lunes, 17 de diciembre de 2007

EL LADO AMABLE DE LA VIDA

El lado amable de la vida tiene un perfil huidizo, pero existe. Para alcanzarlo, solo hay que enfocar la mirada. (Proverbio chino, de Lo-hen-grin)

Miré y allí estaban los árboles. Eran otros árboles. Miré y allí estaban los árboles. No eran solo árboles. Allí estaban: naranjos, acacias, sauces, tamarindos.

Miré y allí estaban las calles. Eran otras calles. Miré y allí estaban las calles. No eran solo calles. Allí estaban: templos, torres, muros, campanarios, palacios con jardines secretos.

Miré y allí estaban las plazas. No eran solo plazas. Allí estaban: jardines circulares, la verticalidad rugosa del olivo en su centro.

Miré, y la sola mirada, me devolvió a la gloria de estar vivo.

Escuché. Solo se oían los viejos sonidos familiares y de los muertos las frases esenciales. Voces de griegos y latinos, de orientales vecinos ribereños. No hay ruidos estridentes, bocinas, no hay martillos neumáticos que hienden el asfalto.

De la lejanía vienen sonidos naturales, el canto de la lechuza y la perdiz, el lamento de una galga, la voz del viento que arrastra los ecos de todas las palabras. Los gritos guturales de las primeras tribus. Discursos que quedaron, flotando, sobre el ágora. Voces que impulsaron la creación de imperios antiguos.

Poemas sufís, el rumor del agua culta que cantó Carlos Cano, el tañido de las cítaras medievales y las coplas de Jorge Manrique. La placidez rural del pastor iletrado, sabio en naturaleza, en su mundo de ovejas, de cabras y de vino, de quesos madurados, leche fermentada, memoria y silencio, soledad y olvido.

Lejos quedan los gritos coléricos de conductores ebrios, el run run de la tele, los goles estirados hasta lo inverosímil por voces de la radio, el ruido del tráfico, los tambores de guerra que suenan cada día en los telediarios.

El lado amable de la vida es el vuelo de un águila que traza, recurrente, sus círculos aéreos en el cielo de Estenas. Es el libro de Amos Oz que descubre, tras el fragor de las guerras fratricidas, la pertenencia común a un mismo mar, la misma vocación hedonista en sus pobladores. Son los aromas comunes en todas las cocinas, desde Grecia a Almería, de Larache a Tunicia. El gusto compartido por las especias, las hierbas aromáticas y el color de la vida. El ajo y la paprika, la cebolla y el cardo, la menta y la colleja, los cantos de Virgilio y el salmonete asado, el saber de Averroes y la almendra picada, el sésamo, la sal, que fue dinero antiguo, y las mujeres de rostro ajado a la hora de la siesta.

Aristócratas frecuentadas por Goya, mujeres de Modigliani, Boticcelli y Picasso, de Cezanne y Peruggio. Un universo amplio de sensualidad, sabores y colores, sonidos y suspiros, y la luz de poniente a las seis de la tarde, que lo ilumina todo introduciendo un orden armónico en el humano caos.

El lado amable de la vida es un aroma fresco de almendros y encinares, de pinares y olivos, arbustos y viñedos, que flota sobre un mar de cereal batido por el viento, como la espuma rota por el gregal tardío.

(Fragmento de “Marc el desmemoriado” 2003/2004, versión revisada 2007)

Lohengrin. 17-12-07.

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