lunes, 27 de junio de 2011

ANÉMONAS

La vejez tiene indudables ventajas. Una de ellas, nada despreciable, es abandonar las urgencias y ansiedades de la vida laboral. Cuando pienso como sería mi vida ahora, si no me hubiera jubilado y todavía ejerciera de director financiero en una empresa de medio pelo, en medio de la brutal crisis financiera que nos asfixia, siento una sensación de pánico, semejante a la que evidencia mi mujer cuando me dice, Enrique, ve al banco y saca nuestros exiguos ahorros para meterlos bajo el colchón, porque he leído en El País del domingo la palabra corralito, y me da mucho miedo.

También tiene sus inconvenientes. Uno de ellos es que los caminos químicos cerebrales que van a dar al archivo insondable de la memoria te juegan malas pasadas. Ayer, al regreso de nuestra estancia de cuatro días en Xàbia, dediqué varias horas a publicar la crónica de esa estancia. Después, intenté encontrar en ese archivo el nombre de un animal marino evocado en una conversación con nuestros anfitriones, que nos sirvieron rebozado con harina de tempura en un restaurante del Cabanyal el año pasado, pero fracasé en los sucesivos intentos. A veces tardo horas, días, en encontrar la palabra buscada. Me despisto en las rotondas neurológicas interpuestas entre el origen y el destino de esa búsqueda, y al final tengo que recurrir a Google.
(...)
Puse en la barra de búsqueda, 'animal marino', pero solo me salían cetáceos, luego probé con animales coralinos, finalmente lo hice con medusas y, misteriosamente, solo con acceder a esa página, sin necesidad de leer su contenido, el camino de la búsqueda llegó a su fin y mi memoria respondió. Anémonas. Eran anémonas de mar. No esa flor, sino ese bicho híbrido de flor y calamarcillo tentacular, de cuyo interior surge un líquido urticante que aleja a los depredadores y que, al comerlo preparado por el restaurador tiene una textura crujiente que, al morderla, deja escapar un líquido semejante a la tinta de calamar.

Aliviado por haber encontrado el nombre de ese bicho que no supe decir a mi amigo, lo anoto al dorso de un papel que me confió, junto con su DNI, para que haga una gestión por él en las oficinas de una institución educativa en Heliópolis.

"Mi amigo quiere matricularse en LA NAU GRAN, una institución universitaria orientada a los mayores, para cursar tercero de Humanidades el próximo curso. Había pedido por teléfono a una compañera que le recogiera el sobre para la matrícula, pero no se lo han dado sin el requisito de mostrar el DNI del solicitante, por eso, mi amigo me ha confiado a mi esa gestión. Yo le había pedido, porque soy pesimista por naturaleza que, además de su documento de identidad, y la nota con la dirección de la institución, me facilitara una autorización escrita para formalizar ese trámite en su nombre, pero, mi amigo, optimista por naturaleza, creyó que no era necesario.

Al personarme esta mañana en la oficina de la institución, la funcionaria que defendía su porción de mostrador, con la actitud hierática y seca de quien custodia la entrada secreta a un recinto funerario, aunque no iba armada con cadenas, como los guardianes del Mausoleo de Mohamed V, en Rabat, que agraden con ellas a las turistas occidentales que osan acercarse demasiado, me ha dado mala espina.

Le he mostrado el DNI del solicitante, lo ha mirado, lo ha comparado con el tipo que tenía delante, que era yo, sin ningún parecido con la foto del carnet, y me ha espetado, en tono displicente, ¿Y la autorización?.

Esa demanda, ha sido el comienzo de un largo y lamentable debate, en el que, después de mostrarle la nota de mi amigo, no firmada, ni relativa a ninguna autorización, pero que contenía su grafismo, que podría servir de prueba en el remoto supuesto de que alguien acusara de prevaricar a la funcionaria por entregar el sobre con la solicitud de matrícula a un mensajero amigo enviado por el solicitante, en lugar de a el mismo, la funcionaria se ha mostrado inconmovible. Sin conseguir remover, ni un milímetro, la pétrea firmeza de la funcionaria, el seco debate ha concluido como era previsible. --Si no lleva autorización, no puedo darle los papeles. Que pase el siguiente.

Me consta que mi amigo, como yo, ha leído a Kafka. 'El Proceso', y todo eso, pero siendo como es un lector devorador, lee tanto, que no le da tiempo para aprender de sus lecturas. De lo contrario, habría asimilado el carácter y naturaleza de una raza de burócratas que, si tienes la desgracia de dar con algún ejemplar típico de esa variedad, te puede hundir la vida, aunque, en este caso, el efecto de su intransigencia solo será que mi amigo deba adelantar un día el regreso de sus vacaciones, para llegar a Heliópolis antes del término del plazo de matrícula."

He de aclarar que el relato del intrascendente suceso puesto entre comillas es del todo imaginario, pero mi imaginación me dicta que no sería extraño que sucediera de ese modo, mañana, cuando intente la gestión de la que he sido encargado.

He leído a Kafka. Desde entonces, soy un pesimista impenitente en cuanto se refiere a la relación de los ciudadanos con la administración, la burocracia, la justicia.

Pasan los años, se suceden los gobiernos, los sistemas, pero la actitud hierática y seca de algunos burócratas que defienden su palmo de mostrador como si se tratara de la entrada secreta a un recinto funerario, no cambia.

En fin. Anémonas.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 27-06-11.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios