lunes, 23 de junio de 2008

PAISAJE INTERIOR

He sentido el impulso de describir el bucólico paisaje de la comarca de los vinos, trazado como un lienzo puntillista, desdibujado por la abundancia de verdes que invade la vocación rectilínea de sus viñedos. El exceso de humedad acumulada en las tierras se traduce en una vida vegetal exuberante que cerca las cultivos, pero toda esta demostración me deja indiferente y prefiero la contemplación de una sola estrella que cabalga la luna en la discreción de la nocturnidad.

Mientras algún campanario da las once, desde tan lejos que no escucho su repique, aquí en la casa de Estenas, la luz reflejada de la luna fabrica un paisaje mas sobrio, menos colorista, una tensión de luces y sombras mas semejante al sentimiento de introversión que es mi paisaje interior de ahora mismo.

Por encima de la luna, asoma la única estrella visible a esta hora, que tal vez sea un planeta, y lo que predomina en los campos y collados, a veces iluminados por una luz cruda, otras escurecidos, es, sobre todo, el silencio. Ninguna actividad humana altera el silencio nocturno, porque la suave brisa de levante empuja lejos el sordo rumor que a veces se percibe desde la lejana autovía, cuya actividad no cesa, pero el zumbido de los motores no es capaz de alcanzar este lugar que dista mas de once mil metros, protegido por bosques y colinas que lo hacen mas impentrable.

La estrella que cabalga la luna parece portadora de un mensaje cifrado porque, alguien, en algun lugar lejano, la hará objeto de su contemplación y esa experiencia silenciosa, al ser, seguramente, compartida, incorpora, aunque muda, una forma de dialogo. Mas que un diálogo, será alguna forma de sentimiento compartido desde la soledad individual. Esa forma compartida nos hace menos individuales y, por tanto, nos sentimos menos solos.

La soledad física, en si misma, no es necesariamente algo doloroso, puede ser una fuente de serenidad placentera. La soledad del ánimo, en cambio, suele ser percibida como algo doloroso, aunque el solitario silente se encuentre rodeado de gente que le acompaña.

Soledad y nocturnidad suelen ser compañeras, como saben bien los insomnes, pero un paisaje lunar en la soledad del campo suele inducir un cierto nivel de comunicación con la persona ausente, a condición de que el sentimiento de ausencia sea recíproco, y el deseo de cercanía compartido. La soledad lunar deviene así, en la noche tranquila, en la dulce espera de un encuentro próximo, del que la fase lunar con su ciclo dinámico es un anuncio inminente.

Crece hacia la plenitud la fase entera de la luna, acelerando el tiempo de la espera. El encuentro inminente se aproxima. Abro los ojos. No es de noche. El sol de mediodía acentúa los colores verdes sobre la tierra rojiza. El paisaje de la comarca luce como un lienzo puntillista rectilíneo, salpicado con diversos matices vegetales. Miro el reloj. El paisaje interior, nocturno, no ha sido habitado, es una pura creación imaginaria de solo dos segundos. Tic-tac. Ya está. Cierras los ojos al sol de mediodia, y ya es de noche. Hace fresco.

Lohengrin. 23-06-08.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios