viernes, 7 de agosto de 2009

A LA SOMBRA DE LOS TAMARINDOS

Hemos pasado tres días muy placenteros, en grata compañía, en un antiguo feudo del Duque de Medinaceli, ahora parcelado, vulnerado y edificado hasta el exceso por los nuevos señores del ladrillo, pero nuestros anfitriones han tenido el buen gusto de acogernos en un lugar con una terraza elevada sobre un horizonte abierto a un viejo marjal, ahora poblado de palmeras y salpicado de alquerías, sin ninguna edificación nueva en su entorno, con el Montgó al fondo, que parece un paraje todavía poblado por los moriscos.

Denia fue un emporio de riqueza agraria cuando la filoxera acabó con los viñedos franceses y la elaboración de uvas pasas se tradujo en grandes y rápidas fortunas que dejaron su huella en forma de grandes casas señoriales que reflejaban ese poderío económico, y que todavía resisten con la pátina de la decadencia, entre los muchos caminos rurales y vericuetos que marcan su geografía.

Donde antes se elevaron las cepas del mejor moscatel del mediterráneo, ahora han surgido casas de apartamentos, unos con mejor gusto que otros, los mas, demasiado amontonados, pero todavía puedes pasar la mañana a la sombra de los tamarindos que extienden sus ramas fuera de una de esas casas solariegas, y de vez en cuando dejan caer una gota de agua sobre tu cerviz, mientras aspiras el aire salino del cercano mar, antes de sumergirte en sus aguas limpias y comprobar que puedes ver tus pies a través de su transparencia.

El tamarindo es un árbol extraño que vive del aire. Su sofisticada geometría vegetal extrae de la atmósfera salina de la orilla del mar la humedad necesaria para su supervivencia y, después de procesarla, deja caer las gotas de agua que le sobran sobre los lomos de quienes se acogen a su sombra, mientras la mayoría de los bañistas que pueblan la playa prefieren el sol cálido y duro del mediodía.

Algunos pasean por la playa con su piel horadada por quemaduras de distinto grado, o se embadurnan con una gruesa película de gel protector, que suele dejar su cuerpo decorado por las quemaduras en los lugares donde no alcanza la protección solar. En el mar, las gentes disfrutan del baño estimulante. Esta mañana, la segunda de nuestra estancia aquí, el cuerpo atlético de un africano destaca entre la masa amorfa de cuerpos fofos que pueblan la playa urbana de Les Marines.

Al regresar de la playa, nos hicimos una foto en la puerta del restaurante El Poblet, con la carta de Quique Dacosta al fondo, porque otra cosa no está a nuestro alcance. Por otra parte, nos falta entrenamiento para meterle el tenedor a algo tan etéreo como 'El Bosque Animado'
o 'Expresionismo abstracto', por citar solo dos de las creaciones gastronómico-pictóricas que pueblan la carta de Dacosta. Además, seamos sinceros, no teníamos los cien pavos por cabeza que cuesta averiguar que es eso.

Ayer nos bañamos en una calita de Las Rotas, cerca de Punta Negra, y ese es un mar distinto del de la playa de arena. Los fondos rocosos generan una transparencia en el agua que en pocos lugares de la costa se alcanza con tanta pureza, y la presencia imponente del cabo de San Antonio le da una solidez geológica al entorno, y te recuerda que lo ha visto todo, desde la presencia de los romanos interesados en sus factorías de salazón, hasta las singladuras furtivas de los jerarcas nazis, que embarcaban aquí en lanchas que los llevaban a alta mar para seguir con rumbo a los países de américa latina que los acogían.

Así hemos pasado las mañanas, entre las calas poco concurridas de Las Rotas y las playas urbanas de Les Marines. Por las tardes, desde la terraza de nuestro enclave ocasional, cuando el sol declinaba, la luna entera aparecía junto al castillo de Denia, y al fondo del horizonte amplio, todavía no vulnerado, del viejo marjal, la cola del Montgó ofrecía las manchas blancas de las grandes mansiones de los capos de San Petersburgo y Moscú, deshabitadas. Tal vez, refugios preparados para la ocultación oportuna, cuando los competidores se ponen demasiado agresivos y otros escondites resultan menos seguros.

La belleza nocturna de ese paisaje que derrama el resplandor lunar sobre el palmeral y el cercano Castillo, con el Montgó al fondo y las ligeras nubes que chocan contra su cumbre, parece una puesta en escena de algún artista local, que se completa con las ráfagas de luz intermitentes del faro del cabo de San Antonio, en medio de la calma que prevalece cuando el violento viento del sureste abandona la tarde.

La calle del Marqués de Campos esta muy animada cuando la visitamos por la tarde, y en la nueva heladería especializada en helados de yogur es imposible encontrar un hueco para sentarse. Nos tomamos uno sentados en el borde de la acera. Me pido el de yogur con crema de pistachos. Mmm.

En la mañana del tercer día, hemos ido al mercado. En los puestos de pescado había una ventresca de atún sensacional, pero mi anfitrión no puede tomar grasas. Se decide por un filete de emperador. Yo meto en la bolsa tres lenguados de buen tamaño y medio kilo de gambas de Denia, las de los largos bigotes. Hoy, a 63 E. el kilo.

A mediodía nos lo hemos papeado todo, a la plancha, con unas rodajas de patatas cocidas, con estragón y aceite de oliva virgen, una vinagreta de aceite, limón y perejil, y dos botellas de blanco Marina Alta, que nos han dejado para el arrastre.

Esto se tenía que haber llamado Denia, 5-7, pero mi amiga Conchi me ha sugerido un título mejor, 'A la sombra de los tamarindos', y se lo he puesto, en homenaje a su acogedora hospitalidad. También es ella quien me ha informado de que Denia fue una antigua propiedad del Duque de Medinaceli y me ha hablado de la importancia que tuvo la elaboración de las uvas pasas en la economía local.

En fin. Hola de nuevo. Saludos cibernautas.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 7-08-09.

1 comentario:

  1. Bien Lohengrin, vuelve pronto y de nuevo te acompañare al mercado, ésta vez no hará falta que lleves tu solo la cesta, pues ésta nueva vez estaré sano y fuerte, compraremos le ventresca deseada, y no catada, la acompañaremos con los magníficos vinos de estás tierras que además de deleitarnos nos servirán para brindar por nosotros y por los resistentes tamarindos para que nos acojan en su sobra como solo ellos saben hacerlo.
    Desde mi terraza un abrazo.
    Sánson.

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