martes, 18 de diciembre de 2007

ORNITOLOGÍA

Una vez fui a visitar a un ornitólogo amigo y me contó que, en la enorme pajarera de su jardín, los pájaros que allí habitaban permanecían en silencio día tras día, desde que comenzaron las tardes declinantes de noviembre, y el único sonido que se escuchaba era el rumor de las hojas secas de las acacias movidas por el viento.

Ni siquiera el jilguero ciego de dos colores, el virtuoso de la población aviar, articulaba sonido alguno. El ornitólogo, después de descartar las posibles causas naturales origen de aquel silencio, tras una concienzuda investigación sobre la salud de sus pájaros, había llegado a un punto de incertidumbre en los remedios que debía aplicar. Tuvimos una larga conversación sobre el asunto y mi amigo tomó una decisión extrema. Si no cantan, que compongan.

Tapizó el suelo de la pajarera con papel pautado, dejó un cacharro con tinta china junto a los bebederos, salió del recinto y se dispuso a esperar. Al cabo de unas horas volvimos y retiró el papel pautado de la jaula. Nos detuvimos a observar las marcas dejadas por las patitas de las aves impregnadas de tinta y nos sorprendió encontrar cierta regularidad en sus repeticiones y un ritmo musical implícito en el modo en que se hallaban distribuidas.

Llamamos a un amigo común, músico de cuerda y le pedimos que interpretara, junto a la pajarera, las primarias notas dejadas en el pentagrama. Al arrancar el chelo, todas las aves de la colonia se unieron al concierto en una única, variada y virtuosa interpretación que provocó el asombro del ornitólogo quien, nunca antes en su larga vida de observador de la conducta de los pájaros, había escuchado nada igual.

Meses mas tarde, el ornitólogo me contó que los pájaros siguieron cantando aquel invierno y continuaron sus trinos en la primavera y el estío siguientes. Al llegar el siguiente otoño, cuando le visité otra vez, los cantos habían variado de registro y habían vuelto a sus pautas anteriores. Cuando el ornitólogo trató de que sus pájaros compusieran de nuevo, se encontró con su distraída indiferencia pues, al recoger el papel pautado, no hubo rastro de la tinta china, que las aves habían despreciado y en su lugar había una enorme mancha difusa producida por las deposiciones de los pájaros cantores.

Pasaron muchos otros otoños y los pájaros nunca volvieron a componer, pero ya no retornaron a la etapa de silencio.

Años después, mientras tomábamos un té en el bar de un hotel, mi amigo y yo conversamos sobre la singular experiencia de sus pájaros compositores, que seguíamos sin entender y aventuramos algunas hipótesis. Que todos los seres vivos tienen capacidades creativas. Que no todos los seres con capacidades creativas las utilizan. Que algunos seres vivos utilizan sus capacidades creativas con regularidad y otros no. Que ciertos seres vivos están sujetos, en el uso de sus capacidades creativas y en otros aspectos, a periodos cíclicos. Que, en realidad, nosotros lo ignorábamos todo sobre los seres vivos, sus capacidades creativas, su modo de usarlas, y, por supuesto, sobre la existencia de los ciclos y su lógica, si es que tienen alguna. Que, habida cuenta de nuestra ignorancia, no estábamos capacitados para establecer, de modo fiable, ninguna hipótesis que explicara con rigor la rara conducta de los pájaros.

Terminado el breve intercambio de razonamientos, nos centramos en saborear el té que nos habían servido. Concluimos que no sabíamos nada de la conducta de los pájaros, pero nuestra capacidad sensorial indicaba que el té que nos habían servido era de una calidad excepcional. Preguntamos al camarero la procedencia del té.

--Es un Earl Grey Classic, de Fortnum&Mason, lo hemos recibido esta tarde, directamente de Londres. Celebro que les haya gustado.

(Fragmento de “Marc el desmemoriado” 2003/2004. Versión revisada 2007)

Lohengrin. 18-12-07.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios