miércoles, 19 de noviembre de 2008

DESPUES DE PRAGA

“El timbre del despertador sonó a las ocho de la mañana, rompiendo el silencio del caserón de Ciutat Vella. Pau abrió los ojos, extendió los brazos, salió de la cama medio dormido, tropezó un par de veces y se metió en la ducha.

El agua de la ducha lo despejó del todo. Mientras se enjuagaba la boca, el espejo del baño le devolvió la imagen de un hombre con marcados signos de la edad en su aspecto físico. Por el ventanuco se veía resbalar un sol tibio desde las terrazas colindantes, que no llegaba a las estrechas y oscuras calles. Esa limpia luminosidad le hizo alegrarse de estar vivo.”

Esperaba cumplir pronto los sesenta y tres. Recordó la frase de Peregrina, cuando se representó la Dama del Alba en el teatro y el trabajaba allí de tramoyista, contestando a un anciano que le decía su edad. --Esos años, ya no los tienes, porque ya los has vivido. Los que te quedan, no sabes cuantos son. Yo si.

El caserón de Ciutat Vella, en la calle de Burguerins, al lado de la plaza de la Compañía, comenzó a ser habitado por Pau a principios de los setenta, cuando lo dejó su amigo Juan, que abandonó la oficina del teatro para emigrar a Francia y hacerse cargo de la contaduría de un negocio de frutas en el mercado de Orlí. Nunca regresó.

Desde entonces, Pau vivió allí, con la única compañía de la extensa biblioteca que dejó Juan al marcharse, y de los discretos fantasmas literarios que la poblaban, que nunca se hacían notar antes de que cayeran las suaves noches sobre el barrio de Velluters.

Nunca había hecho reparaciones en el vetusto inmueble, ni pensaba hacerlas. No le molestaba el grado de decadencia de aquella arquitectura viejísima. La textura de sus muros, sus desconchados y marcas que evidenciaban el paso de los siglos, le parecían medallas al mérito arquitectónico por haber sobrevivido a tantos avatares.

Pau salió del baño con el albornoz puesto. Se asomó a la ventana que daba a la estrecha calle. No llovía y el tímido sol de la mañana parecía afianzarse. Se puso sus pantalones de pana viejos, una camisa de manga larga, se calzó los mocasines, cogió una chaqueta ligera y bajó a la calle.

Pasó por la calle de los Derechos, salió a Santa Catalina, rebasó la Plaza de la Reina y siguió hacia el río viejo, por Serranos. Antes de llegar a las Torres, se metió por la última calle a la izquierda y se detuvo frente al restaurante El Forcall. --Buenos días, venía a recoger mi cartera.

--Su cartera. ¿Que cartera?

--Me llamó usted, anoche, para que viniera a recogerla. Al parecer, la olvidé aquí, cuando cené con un amigo.

--No. Nosotros no le hemos llamado. No tenemos costumbre. Si encontramoa algún objeto olvidado, se lo damos a la cajera, hasta que lo reclaman. No es el caso.¿ No la habrá olvidado usted en otro sitio?

--La verdad es que no supe que la había perdido hasta que me avisaron por teléfono.

--Nosotros no hemos sido. ¿La ha buscado usted bien?
Pau se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón y enseguida notó el bulto del billetero. Tartamudeó un poco, pidió disculpas y se fue. Se detuvo en la acera. Sacó la cartera. La abrió. No faltaba ni sobraba nada Tampoco había ninguna tarjeta amarilla barrada de negro que, sin saber porqué, había pensado encontrar en ella. Guardó la billetera y se dirigió al San Pío V. Pensó que dejar morir dos horas allí le sentaría bien...”


(Fragmento de “Después de Praga”, libro inacabado, sobre fantasmas literarios y un Congreso en Nottingham. Texto revisado en 2008)


LOHENGRIN. (CIBERLOHENGRIN.COM) 19-11-08.

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