jueves, 13 de diciembre de 2007

EL CUATRO DE JULIO

"El cuatro de julio amaneció un día luminoso y alegre. El desfile discurría por Park Avenue entre millares de curiosos. En primer término, un Cadillac con techo solar conducido por Ambros Villelonge, quien, después de verse obligado a abandonar Princeton debido a la rápida bancarrota de su familia y trabajar como taxista en N.Y. durante algún tiempo, fue contratado por Dually como chofer y secretario personal, por una de esas ironías del destino que parecen una idea de folletín, pero que en la realidad suceden con mas frecuencia de lo que pensamos.

Por encima del techo solar asomaba Dually, travestido con su ceñido modelito azul, peluca rubia y el rostro cubierto con una máscara. Detrás, siete jinetes montados con la bandera confederada apoyada en su arnés, cada uno representando a una gran corporación, vestidos con una camiseta xerigrafíada con un facsímil de la factura por suministros energéticos o telefónicos que emitían a los millones de primos que seguían el desfile por la C.N.N.

De izquierda a derecha, cabalgando con un trote solemne, aparecía la compañía del suministro de energía eléctrica, seguida del consorcio de compañías petrolíferas, la asociación de banca globalizada, la corporación de gas natural, el consorcio de seguros, el gran arquitecto de los portales de Internet, y la asociación patronal de las compañías de comunicaciones, telefonía y plataformas digitales, que presidía Dually.

Ese grupo de jinetes que cabalgaba con solemnidad detrás de Dually, representaba a unas organizaciones que, en su conjunto, digerían en sus insaciables tripas mas del setenta por ciento de los ingresos de los ciudadanos de a pie, que aplaudían con fervor patriótico la triunfante comitiva y cuyo destino esencial en el mundo era vivir el mayor número de años posible, para seguir pagando puntualmente las abultadas facturas que procuraban a aquellos desaprensivos unos beneficios obscenos obtenidos, no por la prestación de un servicio, lo que sería razonable, sino por un vertiginoso proceso de especulación financiera, con su origen en la transición de la concepción regional de los negocios a una nueva manera de vaciar los bolsillos de los primos.

Cubriendo las espaldas de los jinetes desfilaban, a pie, los representantes del congreso y el senado, la policía metropolitana de N.Y., jueces y abogados, el gobierno en pleno y los prelados de las iglesias de las confesiones mayoritarias.

Por último, una cohorte de desarrapados, indigentes, transeúntes, mutilados de guerra, con sus heridas abiertas supurando de modo perceptible, veteranos de Corea y Vietnam, de Irak y Afganistán, mineros con un avanzado grado de silicosis, trabajadores contaminados de la industria nuclear, con sus hijos afectados por visibles malformaciones, niños sin extremidades inferiores, reventados por minas antipersonas, arrastrándose por el asfalto sobre sus muñones.

Un maestro de ceremonias dirige toda la comitiva y persuade a los asistentes para que ensayen el himno nacional, coreado por las inevitables animadoras que cierran el desfile junto a la banda de música de N. Orleáns, venida para la ocasión.

Mientras, desde las ventanas de los edificios que flanquean la avenida, una nube de confeti cae blanda sobre el asfalto y un tirador apostado en una oficina vacía ensaya su puntería orientando su blanco entre los ojos de Dually.

Asomando por el techo solar de su Cadillac, ofreciendo un blanco perfecto, Dually reflexiona sobre su peripecia vital que le ha convertido de oprimido en opresor, hace balance de su vida como si un sexto sentido le advirtiera de la oportunidad de hacerlo. Acababa de leer la biografía que un chupatintas había escrito y publicado a su costa, y no se reconocía en absoluto en aquel pelele sujeto con alfileres que aquel tipo había construido, sin acertar a resolver la transición entre el muchacho ignorante y tímido que, en efecto, había sido, y el hombre maduro que era, ambiguo y contradictorio, vacilante y decidido, amante del poder como medio de combatir los poderes que coartaban su libertad, que le infligían humillaciones y limitaban su desarrollo personal, a cuyos representantes despreciaba profundamente.

El dinero nunca fue para el un fin en si mismo, y esto no lo había comprendido en ningún momento el torpe dibujante que había trazado un burdo bosquejo de su ambición y su falta de escrúpulos, sin ahondar en las auténticas raíces de su impulso liberador. La acumulación de dinero siempre la entendió como una condición necesaria para defender su propia dignidad personal de quienes no saben usar con elegancia los atributos de la fortuna y hacen de la humillación de los otros el vehículo de su propia estimación.

Esto lo comprendió mientras repartía los naipes en los casinos de N. Orleáns y perdió su inocencia viendo entrar a Julieta en las estancias privadas de su patrón. En ese momento entendió que el fin, la propia libertad, justifica el empleo de los medios para obtenerla.

