jueves, 6 de noviembre de 2008

EL SOL

“He bajado al Maravillas, desnudo, convencido como estaba de que las gentes, embebidas en sus preocupaciones cotidianas, no repararían en la presencia de mi desnudez, como así ha sucedido.
Al parecer, esas preocupaciones son tres o cuatro, pero ocupan todo el espacio disponible en el lugar especializado en preocuparse y no dejan sitio para la percepción del entorno.

Por el camino, he disfrutado de una maravillosa mañana otoñal. El sol ha vuelto. El viento no está. La ausencia de viento dificulta el desplazamiento por el aire de las moléculas olorosas que transportan el sutil aroma de las acacias, pero a cambio potencia el efecto balsámico del calor solar en la piel desnuda, que procura una inefable sensación de libertad absoluta.

La luz solar, al caer, oblicua, sobre los setos de los jardines, acentúa los colores rojos y verdes de las robustas hojas, y algunos insectos, engañados por la apariencia de falsa primavera que ofrece el día, vuelven a aparecer. Hay un momento en la vida, como le sucedió a Diógenes, en que si un hombre poderoso se te acerca para ofrecerte sus prebendas y te pregunta por lo que deseas, solo le pides que se aparte, porque te está tapando el sol.

En lo de recibir ofertas de prebendas no tengo experiencia, pero puedo entender la actitud de Diógenes frente a Alejandro, porque la placidez de la vida contemplativa, convenientemente estimulada con el calor solar sobre la piel desnuda, es una sensación cercana al éxtasis, una experiencia que nada tiene que ver con el trajín que exigen los trabajos de la ambición en asuntos mundanos.

Llegado al Maravillas, me he limitado a observar. Ni siquiera he pedido un café con leche, para no evidenciar mi presencia. He mirado el periódico por encima del hombro de un parroquiano, que lo tenía abierto por las primeras páginas y me ha sorprendido, otra vez, la crudeza de las luchas judiciales en las que participan hombres con cierto poder, no tanto como Alejandro, un poder mas local, y cual es el centro de las preocupaciones de la gente, el paro y las hipotecas, una palabra, al parecer muy antigua, que tiene sus raíces en alguna civilización remota. Una vez mas, nadie se ha percatado de mi presencia.

Este día soleado, típico del clima templado mediterráneo, evoca unas jornadas que pasé en la costa de Denia, en un otoño que luego se reveló crucial en mi vida. Yo entonces no sabía lo que me esperaba, como iba a ser mi vida en adelante. Lo que vino después, me enseñó que lo que cuenta es el presente, puesto que del futuro no sabemos nada, y el pasado ya no existe. Por eso, recomiendo a todo el mundo que, en un día como hoy, calmo, templado, luminoso, se desnude, baje a la calle, y aprovechando la invisibilidad que le procura la concentrada atención de las gentes en sus propias preocupaciones cotidianas, disfrute de la sensación de libertad absoluta que procura estar en el mundo en actitud contemplativa, abierta, pero desinteresada del trajín de las ambiciones mundanas.

Al regresar, la luminosidad del sol, mas alto, ha evocado la luz de un domingo de julio. Unas imágenes de mi infancia que quedaron grabadas para siempre en mi memoria visual. Desde la fuente pública, con mi mano puesta en la salida del agua del grifo, lanzaba un chorro de agua en forma de parábola para regar el asfalto, mientras mis compinches, armados con cañas conseguidas en los cañaverales de la cercana huerta, las sacudían buscando acertar en las libélulas púrpuras y doradas que acudían a la trampa mortal del agua. Al evocar esas imágenes, ahora, pienso que la infancia es un tiempo de inocencia, pero también de crueldad.

Disfruten el día. Olviden sus preocupaciones por un rato y salgan a la calle desnudos. Nadie notará su presencia.

En fin. Carpe Diem.”

LOHENGRIN. (CIBERLOHENGRIN.COM). 6-11-08.

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