"...mañanas de San Petersburgo en (las) que, fiera y tierna, húmeda y deslumbrante, la primavera ártica facturaba lejos de nosotros los bloques de hielo que arrastraba con su corriente aquel Neva tan luminoso como el mar. Esa primavera hacía brillar los tejados. Pintaba la enlodada nieve de las calles de una intensa tonalidad morada del azul que luego no he vuelto a ver en ningún lugar."
Encuentro esa evocación de San Petersburgo en la página 70 de un ejemplar atrasado de
'El País Semanal' que releo distraído, para eludir la anodina programación de los viernes en la tele, y me hago dos preguntas, ¿La luz es el paisaje? ¿El paisaje es la memoria? pero dejo la respuesta para mañana, porque el dentista me ha extraído dos muelas esta tarde y, ahora mismo, no estoy para muchos lirismos.
(...)
Ya me encuentro mejor, es sábado, he bajado al Maravillas y he tomado un café con leche, después de dejarlo enfriar, porque todavía no puedo tomar líquidos demasiado calientes.
Desde el amplio ventanal del Maravillas, docena y media de árboles que pueblan el cercano paisaje urbano filtran a través de las hojas de sus copas una luz que no es exactamente solar, porque la presencia de nubes poco compactas la convierten en otra cosa, despojada de la dureza de los días claros, y lo que queda es una caricia lumínica, de una textura translúcida, casi sedosa, que configura un paisaje singular, en este preciso momento, en este lugar concreto. ¿La luz es el paisaje?.
La joven de la perla, el retrato de Vermeer, o el tratamiento pictórico de la luz que hicieron Sorolla y Sargent al pintar sus retratos, verdaderos paisajes humanos,
el cine alemán expresionista, o el tenebrismo de Solana en el uso de la luz y las sombras, una tradición recogida por nuestros mejores humoristas gráficos, como Enrique Herreros, --del que ayer dieron un reportaje en la 2-- Chumy Chúmez, o El Roto, parecen indicios de que, para muchos artistas, la luz es el paisaje.
Salgo a fumar un cigarrillo y cuando me incorporo de nuevo al mostrador del bar alguien ha dejado amablemente a mi alcance un ejemplar del 'Levante' de hoy. Voy directamente a las páginas de opinión y encuentro que Emili Piera dedica hoy su columna --casualidad-- a los paisajes, en este caso de la memoria.
Evoca Piera los paisajes de la huerta de su infancia, relata los procesos de conurbación de las aglomeraciones urbanas que la están haciendo desaparecer y cita la imagen empleada por otro escritor para describir el destino inexorable de esos territorios de la infancia, su transformación en un mancha parda, improductiva.¿El paisaje es la memoria?.
Tal vez la memoria no sea toda paisaje, ni todos los paisajes sean solo memoria,
pero la mía, mi memoria, conserva con una sorprendente frescura la luz de un domingo de julio, esa luz maravillosa y a la vez brutal del estío en Heliópolis, y la imagen de un niño subido en la losa de una fuente pública, a la puerta de su casa, sosteniendo con una mano, con dificultad, por su pequeña estatura, el mecanismo que mantiene el grifo de la fuente abierto, mientras con la palma de la otra mano dirige el chorro del agua, que sigue una línea parabólica, hacia la calzada, para atraer con el frescor del agua a las libélulas púrpuras y doradas que visitan sedientas ese lugar, procedentes de los cercanos huertos suburbanos.
La chiquillería, armada con flexibles cañas, obtenidas de los márgenes de las acequias que riegan esos huertos, con la crueldad característica de la inconsciente infancia, lanza sus ataques contra las inocentes libélulas, seres de humedal hoy totalmente desaparecidos del paisaje urbano, como los restos de la huerta que ya solo habitan la memoria.
El paisaje no es únicamente luz, no es solo memoria, pero la potencia evocadora de la luz y la memoria pueden dejar una marca indeleble, de por vida, de una sensación aparentemente trivial, los colores púrpura y dorado de las libélulas en una mañana de julio entregada a la luz cegadora del estío en Heliópolis, hace bastante mas de medio siglo.
En fin. Paisajes.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 11-06-11.
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