Ignoraba entonces que la pérdida de sus raíces en ese largo combate que había durado media vida le iba a convertir en un desconocido para si mismo. El hombre poderoso y liberador que había soñado ser, ya no reconocía en su interior a aquel otro que deseó ser liberado. Ese proceso le había transformado de tal modo, que le hacía dudar de la utilidad del esfuerzo. El resultado, un ser sin identidad, un desarraigado que dudaba de todo, de sus afectos, de sus triunfos, de su propia sexualidad, era alguien a quien entristecía la memoria melancólica de la inocencia perdida, y que solo se sostenía ya por la fuerza ciega del poder.

En un íntimo esfuerzo de búsqueda de su propio pasado, Dually palpaba cada pulgada de su piel, intentando encontrar algún vestigio de lo que fue, un signo material de vida de aquel muchacho que flotaba, indiferente, en su memoria, como un plasma sin rasgos, un flujo celular que había abandonado, por puro hastío, la costumbre de comunicarse con el cuerpo adulto que lo albergaba como un objeto ajeno.

€n ese intento desesperado de recuperación de su identidad se veía caminando por los polvorientos barrios de su infancia, pero su piel endurecida por el tiempo no percibía ya la textura del polvo que intentaba recordar. Todavía podía evocar imágenes de aquel otro que lo habitaba sin reconocerse en el, pero esa visión errática de su ser mas antiguo se resistía a encarnarse en sus huesos, en sus vísceras, en su flujo sanguíneo, limitando su presencia a un testimonio mudo, un reproche silencioso y doloroso que le producía una insoportable desolación, no tanto por la imposibilidad de recobrar una pérdida, sino por la decepción de no poder preguntarle, ¿cuándo?...¿cómo?...¿porqué?.

Dually, hastiado del mundo al que se había encumbrado, consciente de lo poco que valía su libertad personal en un mundo corrompido, hacía algún tiempo que se había convertido en un incómodo obstáculo para los de su clase. Su renuncia a participar en los negocios con gobiernos títeres puestos por occidente en lugares de Africa, Latinoamérica y Oriente, sus tardíos escrúpulos por los procedimientos de la minoría elitista de la que formaba parte, le estaban convirtiendo en un creciente peligro para los intereses que, teóricamente, estaba obligado a defender.

Desde que inició, discretamente, sus actividades de financiación de grupos pacifistas antisistema, sin importarle el creciente interés de los servicios de inteligencia por el destino de esos fondos, siempre pensó que eso no era suficiente y ahora estaba madurando abandonar los Estados Unidos para ocuparse personalmente, aportando su experiencia, de la logística de esos grupos incipientes, para cuidar que los recursos que asignaba no fueran destinados a otros fines.

Ahora, mientras participaba en el desfile, pasaron por su memoria los momentos de su breve viaje de regreso a N.O., unas semanas antes. La inmensidad púrpura de los campos de algodón iluminados por la luz fluvial de la tarde, la dura fachada de cemento y cristal del centro comercial que ahora ocupaba el socavón que dejó la explosión de la gallera de Salomon Store, poco antes de que el decidiera dejar la ciudad. El rostro de Julieta y sus inocentes cuerpos desnudos corriendo entre la fronda, y el perfume de violetas que emanaba con una brutal sensualidad del cuerpo de Scarlet. Las mujeres y los hombres que conoció en su larga marcha hacia la conquista del poder. Recordó a Blanche en el salón de cine de Princeton, la velada con Lola antes de su trágica muerte. Pasaron por su mente, con fugacidad, una sucesión de breves encuentros en lugares sórdidos del Bronx, primero con mujeres blancas, luego con hombres, cuando el mismo se disfrazaba de rubia oxigenada, en sus aventuras desesperadas, buscando escapar de su íntima soledad, cada vez mas dolorosa y evidente.

Esbozó una sonrisa al recordar las jugarretas que le había gastado Caín durante su aprendizaje en Salomon Store, y el sabor a fruta fresca de la sandía que había comido con glotonería en las calles de N. Orleáns, mientras las bocas de riego dejaban escapar un vapor denso y concentrado que se confundía con la respiración hedionda de los lodos del pantano, y su piel recobró en ese instante la facultad sensible de percibir la textura del polvo de los caminos de su infancia y la cálida sensación de humedad canicular de aquel verano antiguo. Entonces sintió que aquel muchacho cuya imagen habitaba indiferente en su memoria salía de su letargo, le reconocía y se unía a el con una intensidad física reconocible, que dejó rastro en cada órgano sensible de su cuerpo, a la vez que la dolorosa sensación de dualidad que le había atormentado durante décadas, desaparecía de pronto. Volvía a ser Sam. Dually estaba, definitivamente, muerto.

En el mismo instante en que Sam esbozaba esa serena sonrisa, una detonación que no fue audible en medio de la algarabía del desfile, envió un único proyectil de grueso calibre que le acertó entre los ojos y le hizo doblarse como un muñeco sobre el techo del Cadillac, mientras la masa de desesperados que cerraba el acto, animada por el maestro de ceremonias, entonaba las últimas estrofas del himno nacional."

(Fragmento de “Marc el desmemoriado” 2003/2004.)

Lohengrin. 13-12-07.

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