lunes, 30 de junio de 2008

EL GATILLAZO

En los archivos del doctor Oliver Sacks, neurólogo eminente, autor de diversos libros muy leídos, entre ellos, Un Arquéologo en Marte, citado por Rosa Montero en su artículo de Babelia, y El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, hay cantidad de rarezas de la mente humana, pero tambien experiencias bastante comunes, alguna de las cuales ha sido publicada en la prensa internacional. Repasando viejos recortes encuentro este testimonio anónimo que habla de ciertas experiencias a las que los hombres tienen un pánico irracional, porque se sienten ridículos cuando les sucede a ellos. Me parece que tiene cierto interés, y por eso lo reproduzco sin permiso.


“Entramos en la habitación en penumbra. Cerré detrás de mi. Durante toda la semana anterior había soñado con este momento, de un modo obsesivo. Cuando mi vecina aceptó que nos encontraramos en un hostal de la playa, vencidas todas sus inhibiciones e indecisiones anteriores, después de un largo tira y afloja que había durado meses, con insinuaciones, dobles lenguajes, aceptaciones implícitas y falsas resistencias, en mis noches inquietas, en medio del calor insomne, había imaginado una y otra vez como sería ese encuentro, y ahora no podía creer que, por fin, estuviera sucediendo.


En los dias que precedieron a nuestro encuentro tuve erecciones contínuas, la sola evocación de que esa mujer se me entregara sin reservas, después de haberla deseado tanto, me excitaba con una virulencia adolescente, y solo podía hacer frente a ese grado de excitación por medio de la escritura, evocando a través de la ficción la inmediatez de ese momento que aun no había llegado, rodeandolo de elaboradas invenciones que pensaba materializar cuando, por fin, llegara el momento.


La imaginaba apoyada en la pared de la habitación en penumbra, y mi cuerpo dejado caer sobre ella, haciéndole notar la plenitud de mi sexo erguido en su entrepierna, mientras la liberaba de la ligera blusa, dejando al descubierto sus voluminosos pechos con sus pezones erectos apuntando hacia mi.


Hasta aquí, hoy, todo ha sucedido como pensaba, pero lo que no había pensado, para nada, es que esa sobreexcitación del deseo sostenida durante días, cuando tenía a mi alcance su realización, se transformara en un gatillazo descomunal que se ha desencadenado cuando ella apenas ha rozado mi desnudez ofrecida. No se ha tratado de una eyaculación precoz, nunca tuve ese problema, sino de un puro y simple gatillazo, una retracción de la erección similar a la que se produce tras la eyaculación, pero sin eyacular, o sea, un gatillazo.


La frustración que sufre cualquier mujer sana cuando, después de haber estimulado enérgicamente su deseo, se produce el gatillazo masculino, por mucho que trate de quitarle importancia y a pesar de sus palabras consoladoras, es tan evidente, que es pueril negarlo.


Es posible que el mecanismo que desencadena el gatillazo sea un deseo demasiado vehemente sostenido en el tiempo, unido a un temperamento altamente imaginativo y fabulador, en hombres adultos que conservan cierta inmadurez adolescente en su carácter.


Esa experiencia, viene a confirmar el viejo dicho de que, en ocasiones, lo peor que te puede ocurrir es que los dioses te concedan lo que has deseado fervientemente, pero quitando trascendencia al asunto, sin necesidad de recurrir a divinidades ni frases hechas, puede que, desde el punto de vista neurológico, el gatillazo solo sea un cortocircuito neuronal, algo semejante a lo que hace que se disparen los fusibles de la instalación eléctrica, cuando una súbita sobre carga de energía supera la resistencia del circuito.”


Lohengrin. 30-06-08.

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