viernes, 10 de junio de 2011

SEPARACIÓN DE PODERES

Montesquieu, seguramente fue un tipo desconfiado, buen conocedor de la naturaleza humana, consagró la separación de poderes como un principio inseparable de la organización del Estado, porque poner todos los poderes en la misma mano, era propio de las monarquías absolutistas. La monarquía de su tiempo era todavía un reflejo de la divinidad, por eso, al separar la tarea de legislar, de la de gobernar y juzgar, al mismo tiempo, de un modo implícito, el francés separaba también el poder divino del humano, negando al divino cualquier capacidad de mandar en la vida pública.

Cotino, mas chulo que Montesquieu, se cisca en nuestra constitución, que declara la aconfesionalidad del Estado, incorpora símbolos de una religión determinada, la suya, a un acto público, amparándose en su condición de cristiano, olvidando que el ámbito de las creencias en este país, por mandato constitucional, pertenece al dominio de lo privado, como algunos cristianos han reconocido, recriminando al miembro del Opus su falta de observación de la separación de poderes divinos y humanos.

Esta falta de sensibilidad sobre la separación de poderes de Cotino, no se limita a lo sagrado y lo profano, sino que, al parecer se extiende a la confusión entre su bolsillo privado y el público, como demuestran las muchas contrataciones que han beneficiado a sus empresas familiares, todas legales, claro, pero algo hediondas.
(...)

Es posible que Montesquieu estuviera equivocado, que la naturaleza humana no mereciera la desconfianza implícita en sus principios políticos, o que aún mereciéndola en su época, la condición humana haya mejorado en estos siglos porque el paso del tiempo parece que debería contribuir a esa mejora, con la mayor instrucción y la mejor información de que goza la población en general, y los políticos, en particular.

La ética,y la estética, cristianas, han prevalecido a lo largo de los siglos, por encima de revoluciones y otras convulsiones que anunciaban cambios sociales que
al final han languidecido. Seguimos con un calendario gregoriano, nuestros pueblos
representan en semana santa la estética de la crucifixión, y siguen vigentes los principios de obligado cumplimiento, con ligeros retoques. Por ejemplo, no robarás a tu hermano, a tu prójimo.

No es menos cierto que en los modernos Estados democráticos conviven gentes agnósticas, con gentes religiosas, no necesariamente católicas, por eso el mandato constitucional permite la libertad religiosa y declara la aconfesionalidad del Estado.

Que Cotino, miembro destacado del Opus Dei, haya impuesto un símbolo religioso en su toma de posesión, vuelve a poner de manifiesto dos corrientes de opinión, la de los agnósticos que piensan que esa actitud va contra la aconfesionalidad del Estado, es decir, vulnera la constitución, y la de las jerarquías católicas, que defienden, en base a la libertad religiosa, su derecho a rebasar el ámbito de la privacidad en el ejercicio de sus creencias.

En mi opinión, la actitud de Cotino excede el ámbito de esa discusión. Su exhibición es, antes que nada, la exhibición del poder sectario del Opus, que nada tiene que ver con la ética cristiana, sino con una afirmación de la presencia de esa institución en nuestras estructuras democráticas. Una demostración de fuerza y del propósito de los sectarios de profundizar en su influencia y su capacidad de gobernar por medio de dóciles políticos interpuestos que se pliegan a sus mandatos e intereses.

De nada nos vale el aparente progreso de la separación de poderes, que las leyes, el gobierno y la justicia estén en diferentes manos, como quería Montesquieu, si lo esencial, la separación entre el poder sagrado y el profano, es vulnerada por nuestros representantes elegidos de modo democrático. Si además, no cumplen fielmente el mandamiento que les prohíbe robar al hermano, al prójimo, hay que concluir que la desconfianza de Montesquieu estaba plenamente justificada.

En fin. Separación de poderes.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 10-06-11.

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