lunes, 24 de noviembre de 2008

LA COPA DAVIS Y EL AZAR

No tengo ni puta idea de tenis, pero algo entiendo de arte, aunque solo sea por las muchas horas que he dejado morir en los museos, por eso el triunfo de ayer de Verdasco --¿se llama así?-- en la final de la copa Davis contra Argentina, me pareció una victoria pírrica, fruto de su machacona preparación física y de la repetición de la misma jugada, ante la genialidad de artista del argentino, que no ganó, pero nos regaló unos pocos momentos inolvidables, cuyas imágenes deberían ser custodiadas en un museo para el disfrute de los aficionados a las artes plásticas.

No suelo seguir los partidos de tenis televisados, pero el sábado me di un pateo excesivo por el marítimo y el domingo otro por el río viejo, así que por la tarde estaba tan hecho polvo que me tiré en el sillón dispuesto a dejar morir la tarde desde una perspectiva sedentaria. Solo una vez participé en una competición de tenis, jugando contra el hijo de Pechuán, el empresario de salas de cine de Heliópolis, en un torneo de los economistas, y lamenté que mi hijo estuviera presente, pues no recuerdo haber hecho jamás un ridículo tan espantoso.

El deporte no es lo mío, nunca lo fue. Cuando fui un estudiante tardío en la facultad de económicas lo peor no fue enfrentarme a las asignaturas de Econometría o Hacienda Pública, sino encaramarme a un poste -- como en la fiesta en la que buscan alcanzar un pollo desplumado-- del que estuve a punto de caerme y darme una buena hostia, por mi torpeza de animal sedentario, solo porque el plan de estudios incluía una asignatura de educación física, que no tenía en cuenta las singularidades de los estudiantes talluditos.

Pero no es de deporte, de tenis, de lo que yo quería hablar, sino del azar. No me refiero a ese azar que cuando las imagenes reproducen, en caso de duda, de que lado ha caído la pelota, da la victoria a uno o a otro, sino de un nuevo azar que florece en las tardes de domingo, y de los días de diario, en todas las televisiones, sean públicas o privadas, locales o generales, por cable o satélite. Hablo de las nuevas “loterías telefónicas” presentes sobre todo en las retransmisiones deportivas, como la de ayer de la Copa Davis desde la cadena pública.

La lotería tradicional sigue un conjunto de reglas estrictas y sancionadas por el uso, cuya finalidad es, entre otras, dar la máxima transparencia a ese juego de azar. Los sorteos son públicos y a ellos asisten los notarios para dar fé de los procedimientos y los resultados de esa forma tan antigua de redistribución de la renta personal. Se conoce qué parte de la recaudación se destina a los premios y cual se queda el Estado, que en este caso actúa como la banca de un casino, aunque los beneficiarios de esa tendencia a la ludopatía que compartimos con los chinos, sean los presupuestos públicos.

En las loterías televisivas, activadas a través de llamadas telefónicas, todo es opacidad y blindaje. No hay forma de saber nada sobre procedimientos, sorteos y premios. Tienes que hacer un acto de fé y creerte lo que te dicen en la pantalla. He preguntado a la profesora de medios de comunicación, con la que comparto dos mañanas de la semana, y me ha comentado que no sabe nada de ese tinglado que, al parecer, es uno de los secretos mejor guardados por los medios que lo gestionan.

Es cierto que la voluntariedad de esos sorteos no obliga a nadie a participar en ellos, pero tampoco los trileros ni los timadores te ponen una pistola en el pecho para conseguir sus propósitos, y es un hecho estadístico que hay una parte del público que pica y resulta timado.

Parece que una actividad de ese tipo, seguramente con una importancia económica relevante, debería estar sujeta a garantías para los “jugadores” y a normas de transparencia pública sobre sus procedimientos. Si hace falta una norma que obligue a los medios a hacer públicos los procedimientos y resultados de esa actividad, no estaría de mas que comenzara a estudiarse su promulgación.

No vale que se diga que es una actividad privada, porque en la medida en que quienes participan en ese juego telefónico están sujetos al azar, sin que ese azar, como en el caso de la lotería tradicional, esté amparado por una supervisión objetiva e independiente, estaríamos en un supuesto no contemplado por las leyes que regulan los juegos de azar, en una especie de limbo legal que permite que las compañías de telefonía y las empresas de comunicación, jueguen con el dinero de los usuarios con total impunidad.

El partido de la Copa Davis duró mas de tres horas. Durante ese tiempo, los rótulos insertados en la pantalla estuvieron incitando a participar en uno de esos juegos de azar, en este caso desde la cadena pública. No creo que de la actividad de una cadena pública se pueda decir que es privada, y menos que sea razonable que emplee los mismos trucos de trilero que las cadenas privadas.

A ver si alguien le mete mano a este asunto, y si no se puede someter a los grupos privados --yo creo que sí se puede-- a normas de procedimiento que garanticen la transparencia de estos juegos de azar televisados, al menos que la cadena pública no participe de la opacidad de esos chanchullos.

En fin. Copa Davis.

LOHENGRIN. (CIBERLOHENGRIN.COM) 24-11-08.

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