miércoles, 25 de octubre de 2017

OTRA VEZ LA MEMORIA...

Hoy he tenido un día un tanto ajetreado. La concejala de mayores del Ayuntamiento de Heliópolis, Sandra Gómez, me ha concedido, previo sorteo, cuatro entradas gratuitas para una representación teatral y un concierto, la próxima semana, con el solo requisito de pasar a recogerlas por una dependencia municipal.

A las ocho treinta ya estaba en la parada del bus 6, sin tiempo para visitar La Fuente ni pasar por el Maravillas, mis dos bares, no solo favoritos, imprescindibles.

Media mañana en cola y al final no quedaban entradas, ni para el teatro, ni para el concierto. Gracias de todos modos, Sandra, por tus buenas intenciones.

Por la tarde, hemos ido a planchar a casa de nuestra hija, en la Pedanía de El Saler. He acompañado a mi mujer, pero, como ella es la más hábil con la plancha, yo he pasado la tarde tomando unos cubatas en Ca' Pepe.

Allí, contemplando las maravillas naturales de ese lugar boscoso mediterráneo, ha venido a mi memoria la existencia de un papel escrito por mí hace años, con ocasión del día de San Valentín, en febrero de 2005.

He preguntado a mi mujer ¿conservas ese papel? --entonces, en 2005, yo todavía usaba papel para escribir, no estaba en la nube-- quiero decir, no estaba en las nubes, como hoy, por haber dejado ocho días de tomar el litio.

Lo cierto es que Encarna guardaba ese papel con mucho cariño, en el montón de las facturas atrasadas y tras recuperarlo, lo ofrezco en el blog como otros ofrecen sus incunables a las bibliotecas públicas. Dice así:

LA CORONA DE JAZMIN. "En la geografía suburbial de Heliópolis, en los años cincuenta del pasado siglo, las niñas de seis años se coronaban de jazmines y dompedros como si estuvieran destinadas a ser vestales de los templos griegos, aunque, como estaban aprendiendo a leer, todavía no eran conscientes de que formaban parte de la cultura greco latina.

Paseaban por las riberas de las acequias, en el entorno rural del barrio, y escogían los ejemplares más tiernos de cañas en los mismos cañaverales donde algún gañán insano, aprovechando la primera oscuridad, desfloraba una inocente virgen de vez en cuando, que luego aparecía flotando en las aguas de las acequias, coronada de flores.

Las niñas extraían las médulas de esas cañas y fabricaban con ellas una geometría vegetal, y en ese círculo sagrado, ensartaban las flores de jazmín y se coronaban, sin saberlo, con la misma ceremonia dionisíaca practicada por las diosas de la antigüedad clásica.

Una de aquellas niñas comparte conmigo todavía la dulce contemplación de la vida crepúscular, en el mismo barrio que antes fué rural y ahora es furiosamente urbano, pero cuando miro sus ojos, a veces verdes, otras castaños, siguiendo el variable capricho de la luz de Heliópolis, veo todavía a la niña coronada de jazmines paseando su inocencia infantil por las riberas de las acequias, en medio del silencio vegetal de la ciudad pre industrial, solo roto por el vuelo de las libélulas, y doy gracias a los dioses de la antigüedad por haberme permitido compartir mi vida con ella.

La dulzura, a la par que la firmeza de su carácter, la elegancia de su presencia, aún se mantienen como cuando fuímos jóvenes, a despecho del tiempo arrasador. El aroma de su piel conserva algo de frutal, como si en sus correrías infantiles hubieran arraigado en ella, para siempre, las cualidades de los frutos autóctonos que desbordaban los caminos rurales de nuestra infancia compartida.

Gracias, Encarna, por existir. "

Ya ven, otro paseo por la memoria, en este caso escrita, no neuronal,en un día en que me siento al recordar lo escrito, un tanto extraño, como de otro planeta, el planeta del amor compartido durante casi seis décadas.

Debe ser culpa de haber déjado el litio unos días, que es un estabilizador del ánimo, y a la vez, de las emociones. Sospecho que es así porque ayer tarde, al volver del Aula de Teatro, me enamoré de la luna. Solo 1/4 de luna visible, pero con un brillo espectacular en el centro de un cielo despejado, que me hizo exclamar, para mi mismo, Júpiter!, sírveme esa luna, que me la voy a comer, pero con salsa de pesto.

El texto aquí publicado hoy, pudo haber sido el preámbulo de un libro, pero ya tengo escritos cuatro o cinco, de cuando escribía sobre papel, ejemplares únicos, autoeditados, que duermen el sueño de los justos en alguna caja vieja.

Desde que empecé en el blog, he dejado el papel, me gusta la nube, me gusta, a veces, vivir en las nubes, por eso he dejado el litio durante ocho días, aunque hoy ya he vuelto a tomarlo, aumentando además la dósis, porque este proceso eufórico que se avecina me recuerda tiempos pasados que no han de volver a repetirse.

En fin. Otra vez la memoria...

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 25 10 17.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios