Cuando, después de 1.789, tras la toma de la Bastilla y mucha confusión pos revolucionaria, las clases aristocráticas se dejaron cortar el cuello, lo hicieron con la suprema elegancia de quien se siente parte de un club reservado a reyes y dioses, y se sabe inmortal, y dando propina al verdugo para que hiciera un trabajo fino.
Luego llegó un corso muerto de hambre, Napoleón, y con el mal gusto que caracteriza a las clases bajas se hizo coronar emperador con el clásico laurel. La restauración de la monarquía no hizo sino confirmar la inmortalidad de la clase dominante de entonces. Napoleón, dicen los que entienden, fue un estratega militar, a mi me parece que fue sobre todo un visionario y un precursor del turismo, por su afición a viajar por Egipto y Rusia, puso de moda el orientalismo y gracias a sus correrías por la estepas rusas podemos escuchar la Obertura 1.812, que describe el incendio de Moscú, con toque de campanas incluido.
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Cuando Napoleón se dejó caer por aquí, sorprendido al ver que este todavía era un país salvaje de bandoleros, manolas y curas ultramontanos, escandalizado por la ausencia de tratados modernos de derecho civil que regularan las relaciones entre ciudadanos, dejó el encargo de que se instaurara un mundo de derecho romano renovado que, en alguna medida, todavía está presente en muchos de nuestros textos legales.
Así como fue algún tipo de tribunal popular o revolucionario el que determinó que rodaran las cabezas de la aristocracia francesa, los tribunales de hoy, que todavía consultan en sus libros preceptos que tienen su origen en los códigos napoleónicos, en ocasiones cometen arbitrariedades tan ajenas a los principios del derecho, que mas que tribunales parecen apéndices serviles que se constituyen en una prolongación del poder político o económico.
Una de las cosas mas absurdas del mundo del derecho, visto desde fuera, es que, cuando un tribunal comete una arbitrariedad, se confíe a otro tribunal el juicio de calificarla, o no, como tal, cuando lo sensato sería pedir una segunda opinión, ajena al mundo de los jueces, ¿no?.
La prensa no cesa de publicar informaciones relativas a las arbitrariedades cometidas por los tribunales, un día tras otro. Solo mencionaré algunas. La sentencia que condena al juez Garzón por investigar Gürtel, uno de los casos mas sangrantes de corrupción institucional. La admisión de querellas y personación de partes de grupos que, en la justicia alemana, estarían proscritos y fuera de la ley. La admisión de querellas de individuos con responsabilidades políticas en casos de corrupción que responden por medio de querellas contra las acusaciones fundadas que los incriminan.
En todos estos casos se manifiesta, a ojos del profano, una actitud no neutral de ciertos tribunales que ejercen su poder de decisión en favor de una de las partes, a la que son afines. Otro ejemplo mas reciente, una autoridad acaba de prohibir el itinerario de una manifestación de la libre voluntad de los trabajadores para protestar por la contrarreforma laboral, que no podrá discurrir por el lugar de la ciudad que había elegido para manifestarse, y deberá hacerlo por otro itinerario, porque quienes deciden en esto desean que prevalezca el derecho de los 'festeros' sobre el del común de los ciudadanos. Otro abuso de autoridad que merece la repulsa general, y una limitación que no debería ser aceptada por los manifestantes.
Es tal el ejercicio de abuso de poder que se percibe en los últimos tiempos, que parece que se nos quiere llevar, de nuevo, a los tiempos de la toma de la Bastilla. Los rostros de los jefes de la patronal que asoman una y otra vez en la televisión, con mensajes que pretenden obtener la sumisión de los trabajadores a las nuevas fuerzas dominantes, parece que expresan que estos caballeros no son conscientes de lo que sucedió cuando sus homólogos del siglo XVIII trataron de imponer un poder sin limitaciones a sus siervos.
No estaría mal que Rosell y la Patronal madrileña, en los ratos libres que les dejen sus maquinaciones para esquilmar a los trabajadores, vuelvan a las lecturas --que seguro que ya habrán hecho-- del origen y consecuencias de los procesos revolucionarios del siglo XVIII, aunque es dudoso que estén preparados para afrontarlos con la elegancia de sus predecesores.
En fin. Tribunales.
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