domingo, 23 de diciembre de 2007

LA DESMEMORIA DE MARC

-“Soy tan pobre que no tengo hipoteca".

El tío de la seguridad social se me quedó mirando con una sonrisa ambigua. Me miró de arriba abajo, con su aire de macarra, con manga corta el gachó, en pleno febrero, un chaleco de colorines y el pelo tintao. Me miraba como diciendo, Este es un disminuido psíquico que ahora está en la etapa graciosa.

-¿Qué puedo hacer por usted?

Le conté mi vida. Cotizando desde el cincuenta y ocho. –Usted se puede jubilar cuando quiera, me dijo. –El cuándo ya lo sabemos, -contesté yo- pero y el cuánto?

-Vaya a su agencia y traiga un certificado de cotizaciones.

Fui a por el certificado y por la tarde volví a la seguridad social. Que si le vamos a descontar no se que y no se cuantos. Total, se queda en uuuffff.. Claro que si no tiene usted perspectivas de trabajar…

--Alguna chapuza podría hacer, como autónomo, dos o tres meses al año….se puede interrumpir la prestación?

--Claro…

--Me lo tendré que pensar….a lo mejor, entre una cosa y otra…

Después tuve que ir a lo de la revisión de la próstata y a lo del chequeo ese tan fantástico, te hacen un análisis y te toman la tensión, y por último, a la dietista. Todo el día pringao, no se como dicen los viejos que se aburren, joder.

Mi dietista es Rosa, aquella amiga que me dio una hostia en el guateque de la calle de Salamanca. Ahora es enfermera de trauma en el Peset. Dice que está harta de que le lleguen tendones cortados, por esa afición a la navaja que tienen ciertos segmentos de población y que el aumento de traumatismos de todo tipo ha desbordado la capacidad de atención de su equipo, que ahora tarda seis horas en atender a los pacientes que abarrotan la sala, todos con los tendones colgando, que aquello parece un tendedero lleno de hilos, en lugar de una sala de consultas hospitalarias.

Rosa me lo dice, cuando cenamos juntos en el pescaíto, --Joder, Marc, no mojes tanto pan en el all i pebre, que te vas a poner como un cerdo.

--¿Me estás llamando gordo?

--Gordo, lo que se dice gordo, no estás. Pero tienes una distribución inadecuada de la masa corporal. Ese colgajo adiposo que tienes en el estómago, seguro que no te deja ver mas abajo del ombligo, aunque….para lo que hay que ver.

--Eso es pura barriga cervecera. Me dejo la cerveza y ya está.

--Y un cuerno. Eso es la barra de pan que te tragas todos los días. Que si un bocadillo de tortilla para el almuerzo, que si anchoas con pan por la noche. Deberías hacer gimnasia.

--Ya la hice. Cuando tenía quince años. Me iba a las siete de la mañana al gimnasio, aunque nevara y venga a colgarme de las anillas, que un día me caí y la hostia que me pegué contra el suelo resonó como un cañonazo en la sala vacía. Gracias a eso, y a las sesiones con pesas, me fabriqué unos pulmones con cuatro litros de capacidad, de los que aun me quedan dos y medio, por eso del tabaco, ya sabes.

--Bueno, tu haz lo que quieras, pero si no te pones a régimen y te cuidas un poco, a mi no me pidas consejo para nada, ¿entiendes?

Con la dietista solo hubo eso, consulta médica, porque se tenía que levantar a las siete de la mañana para ir a trabajar al hospital. Al volver a casa, intenté distraerme un rato con la tele, pero era miércoles. Los miércoles son un misterio para mí. Ignoro porqué, pero esas noches de los miércoles no hay forma de ver nada decente en la tele. Igual da que te vayas a la de cable. Todo es una puta mierda.

Al día siguiente fui a comprar la prensa. Cuando vas a comprar a Mercadona un par de ruedas de ossobuco, la etiqueta del producto da mucha información: donde nació la vaca, quien la crió, el número del corte, el peso, el precio y el importe. Si repites esa compra, observas una regularidad en el producto que es siempre básicamente igual. El precio por kilo suele ser estable, salvo circunstancias especiales de mercado. Con el periódico no sucede lo mismo, cada vez tiene un peso distinto, pero el precio es siempre el mismo.

Me pregunto por que no compramos los periódicos a peso. Su precio en los días de diario es invariable, pero si pesas el ejemplar de cada día, las diferencias que obtienes son tan brutales que, si se tratara de otro producto, serían titular de primera página en las publicaciones de defensa de los consumidores.

Hoy me han dado, por un euro, doscientos gramos menos que ayer, por el mismo precio. Doscientos gramos es mucho. Varios artículos científicos. Un montón de columnas de opinión. Escándalos varios de políticos locales. Noticias alarmantes de política internacional. Mogollón de direcciones de salones de masajes. Además, falta el anuncio ese que ofrece una cena japonesa, servida sobre el escultural cuerpo de una señorita. Hay que joderse. Eso sí, solo para vips.

O sea, cuanto menor es la cantidad y calidad de la información, mas caros te salen los cien gramos de periódico. En cambio, cuando compras el periódico del domingo, debes llevar una carretilla para poder transportar los desplegables, suplementos, folletos, fósiles, libros, deuvedés, llaveros, imágenes religiosas de plástico, escudos, pins, reproducciones de monedas, fascículos y demás artículos complementarios.

Puestos a agotar las posibilidades del marketing editorial, deberían añadir a esa parafernalia un envase al vacío de jamón ibérico y una muestra sin valor comercial de fino La Ina.

Al salir del quiosco, un perro lanudo sentado en la acera me miró, pero no era Lucas.

¿Por donde iba?....creo que existe una celdilla alojada en la bóveda de la memoria que se ocupa de los recuerdos de la infancia. Para acceder a ella han de darse unas condiciones especiales, una situación que solo se produce bajo la influencia de la meteorotropía. Debe soplar viento fuerte del noroeste, mientras el calendario se detiene en alguna de esas fechas entrañables que te dejan en un estado de soledad inclemente, mientras lo más sensible de tu mundo emocional aflora, sin que puedas impedirlo.

Los estorninos vuelan en bandada sobre las copas de las acacias y miles de personas, amantes de la nieve, se encuentran atascadas en las carreteras pirenaicas, huyendo de la terrible ventisca. Los golpes del viento contra los objetos ligeros se escuchan tras la ventana, te has quedado sin tabaco y por los altavoces del ordenador del vecino suenan, sin misericordia, canciones alegóricas de voces inocentes que machacan con crueldad tus oídos.

Entonces, solo te quedan dos opciones. Vas a por tabaco, pero está todo chapao y no encuentras cigarrillos en las calles desiertas. Retomas una historia que tenías interrumpida, intentando asomarte a la terraza de la memoria.

La primera imagen de la que tengo conciencia es una montaña de mierda. Parece un promontorio rocoso, en los confines de la tierra austral, alfombrado por detritus de colonias numerosas de aves marinas. La mierda montañosa se acumula en diferentes estratos, dejados allí por las sucesivas generaciones de cormoranes, albatros, pelícanos, o lo que sea –no soy zoólogo—que han habitado aquellos parajes desde tiempos remotos.

Corriges un poco el foco y aparece la imagen verdadera. Es el corral de un bajo en la Heliópolis suburbial de los cuarenta, y las deposiciones que se amontonan allí han sido dejadas por unas cuantas docenas de animales de granja urbana; patos, palomos, conejos, gallinas y algún pavo. Estoy asomado en el vano de la puerta que comunica la vivienda con el corral y un chorrito de mi propio orín describe una parábola y cae sobre la mixtura orgánica del suelo, que comienza a hervir como resultado de la reacción química de tanta materia fecal avícola. Es la primera vez que realizo esa proeza, orinar sin ayuda, sin que me auxilien para dirigir la puntería.

Nunca llegué a tener buena puntería. Sobre todo, después de la extracción de un papiloma del glande, a la que me sometí a manos de un carnicero del clínico, que dijo ser cirujano. Aún ejerce impunemente. Desde que me estropeó la uretra, cuando quiero alcanzar el oeste, debo apuntar al este, así que, el margen de error es mayor que cuando era un niño, hasta el punto de que he debido instalar una pileta en el baño, como alternativa al divorcio, aunque lo estoy reconsiderando.

La segunda imagen de mi infancia es un mantel blanco, impoluto, que cubre una mesa larga, llena de gente. Se escucha un griterío en la calle. Son los chavales del barrio, armados de panderos y matracas, que recorren las calles pidiendo una propina que casi nadie les niega. Sobre el mantel, copas de cristal y una jarra de dos litros, llena de cerveza helada hasta el borde, sudando gota a gota por su exterior. Debajo de la mesa me muevo yo, explorando las piernas femeninas familiares, una precoz curiosidad que seguirá en mi vida adulta. En el extremo de la mesa, mi padre, con un mortero de mármol blanco, intenta ligar una salsa de all i oli, ayudado por su sobrina que derrama el contenido de una aceitera, muy lentamente, en el mortero, ante las miradas de los mas pequeños y las falsas protestas de mi padre, --no miréis, que se corta—mientras desde los fogones de la cocina se filtra el aroma que desprenden las costillas de cordero que prepara la abuela. Mi madre sirve las ensaladas, mientras su hermana prepara las judías hervidas que se servirán con parte del all i oli.

A estas alturas ya se ve, por el extenso organigrama familiar apenas esbozado, que la soledad es un invento de nuestro tiempo. No es que aquellas familias de pos guerra fueran extensas, en contraposición a la familia nuclear actual, como afirman los sociólogos. Es que vivíamos varias familias, amontonadas, unas encima de otras, en una sola vivienda, lo cual es bien distinto.

Que pasa? ..donde estoy?...que día es hoy?...pero, sobre todo, ..quién soy? y…..que estoy haciendo aquí?...si yo no se manejar un ordenador…

Tengo cuatro años, estoy celebrando algo con mis dos familias y alguien lo debe estar contando por mí, porque el ordenador aún no se ha inventado.
Los inventos de mi infancia son las mulas, los carros tirados por animales para transportar mercancías, los vendedores ambulantes, los tranvías, la radio y el molino de arroz.”

Cosas de la memoria. En fin.

(Fragmento de “Marc el desmemoriado” 2003/2004. Versión revisada 2007)

Lohengrin. 23-12-07.

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