Los viernes son días interesantes, fronterizos, un paréntesis en la vida estabulada, una promesa de cambio, sobre todo para aquellos que conservan en su vida cotidiana una cierta dosis de rutina. Se excluye de esta categoría una cuarta parte de la población que ha perdido sus rutinas laborales, otra buena porción que ya abandonó para siempre la vida laboral activa, y una minoría numerosa que nunca sabe si es jueves o viernes, si está en París o Bangkok, porque su vida tiene un ritmo intenso, acelerado, alejado de la rutina cotidiana. Para el resto, el viernes tiene ese carácter fronterizo que caracteriza los cambios de rutina.
Los titulares, cada vez mas gordos, de 'El País', anuncian para este fin de semana nada menos que una tormenta perfecta, una bomba meteorológica, poco menos que el fin del mundo, así que harán bien quienes constituyen esa mayoría relativa a la que aludía mas arriba en irse a la disco, al botellón, o adonde les salga del bolo, para que la cosa les pille en pleno acto de diversión.
Los mas nihilistas, pueden coger su automóvil trucado y lanzarse a la autovía para probar la potencia de su renovado motor, y los mas aventureros pueden acercarse a Cuatro Vientos para iniciarse en la práctica del paracaidismo deportivo. Yo, que no soy del todo nihilista, y no soy nada aventurero, estoy pensando en ir a mi casa de la sierra, donde dejé olvidado el móvil, para recogerlo y luego quedarme a comer en algún restaurante de la zona.
Los viernes son días especiales que tienen algo de liberadores. Excepto para las minorías citadas, y para los artistas que no necesitan liberarse de nada, porque el arte los libera, los demás estamos atados de alguna manera a la rutina de la supervivencia, que a muchos les hace sentirse como seres estabulados, obligados a permanecer en recintos cerrados para obtener los recursos que les permiten sobrevivir. 'Los que van a las oficinas con sus lomos de perro', como escribió Labordeta en 'La escasa merienda de los tigres'. Yo fui, hace ya tiempo, uno de ellos.
Lo cierto es que en este viernes de pre catástrofe he ido a la casa de la sierra. La tierra del monte está blanda y húmeda como una esponja y los chorros de agua de la fuente de abajo salen de los caños con una potencia desmesurada. El almendro del pequeño jardín está repleto de yemas a punto de reventar. La entrada a la casa está obstruida. Una máquina ha acondicionado el camino para la gran tormenta perfecta, el gran bombazo meteorológico que se aproxima, y ha depositado delante de la escalera de acceso un montón de tierra. Hemos tenido que tirar de azada para dejar libre el acceso.
Una vez dentro de la casa, he procedido a cerrar la llave del gas, he recuperado el móvil olvidado y he encendido un cigarrillo, por ese orden. Menos mal que he seguido ese orden, porque al encender el cigarrillo he notado un olor extraño, que no ha ido a mas porque cerrar el circuito de gas, que ha permanecido abierto por olvido desde nuestra última visita, puede haber evitado un anticipo imprevisto de la gran catástrofe de la borrasca anunciada.
Cumplido el objetivo, después de dar un paseo por el monte hemos bajado al pueblo mas cercano. Hemos dejado morir media hora en un banco de la plaza, bañado por el sol del invierno, y nos hemos dirigido a buscar un restaurante, que finalmente ha resultado ser 'El Vegano'.
Allí nos han dado de comer una excelente sopa de marisco, seguida de chuletas de cordero con una muestra de embutido local –en mi caso de una generosa ración de merluza a la plancha-- acompañada de un excelente rosado de Utiel, nada de clarete, un vino obtenido de la primera prensada de una variedad tinta, y después de picar un poco en el postre, mus de limón y tarta de arándanos, hemos concluido con dos cafés cortados. Total, 24 pavos. Bien.
Hemos intentado hacer una siesta en los asoleados asientos del coche, pero la cosa no ha funcionado, así que nos hemos venido para acá, con tan buena fortuna, que he encontrado una plaza para aparcar a la puerta de casa.
En fin. Viernes, ya puede llover. Por si acaso resulta ser cierta la amenaza de la tormenta perfecta, de la bomba meteorológica anunciada en letras muy gordas en los titulares de 'El País',nosotros le hemos hecho frente, por anticipado, con una modesta maniobra anti rutina, aunque sospecho que su efecto no se prolongará mas allá de veinticuatro horas. No importa. Llegado el caso, llueva o truene, nos inventaremos otro modo de combatir la rutina, eso si que es una amenaza.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 26-02-10.
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