lunes, 16 de junio de 2008

XABIA

La diversidad de los paisajes humanos y geográficos es tal, que es difícil que cualquier acontecimiento, por importante que sea, los afecte a todos por igual.


El Puerto de Xabia, a las ocho de esta tarde, es un lugar idílico, con una mar en calma, que despide un suave perfume a algas frescas y marisco vivo, un enclave sin viento entre dos cabos donde la suavísima temperatura de junio produce la rara sensación de que no es invierno, pero tampoco verano, ni siquiera primavera, sino que estás en un lugar ajeno a los meteoros, una geografía de ficción, no encarnada en la realidad terrestre, tocada por una apariencia de insularidad que la aísla como si estuviera a miles de millas náuticas de la tierra mas cercana.


Cerca del puerto, en el estrecho paseo que separa los restaurantes de la orilla del mar, una población mayoritariamente anglo llena las mesas puestas en el exterior, alumbradas con velones rojos, con la actitud apacible y tranquila de quien se siente a salvo de cualquier acontecimiento externo que pueda alterar la sensación de calma que transmite la quietud del paisaje, dominado por el cercano cabo de La Nao, en cuyas laderas se amontonan las casas de fachadas blancas que le dan un aire de Riviera a la bahía, pero sin la presencia ruidosa de los italianos, tan aficionados a timar al turista, que ahora andan en plena crisis de identidad en un país donde sale elegido Berlusconi, sin que nadie

declare haberlo votado.


La intemporalidad de este momento y lugar en el puerto de Xabia, hoy, a esta hora de la tarde, produce tal sensación de serenidad, de gozo contemplativo, que te conecta directamente con los hombres del Mediterráneo antiguo, aquellos navegantes que se acercaron por aquí en épocas pre tecnológicas, atraídos por la magia de este paisaje que, parece asombroso, ha permanecido invariable durante siglos hasta este mismo momento, sin que alcances a notar el efecto en estas riberas de los destrozos que la especulación ha causado en otras partes.


¿Crisis? ¿Que crisis?. La distribución irregular de los fenómenos humanos, parece que ha dejado a salvo estos enclaves privilegiados, habitados en su mayoría por personas ajenas a salarios y despidos, a fenómenos urbanos como el desempleo, residentes de un estado de bienestar permanente, o viajeros trashumantes que habitan una felicidad de paso, y que cenan pescado a la luz de las velas, mientras el mar en calma exhala su perfume de algas frescas y marisco vivo.


Esta sensación, subjetiva, que produce el puerto de Xabia al atardecer, se repite a la mañana siguiente en Cap Blanc, el extremo mas meridional de la playa de Moraira. La plataforma rocosa donde las gentes toman el sol, indolentes, está plagada de restos de sal que quedan cristalizados en los huecos de las piedras cuando la mar se retira. En Algas, la terrraza mas cercana al mar, los mas sedentarios dejan morir una hora bajo las sombrillas y en las aguas marinas, que devuelven la luz rebotada de sus fondos rocosos con un increible tono verde esmeralda, algunos buceadores transitan por la bahía, desde el cabo de San Antonio, hasta esta playa de la ensenada, en cuya tierra firme se han instalado un par de locales nuevos que combinan la hostelería con su especialidad de galeristas de arte, con bastante éxito de público.


Hemos dejado en el horno unos trozos de pollo y conejo con cebollita y ajos, verduras y hierbas aromáticas, regados con una cerveza para que no se sequen, y llega la hora de abandonar este lugar, sustituyéndolo por otro que no está nada mal, la casa que mi amigo José Luís tiene alquilada en la frontera entre Moraira y Benitachell, con una gran terraza circular cubierta con una bóveda que se sustenta sobre vigas de madera, y desde cuyos miradores se reciben los aromas de toda la vida vegetal que la rodea y proporciona una fresca sombra.


¿Crisis? ¿Que crisis?


Lohengrin. 16-06-08.


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