La celdilla de la memoria literaria tiene una propiedad especial, la elasticidad. Se estira y se encoge según el uso que se hace de ella. La mía está algo encogida. Tuvo un volumen mayor, pero el paso del tiempo la ha empequeñecido, sin embargo, algunas citas, autores y personajes resisten la tendencia al olvido de esos recuerdos. Aún visualizo el paseo de Leopold Bloom por Dublín, con un riñón de cerdo en su bolsillo. La paja que se hace mientras observa a una joven lisiada, y veo a Buck Malligan afeitándose dentro del torreón de la playa de Sandycove. Veo el cuerpo de Virginia Wolf, sumergido entre dos aguas, en las veinte primeras y mejores páginas del libro de M. Cunningham , ese autor premiado con el Pulitzer por el libro que aparece, en escorzo, como un objeto mas del atrezzo, en una película de Almodóvar. Y no he dejado de relacionarme con Günter Grass desde que, hace décadas, dejó impresa en mi memoria aquella fábula suya del pez, el aya tritetuda y la sémola de esteba, que arranca en
martes, 25 de diciembre de 2007
VEINTIÚN GRAMOS
“Con esto de la memoria literaria pasa que, es tan automática, que cada cinco páginas vas dejando rastro de ella, sin enterarte. En el tono informal y puntualmente sarcástico recoges, sin querer, rastros del estilo de moda en la narrativa reciente, incluidos los toques escatológicos de rigor. La relectura de Octavio Paz te lleva, sin mencionarlo, a utilizar una metáfora suya. Te apropias de un titular de El País, casi sin proponértelo, o de un editorial de Libre Pensamiento, por no mencionar el espacio desértico de Buzzati, y todo sin darte cuenta.
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Comentarios
- Preciosas pinturas, felicita a tu amigo. - Anonymous
- Te deseo un feliz día de tu cumpleaños. Un abrazo ... - Anonymous
- He intentado corregir en ocasiones lo escrito,pero... - Anonymous
- Econosuya me lo quedo. - Anonymous
- Soy Sebas el peluquero,hable con gran suerte esta ... - Anonymous
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