici y nos fuimos a casa de Leonor y José Luís, a liquidar el domingo jugando al Continental. Ya he dicho que ganaron ellas, por algo será.

En fin. Si la mayoría de la gente que la visita piensa que la Plaza del Ayuntamiento es, efectivamente, una plaza, pues, es una plaza. El hecho de que un visitante de la muestra de agricultura de la huerta sufra un síndrome de agorafobia, pues es una alteración psico física suya, que se la tendrá que mirar. En ningún caso es responsable de esa singularidad la gente que le rodea, por numerosa que sea.

Quiero decir, en conclusión, que Heliópolis es un lugar maravilloso para vivir, o pasar unos días aquí, el aforo es ilimitado, sobre todo hoy que hay una luminosaidad asombrosa en el cielo, como si estuviéramos en abril.

Por otra parte, Ribó, es el mejor alcalde que hemos tenido en los últimos veinte años. Que dure. Agradezco que nos haya traído la huerta a las vías urbanas. Eso me hace evocar mi niñez, cuando cazaba libélulas en la calle donde vivía, un espacio urbano en el límite entre la ciudad y la huerta, tan próximas entonces que nos bañábamos, desnudos, en los cauces de agua de las acequias, un agua tan cristalina, que ahora parece imposible imaginarla.

En fin. Heliópolis.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 1 02 16.

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