lunes, 1 de febrero de 2010

RESIDUOS

En los albores del neolítico, los pobladores de las sabanas de la antigua Silesia depositaban sus residuos fecales siguiendo un ritual que Günter Grass llamó 'la cagada colectiva de la horda', supervisados por el haya tritetuda de la tribu que procuraba la mejor distribución espacial de esos abonos. De aquel sembrado fértil nació la selva negra que luego la lluvia ácida se ha encargado de disminuir.

Se dice que en la China rural todavía hay letrinas junto a los arcenes de las carreteras para que los transeúntes se alivien allí y los agricultores chinos --que no forman parte del milagro urbano asociado al crecimiento económico desigual del capitalismo autoritario que se estila allí, que nos abruma con cifras de prosperidad que solo conciernen a una parte ínfima de su territorio-- puedan fertilizar sus tierras con un procedimiento neolítico.

En los países occidentales relativamente avanzados, el acto de defecar ha perdido su sentido tribal y su subproducto ya no es un bien de contenido económico. En nuestro afán de sentir que hemos perdido nuestra animalidad, en favor de un ser civilizado, defecamos en solitario en cubículos asépticos, desodorizados, y solo nos encontramos con el olor de nuestra propia mierda cuando pasamos cerca de una planta depuradora de aguas residuales.

Con los demás residuos producidos por nuestra actividad consumidora pasa lo mismo. Nos deshacemos de ellos de un modo algo organizado. Separamos los residuos orgánicos de los inorgánicos. Clasificamos estos separando el papel, el plástico, el vidrio. Algunos, incluso, guardan las pilas usadas por separado para ser depositadas en los escasos contenedores urbanos destinados al efecto.

La sensación que produce esa previa evacuación organizada de los residuos de nuestras casas, antes de pasar a las plantas de tratamiento, es que nuestra animalidad ha sido superada por un comportamiento responsable. A veces, sin embargo, nos llegan noticias que indican lo contrario. Un cura libertario que trabajó en el servicio de limpieza de Heliópolis, con quien mantengo una amistad intermitente, me contó que el destino final de las pilas era el montón de la basura orgánica. Una amiga con la que comparto algunas tardes de domingo jugando a los naipes, citando una fuente suya vinculada a las plantas de tratamiento, hizo que me cayera del guindo sobre el destino final del reciclaje.

Roberto Saviano, el escritor italiano amenazado por la Camorra, contó en un libro que las contratas de la basura en Sicilia incluyen la obligación de tratar los residuos, sobre todo los tóxicos,pero que los mafiosos beneficiarios de esas contratas se limitan a enterrarlos, sin tratamiento previo.

Eso, en lo que se refiere a los millones de toneladas de basura, mas o menos normal, que generamos y que ya no sabemos donde poner. Luego están los residuos nucleares. En la última contienda mundial, el general Le May y Mc Namara hicieron un simple cálculo estratégico, contaron los ahorros en bajas propias que podía suponer su criminal idea, y decidieron hacer uso del arma nuclear arrasando dos ciudades japonesas llenas de civiles, abriendo de paso un largo periodo conocido como la guerra fría, basado en el terror nuclear.

Terminada la contienda, en todas las ciudades europeas hubo exposiciones propagandísticas, bajo el lema 'Atomos para la paz', que buscaban convencer a los ciudadanos de las bondades de la energía nuclear. Aquí, en Heliópolis, en el antiguo palacio ferial, las hubo.

Ignoro porqué se decidió aplicar la tecnología nuclear a la producción de energía. ¿Mala conciencia por el uso salvaje que se hizo de esa tecnología en tiempos de guerra? ¿Complemento necesario de la estrategia de terror y amenaza de la guerra fría? ¿Los científicos y políticos que la promovieron no habían leído el Quijote, en especial el capítulo sobre los molinos de viento? No sé.

Lo cierto es que la salvajada de Chernobil, con su atroz realidad contemporánea, resultó ser una contra programación inesperada que puso en evidencia la falsedad de toda la elaborada y extendida promoción de la energía nuclear como una fuente necesaria para la actividad humana.

Ahora, curiosamente, todo el mundo quiere tener un almacén de residuos nucleares cerca. Bueno, el sol, dicen, es un reactor nuclear, y su caricia en la piel nos produce bienestar, pero es porque su núcleo está convenientemente alejado de nosotros.

He oído por ahí que alguien está investigando la posibilidad de colocar los residuos nucleares en el espacio. No si es una solución viable, pero el mejor residuo nuclear es el que no se produce. Tal vez la aceleración en el recurso a las energías renovables, y una sociedad menos consumidora de energía y menos productora de residuos, serían una solución mas amable con el entorno y con quienes lo habitamos.

Hay dos elementos que definen con claridad la calidad de la civilización contemporánea, los millones de toneladas de residuos de todo tipo que produce, y la mesocracia cada vez mas dominante en la política. Yo no conozco ninguna solución para eso, ni se de nadie que la tenga.

Tal vez la solución está en el interior de cada uno. Si el hombre, como colectividad, es capaz de los mayores estropicios, solo el puede ser capaz de remediarlos. Eso exige, como primer paso, echar una mirada alrededor y reconocer el estropicio, después, el mismo impulso colectivo que lo originó, puede ser capaz de reducirlo, con permiso de las relaciones de poder.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 1-02-10.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios