sábado, 7 de abril de 2012

CLAVARIESAS

Ayer, como nos hemos quedado en casa por prudencia meteorológica, renunciando a formar parte del rebaño vacacional de estos días, fuimos a ver la procesión del Santo Entierro, acompañados por unos amigos del Cabanyal.

La verdad, después de hora y media de observación antropológica del desfile de las cofradías me pareció que el cura que ha montado un cirio destacando la poca religiosidad de los cofrades, exageró. A mi todo me pareció religiosamente correcto, las vestimentas, las actitudes, la extraordinaria calidad artística de las imágenes, todo encajaba con dignidad en la motivación del acto. Aunque, también es verdad que hubo algunos detalles chocantes que me parecieron fuera de lugar.

Como he bajado al Maravillas y a pesar del solete, la temperatura es aún un poco baja, voy a dedicar unos minutos a glosar esos detalles que merecieron mi atención.
(...)
El acompañamiento musical de algunas cofradías me pareció excesivo. En estos casos, lo que mejor acompaña, creo yo, es el silencio. Se puede aceptar que la percusión ponga un tono dramático en el paseo, pero el viento, tiene sus riesgos. Aunque una de esas bandas de viento interpretó, con acierto, una marcha fúnebre, a otra le dio por un pasodoble torero, dejando a la afición en espera de que saliera la vaquilla que, por cierto, no salió.

Estas cosas pasan en estos actos porque, como mi amigo Antonio me explicó, cada cofradía es soberana al interpretar el estilo del espectáculo. Así, unas matronas romanas iban con botijo y otras no, unos romanos de verde fosforito y otros con colores mas discretos, unos estandartes plegados o abatidos, y otros enhiestos y orgullosos. Diversidad, se llama esto, dentro del mensaje común de todos los cofrades.

Con independencia de las diversas intenciones de las puestas en escena, que se suponen ideadas para conseguir el favor del público, además de para conmemorar la pasión y muerte del protagonista de la historia, está la percepción del público, que, según sea mas o menos distante, esté mas o menos implicada emocionalmente en la representación, puede ser, como lo diría, desde admirativa hasta algo hostil.

A mi hubo algo que me provocó cierta hostilidad, si, la presencia de clavariesas, esas señoras con teja y mantilla, a las que imagino dando la tabarra todo el día al cura de la parroquia, y me recuerdan demasiado el entorno procesional de mi niñez, que fue alegre y afortunada, como todas, a pesar del entorno.

Los años cincuenta del pasado siglo fueron, al menos en mi barrio, una continua presencia
callejera de curas y clavariesas en las calles. Portaban, ellas, grandes cirios, y ellos
dedos ensortijados que se dejaban besar por los vecinos. Tal vez, mi pacífica hostilidad hacia los curas, con los que no estudié, cuyas parroquias no frecuenté, tuvo su origen en la intromisión de un sacerdote en nuestros juegos de carnaval. Disfrazados de guerreros árabes combatíamos con nuestras espadas de madera, cuando un cura se interpuso en nuestros juegos y consiguió que mis compañeros rompieran sus espadas, cosa que yo no hice, porque venía de una tradición familiar agnóstica, y la obediencia a los curas no formaba parte de mis hábitos.

Tal vez, de aquel mínimo incidente, viene mi asociación entre clavariesas y tendencias censoras y prohibicionistas de los curas que, en aquellos años de la España nacional católica, fueron el estamento mas influyente en la vida social.

A pesar de esa visión negativa de las clavariesas, no propongo que sean excluidas de las representaciones de semana santa, pero si, que cada cofradía mande a las suyas una temporada con esa tribu de Papúa que se come a los brujos, y que solo desfilen las que hayan sobrevivido a la experiencia. Sería un modo de guardar la tradición, y asegurar la condición virtuosa de las que desfilen.

Hora y media después del plantón que nos dimos viendo las procesiones, nos dejamos caer por Spagetti and Blues' un lugar fronterizo en la raya de Alboraya, donde fabrican su propia cerveza. Tienen una terraza cubierta donde se puede fumar. Probamos la de malta, doble malta, triple malta, doble lúpulo, triple lúpulo, pilsen, y otras y, antes de comernos la monumental Calcone, una pizza que, cuando la sacan hinchada por el vapor del horno de leña parece un animal prehistórico, ya teníamos cogido medio pedo con la cerveza.

Menos mal que el paseo hasta casa de Antonio, nos despejó, de momento, porque luego el mojito que Antonio preparó con su máquina eléctrica de picar hielo, la hierbabuena de su jardín, el azúcar moreno, la lima, el limón, el ron que tenía disponible en ese momento, y la soda, nos ayudó a confabularnos para pasar juntos parte de nuestras vacaciones no aborregadas. Nosotros, a partir del lunes, en Benidorm. Ellos, en Guadalest. Hemos quedado en llamarnos y aprovechar el par de días en los que vamos a coincidir.

En fin. Clavariesas.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 7-04-12.

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