viernes, 7 de diciembre de 2007

SOCIALCENTRISMO

El socialismo, como la felicidad, es una aspiración humana nunca cumplida. Los padres fundadores de los partidos socialistas europeos pensaban que los movimientos asociativos sindicales y los partidos políticos socialistas eran herramientas que podían oponerse a los abusos de un capitalismo que, a principios del siglo XX, habitaba los mercados en un entorno en el que el colectivo de trabajadores apenas tenía derechos.

Las discusiones sobre la naturaleza del socialismo protagonizadas por los teóricos de entonces, y los asesinatos de figuras del socialismo relacionadas con el ejercicio del poder en su nombre, como el de Trotsky ordenado por Stalin, seguramente hicieron derramar tantos ríos de tinta que ningún centro de documentación, por grande que sea su capacidad, sería capaz de albergar todo lo que se ha escrito sobre el asunto.

Desde el exterior de esas discusiones y análisis históricos, uno, en su ingenuidad de autodidacto, aun a riesgo de caer en el reduccionismo, opina que ha habido --descontando el libertario, tan desconocido-- dos grandes formas históricas de socialismo. Socialismo democrático y Socialismo autoritario. La figura de Rosa Luxemburgo está dramáticamente inserta en esa dicotomía y refleja muy bien el conflicto que precedió a la implantación del socialismo autoritario, mal llamado socialismo real, en la órbita del poder soviético.

El hecho de que el socialismo se implantara en Rusia, una nación sin experiencia ni historia democrática previa, y no triunfara en Europa, exceptuados los países del Norte socialdemócratas, está, en mi opinión, en el origen de su fracaso histórico y explica la facilidad con la que, en el siglo XXI, el capitalismo vuelve a comportarse como lo hacía a principios del siglo XX, en términos de su relación con el trabajo.

La ausencia de estructuras democráticas en la Rusia soviética, impidió la maduración de un socialismo europeo y determinó, a la larga, su propia descomposición. A menudo se olvida, sin embargo, que las mejoras de todo tipo, sociales, económicas, sindicales, que obtuvieron las clases trabajadoras europeas después de la segunda contienda mundial, se debieron a la paradoja de que, mientras los trabajadores soviéticos vivían en la escasez y el autoritarismo, el capitalismo occidental, forzado por la existencia de un poder alternativo que le amenazaba con su hostilidad ideológica y su potencial militar, planeaba un sistema de desarrollo capitalista incluyendo una serie de mejoras, condiciones y derechos de las clases trabajadoras, casi siempre arrancadas, antes que cedidas, que en modo alguno habría permitido, en ausencia de esa amenaza.

Los movimientos sindicales tuvieron un protagonismo esencial en ese proceso. El origen histórico de los sindicatos fueron las cajas de socorro mutuo que los trabajadores se vieron obligados a poner en marcha para atender las necesidades básicas de quienes se embarcaban en las primeras huelgas, sin ningún tipo de ayuda, salvo la solidaridad de los de su clase. Se fortalecieron, sobre todo en Inglaterra y Alemania, a medida que progresaba el desarrollo económico y social. Luego entraron, coincidiendo con la ofensiva neoliberal, en franca decadencia hasta convertirse en corporaciones burocráticas. Aunque aun conservan el nombre de sindicatos, su actuación tiene poco que ver con la de aquellas organizaciones que tuvieron un papel preponderante en la mejora de las condiciones sociales y económicas de los trabajadores entre los años cincuenta y noventa del siglo XX.

Así, la evolución social de los colectivos de trabajadores en Europa occidental, en las cuatro décadas y media que siguieron al fin de la última gran guerra estuvo marcada por una tríada que hoy es inexistente, movimientos sindicales potentes, un sistema de socialismo autoritario hostil al capitalismo y con un poder ofensivo temido, un capitalismo consciente de la necesidad de vencer al adversario en todos los terrenos, en el militar, en el económico, en el ideológico, aun a costa de ceder a la fuerza de trabajo, --temporalmente, como se ha visto después-- mayores ventajas que a sus homólogos del Este rojo, a través de las libertades formales, de los derechos sindicales y del consumo.

Desde que en 1.989 el socialismo autoritario se derrumbó y después de un periodo de transición no demasiado largo, las estadísticas de distribución de la renta nacional en los países del centro y sur de Europa, muestran un retroceso sustancial de la participación de las rentas de trabajo en el conjunto de la riqueza creada. Algunos sostienen que eso es un síntoma de bienestar. Cada vez hay mas gente que se enriquece. Para una correcta interpretación de ese dato, hay que considerar a la vez cual ha sido la evolución del salario medio en términos reales. Sin negar que el número de ciudadanos que se enriquece aumenta, no es menos cierto que quienes no pertenecen a esa tribu se empobrecen aún mas rápidamente.

Dado que las economías actuales, sobre todo la de USA, dependen sustancialmente del nivel de consumo, hay que suponer que ese empobrecimiento individual no afecta a los niveles de consumo agregados, ya que una menor renta individual de trabajo disponible para el gasto, se compensa con un aumento en el número de consumidores aunque su retribución sea menor, con lo que el sistema sigue funcionando, por el benéfico efecto de la suma y el impulso añadido del crédito barato. A la vez, el consumo suntuario aumenta, por los beneficiados de la nueva situación de economías no reguladas, o poco reguladas.

Todos estos signos indican que el capitalismo occidental camina con paso firme hacia la recuperación del perfil salvaje que mostraba a principios de siglo, caracterizado por bajos salarios, precariedad del trabajo y, en casos extremos, situaciones de tráfico de mano de obra y semiesclavitud, como reflejan los movimientos migratorios de la última década.

Que queda, en este contexto, de los socialismos en los países de Europa central y del Sur? Desaparecido el socialismo autoritario del Este, reducidos los sindicatos a meros conglomerados burocráticos dóciles a los poderes del sistema, y ausente el capitalismo de rostro humano que habitó Europa mientras tuvo enfrente a un competidor hostil, lo que queda del socialismo es lo que siempre lo caracterizó, una voluntad, una esperanza, unas raíces éticas. Parece poco, pero es mucho. Ya no hay revoluciones en Europa, apenas hay proletarios, en el sentido de trabajadores con conciencia de serlo, pero hay muchísimos ciudadanos que suscriben, comparten y votan, proyectos de socialismo democrático, con voluntad de progreso y raíces éticas bien definidas, claramente diferenciadas de las propuestas neoliberales que tienen su origen en el nuevo conservadurismo USA.

Ese segmento numeroso de ciudadanos, no se merece que los nuevos socialistas que anteponen el pragmatismo a la ética, en lugar de conciliarlos, se ubiquen ahora en el socialcentrismo, esa moda decadentista que se ha dejado influir por aquellos que proclaman que el socialismo es una cosa antigua, pasada de moda. El socialismo es, ahora, como antes lo fue, una aspiración humana nunca cumplida.

El socialcentrismo que se nos anuncia en las campañas electorales, reduciendo impuestos al modo neoliberal, sin la fuerza ética y utópica que lo impulse es, simplemente, una derrota moral, a la que le puede seguir una electoral por la abstención de los muchos ciudadanos que buscan una alternativa ética al neoliberalismo rampante.

En España estamos en época de campaña electoral. Aun es tiempo para que los responsables socialistas, que están derivando hacia posiciones socialcentristas, corrijan el rumbo. Les van en ello millones de votos. Entre ellos el mío. Si no lo hacen, muchos nos iremos a pescar el día de las elecciones, siempre será mejor que votar un proyecto derrotado moralmente antes de ser aplicado.

Lohengrin. 7-12-07.

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