lunes, 24 de agosto de 2009

MERCADOS POLÍTICOS

Galbraith estableció, hace ya cuatro décadas, que en una parte sustancial de las economías, los precios no los determina el mercado, sino que los imponen los conglomerados empresariales hegemónicos. Esa osadía, contraria al pensamiento económico dominante de su tiempo, le privó del galardón del Nóbel que, al contrario de lo que sucede ahora, entonces nunca se concedía a los heterodoxos.

Si alguien alberga alguna duda sobre la validez actual de los postulados de Galbraith, puede dirigir la mirada a los negocios alimentarios. Unos cuantos grupos dominan la escena europea, imponen los precios a los productores y también a los consumidores sin que casi ningún mecanismo de competencia opere en ese mundo de oligopolios, de monopolios compartidos, en los que los beneficios de la competencia para el consumidor son solo ilusiones, artificios delicadamente elaborados para crear la sensación entre los compradores de que tienen capacidad de elección cuando, en realidad, no la tienen.

Entre usted en un Hipermercado, o en cualquiera de sus otras versiones, y no va a encontrar diez o veinte puestos de venta que le ofrezcan productos similares, compitiendo con los precios. Lo que encuentra es un único vendedor para cientos o miles de compradores potenciales, que, si bien puede ofrecer productos de distinta gama, con ligeras variaciones de precios, estas no son el resultado de la competencia, sino del estudio detenido de las rentas de los consumidores, de modo que para las rentas mas desahogadas hay un producto a precio mas alto, y para las menos otro producto a precio mas bajo. Usted no tiene ninguna capacidad de maniobra cuando entra en uno de esos templos del consumo.

La aparente libertad de elección entre miles de artículos ofrecidos, se conjuga con un mix, una combinación de precios aplicada por el vendedor único, que ha sido estudiada deliberadamente para que usted crea que compra barato, a través de determinados señuelos, mientras en otros le clavan la navaja con la misma saña de los antiguos bandoleros serranos. Y no se le ocurra regatear. No se puede. ¿Porque le llaman a eso Hipermercado?. ¿Donde está el mercado? No está. Como en el postulado de Galbraith, el mercado no está, ni se le espera.

Con el mercado político, ocurre algo semejante. En un sistema bipartidista, cuando se celebra el rito de las elecciones, cada varios años, que tenemos?. Dos únicos vendedores y millones de compradores con una muy escasa capacidad de elección. En teoría, esa capacidad de elección se puede ampliar, creando otro partido político, pero las fabulosas sumas de dinero que gastan los partidos -–no siempre de clara procedencia-- para promocionar su mercancía, actúan como una barrera oligopolísta casi insalvable, que dificulta, y casi siempre impide en la práctica, que acudan nuevos vendedores al mercado.

El sistema bipartidista tiene fama de ofrecer mas estabilidad parlamentaria que otros donde concurren mas partidos, como es el caso de Italia, donde las legislaturas duran menos y están mas sujetas a crisis. Pero eso no excluye que los gobiernos en los sistemas bipartidistas lo hagan tan mal que generen sus propias crisis, ni significa que las coaliciones de varios partidos sean inestables por definición Si la sociedad actual es compleja, si está fragmentada en diversos grupos sociales, con distintas sensibilidades y preferencias, ¿Que sentido tiene que esté obligada a elegir entre blanco o negro?.

Si usted está contento con los Hipermercados y los sistemas bipartidistas, pues, que sea enhorabuena. Si no lo está, siempre puede, si lo desea, aunar esfuerzos con otros descontentos, por vía asociativa –Asociaciones de defensa de los consumidores, haberlas, haylas. Lo de los partidos es mas difícil-- y tratar de cambiar esas estructuras que limitan, mucho mas de lo que parece, su capacidad de elegir.

Daría algo de lo poco que tengo por contemplar una rebelión multitudinaria de consumidores llamando al jefe de tienda en los Hipermercados. --A ver, esos melocotones que tiene usted a uno veinte, yo le doy ochenta, si quiere me los llevo y si no, se los come con patatas. Una presión así sostenida en el tiempo, combinada con la de los productores, haría bajar los precios hasta alcanzar un nivel de equilibrio en el que los productores recibieran un precio justo y los consumidores no pagaran mas de lo razonable, quedando los márgenes unitarios de los vendedores mas ajustados, sin que eso supusiera un gran quebranto para ellos, que podrían compensar en parte aumentando las cantidades vendidas.

Lo de los mercados políticos es mas difícil. Por el momento, mientras subsista el sistema bipartidista y las barreras a la entrada de nuevos partidos, quizás deberíamos pensar en alternativas imaginativas. ¿Que tal el voto condicionado? Eso de dar un cheque en blanco a los partidos por cuatro años, no parece estar funcionando. El voto debería tener una caducidad, sujeta a criterios de participación ciudadana, mas corta, de modo que si el partido mas votado no cumple las expectativas, pueda ser relegado por los propios votantes antes de que expire su mandato. Esto induciría, al principio, una cierta inestabilidad parlamentaria, pero solo hasta que los partidos asimilen la clara lección de que ellos están al servicio de los ciudadanos, para eso les pagan.

En fin. Mercados políticos. Un poco farragoso ha salido, no? He dormido mal y estoy algo espeso.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 24-08-09.

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