"Concluyo la crónica del viaje a la Sierra de Albarracín con la sensación de que los paseos por la memoria
discurren por suelos llenos de fisuras, trampas y agujeros, aunque asumo el riesgo de combinar pasado y presente en el relato, como un émulo de Proust, 'En busca del tiempo perdido', quien se pasó media vida buscando el sabor de las magdalenas de su infancia.
Así, la primera vez que estuvimos en el Algarbe, hace décadas, nos alojamos en una canadiense y al visitar el vecino pueblo de Moscardón observamos que no existía ningún bar allí, pero vimos una chapa de Coca-Cola en la fachada de una casa, entramos acompañados de los vascos que conocimos en la acampada, y la señora de la casa nos hizo pasar a su comedor, donde sus niños se distraían con la tele, y alrededor de esa estancia doméstica tomamos un helado de café y nata.
En el segundo viaje al mismo lugar, las cosas habían cambiado mucho. Nos alojábamos en nuestra caravana. En Moscardón, habían construído un ayuntamiento encima de un bar. Un par perfecto, mientras los concejales se abroncaban arriba entre eílos, el bar era un espacio de convivencia, con una diversidad sin broncas, expresada junto a una taza de café, o una cerveza, siempre que no fuera Amstel.
En este país hay entre uno y dos millones de bares, con lo que la paz ciudadana
está garantizada siempre que los consistorios y los bares estén debidamente separados.
En nuestra reciente estancia en las tierras de Albarracín, al visitar Gea, no solo hemos descubierto que han puesto un pavimento enlosado que es una pasada de comodidad, sino que han reconvertido el convento en restaurante.
Allí tomé, en el antiguo refectorio de los monjes, el tercer día, y casi resucito, unos garbanzos muy bien cocinados,con trocitos de cerdo, carlota y otras fruslerías, seguidos de una perdiz escabechada y un exquisito flan de café, por once euros.
Además de un par de copas de vino tinto con gaseosa, que me produjo tal aceleración de la función renal que al llegar al wc el camal izquierdo del pantalón estaba todo mojado de orina. Menos mal que un cartel indicaba el acceso al gran patio del aljibe del convento, con ventanas de alabastro, donde se podía fumar y allí estuve simulando que fumaba, cuando en realidad buscaba el efecto del sol para disimular la guarrería del pantalón. Un éxito, nadie se percató de la meada.
Nuestro conocimiento de la geología actual de la sierra de Albarracín en nuestro paseo al mirador, nos descubrió, otro día, que el paisaje geológico, si cambia, lo hace muy lentamente, mientras que el paisaje humano lo hace con la celeridad que imprime cada generación sobrevenida, por eso, cuando visitas un lugar que estimas ya conocido, te llevas muchas sorpresas, como la del convento de Gea, o la iglesia de Frías, donde estuvimos otro día, sin que sea capaz de nombrar su estilo arquitectónico, pues nunca había visto nada parecido, así que, supongo, que se trata de un estilo serrano, al margen del gótico flamígero y esas cosas.
Hacer nuestro ligero equipaje, terminada la estancia en la casa reservada en Albarracin, sin que, afortunadamente, se nos haya llevado por delante ningún vehículo en la exigua acera, ha sido cosa poca.
Luego, hemos emprendido el regreso, y nos hemos detenido de nuevo en Barracas, para tratar, con la medicina de un café, la somnolencia propiciada por el ágape en el convento de Gea."
Esta mañana, al regreso de La Fuente donde he tomado café, tenía la mente en blanco, no se me ocurría nada para la tercera parte de la crónica de nuestro viaje, hasta que, gracias a Marcel Proust, he transformado lo que iba a ser una crónica en una breve reflexión sobre la búsqueda del tiempo perdido.
Lo dejo, voy a leer la prensa, seguro que viene
calentita, sí.
En fin. Albarracín 7,8,9 Octubre ( 3 )
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 11 10 17.
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