lunes, 10 de noviembre de 2008

NOTICIAS DE OTRO MUNDO

“En el espacio sin tiempo de nuestra infancia vivíamos ajenos a todo aquello que no formaba parte del escenario lúdico de nuestros juegos, hasta que una tarde lluviosa de noviembre, un caballero con polvo en la levita nos leyó en el barro de las calles los avatares de nuestras vidas adultas y la fecha exacta de su término”

“Desde entonces hemos vivido, sin querer saberlo, sujetos a aquella predicción, en algún caso ya cumplida.”

“Sobre las montañas de tierra, frecuentes en aquellos años en las calles sin asfaltar de los barrios periféricos de Heliópolis, cruzábamos los filos de nuestras espadas de madera, emulando a los héroes de los tebeos de la Editorial Bruguera, en un mundo callejero donde el tráfico de vehículos de motor aún estaba ausente.”

“Una tarde, un cura bienintencionado que pasaba por allí, al ver la brutalidad de nuestros juegos, nos pidió que rompiéramos las armas de madera con las que combatíamos. Busco en lo mas oculto de mi memoria mas antigua y encuentro que yo me resistí a romper la mía. Ya entonces apuntaba un rasgo de tozudez de mi carácter.”

“Aquellos años transcurrieron entre juegos callejeros y veladas de cine larguísimas. Cuando llovía, con el lodo de la calle modelábamos pequeñas cazuelas que estrellábamos contra el suelo, midiendo después los agujeros que el impacto había dejado en el fondo de la cazuela. Ganaba aquel que conseguía un agujero con el diámetro mas grande, aunque, claro está, nadie conocía la noción de diámetro.”

“Con tiempo seco, preferíamos un juego mas brutal. Alguien se agarraba a la reja de una fachada, los demás se colocaban detrás, con los lomos inclinados, agarrados unos a otros. Otro tomaba carrerilla y saltaba dejando caer su peso con violencia sobre los riñones de los que aguantaban la embestida. Así fue como se rompió la clavícula uno de los jugadores, por el impacto de quien le cayó encima. Pero estos eran juegos entre amigos. Había otro repertorio que requería de los enemigos.”

“Las batallas a pedradas entre residentes en calles distintas eran moneda corriente en aquellos escenarios donde la infancia transcurría con una libertad salvaje. Después de cada batalla, los heridos, que siempre los había, eran conducidos a la casa de socorro del barrio, para que les apañaran con unas grapas las brechas en la cabeza.”

“Pero el suceso mas espectacular de aquellos años, que rebasa la mera anécdota de los juegos infantiles, por salvajes que fueran, fue el incendio del molino de arroz, conocido como el “Molí de Rius”, en el popular barrio de Russafa. Miles de toneladas de paja y de arroz con cáscara, ardieron en una espectacular llamarada que se elevaba veinte metros por encima de las casas vecinas. Los hombres del barrio se afanaban en evacuar a los vecinos y salvar sus escasos enseres, mientras los bomberos intentaban, sin éxito, reducir aquella masa en llamas que no se dejaba controlar.Hasta que la combustión de aquel material inflamable no se consumó, no fue posible acercarse lo bastante a aquel infierno para reducirlo y los bomberos tuvieron que dejar un retén durante una semana, hasta que los rescoldos se enfriaron y se convirtieron en cenizas.”

“Las casas mas cercanas al molino se perdieron todas, y nunca fueron reconstruidas. Ahora pasas por donde estuvo el molino y hay una tienda de Mercadona, y nada en el aspecto urbano de los terrenos que ocupó el antiguo molino conserva el mas mínimo signo de lo que hubo allí.”

“Al igual que el antiguo paisaje del molino es hoy irreconocible, nada hay en el paisaje humano actual de aquellos niños que jugábamos en la calle con una libertad salvaje, brutal, casi sin límites, y todavía sobrevivimos, que permita reconocernos como lo que fuimos, pero nos queda todavía la memoria, el nexo necesario que aún puede explicar, no solo lo que fuimos, sino lo que somos hoy.”

Si alguien me hubiera dicho cuando correteaba por esas calles sin tráfico, que llegaría a contarlo usando un ordenador, y que mi relato llegaría a ciudades de tres continentes, lo habría tomado por una fantasía de ciencia ficción, como la serie radiofónica que por entonces se emitía, Diego Valor.

Por una vez, sin que sirva de precedente, me he permitido una debilidad nostálgica. Espero que sirva, además, como un testimonio de la vida cotidiana de los niños en las calles de ciertos barrios de Heliópolis, en las décadas de los cuarenta y cincuenta del pasado siglo.

En fin. Son noticias de otro mundo, si.

LOHENGRIN. (CIBERLOHENGRIN.COM) 10-11-08.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios