lunes, 25 de julio de 2011

EN LA ISLA

En la casa de la sierra he escuchado por la radio la trágica noticia, que me ha conmovido profundamente, la matanza de jóvenes en una isla de Noruega. Además, escuché otra noticia, al parecer incruenta, que me pareció muy inquietante.

Un hombre de edad avanzada agredió a una pareja de jóvenes en un restaurante, al parecer, porque se besaban en público. A mi me parecen, ambas noticias, dos manifestaciones distintas de una misma plaga, la intolerancia.

¿Existe algún lugar donde uno pueda retirarse a vivir que esté libre de intolerantes?
No sé.

Tal vez, todos vivamos, sin saberlo, en una futura isla, ignorando el grado de violencia e irracionalidad que un solo individuo puede desencadenar.

(...)
Estamos al tanto, sabemos lo que ha sucedido, pero tal vez hemos olvidado pequeños incidentes en los que afloró la intolerancia en nuestra vida cotidiana.

Cuando compramos la vieja casa campesina de la isla, encargamos el propio hijo de quien nos la vendió la rehabilitación de la fachada. Un día, aparecimos por allí para ver el resultado de los trabajos y aquel hombre nos mostró, orgulloso de su obra, la textura perfectamente lisa de la fachada, resultado de una finalización cuidadosa de la rehabilitación.

Cuando le dijimos que preferíamos algo mas rústico, mas basto, alejado de aquel acabado casi perfecto, el hombre, con la paleta de lucir en la mano, nos miró de un modo extraño, enrojeció de cólera y, después de unos segundos, los que tardó en elegir entre partirnos el cráneo con la herramienta, o deshacer la apariencia de perfección del trabajo realizado, comenzó a lanzar porciones de cemento con la mano contra la fachada de la casa, y era tanta su cólera por plegarse a nuestra sugerencia de un acabado imperfecto, que en un tiempo muy corto dejó la fachada con el aire rústico que habíamos solicitado.

Desde entonces, aquel hombre, cuando pasa con su gran coche por el camino polvoriento junto al que está nuestra vieja casa de la isla, lo hace a toda velocidad, sin detenerse, ni saludar. En cierta ocasión, estuvo a punto de llevarse por delante a nuestro perro Lucas, a quien tocó ligeramente la rueda, sin lesionarlo.

Lucas ha adquirido la costumbre de ladrar con agresividad al coche que estuvo a punto de atropellarlo, cuando huele su proximidad. Aún hoy, cuando nuestros nietos comparten con nosotros un día en la casa de la isla, hemos de tener mucho cuidado y mantenerlos alejados del camino. Nunca se sabe cuando va a aparecer el conductor violento.

En el fondo de este conflicto latente está la violencia de la intolerancia hacia el error, la imperfección, o la permisividad. Las sociedades permisivas pueden generar sujetos violentos, como es el caso de Noruega, que odian la permisividad, pero las formas autoritarias de organización social generan el mismo tipo de violencia, solo que a mayor escala. La historia del siglo XX lo demuestra.

Una sociedad permisiva, como la noruega, carece de mecanismos para una detección precoz de la violencia individual. Los gobiernos totalitarios, como el cubano, recluyen a las personas por sus supuestas intenciones y, parece claro, si uno puede elegir, en que tipo de sociedad le gustaría vivir.

En realidad, nuestra vieja casa campesina no está en una isla, sino en una península, pero no se puede descartar que, con el tiempo, se desprenda del continente, como no se puede excluir que un tipo violento, que no soporta la permisividad, urda un plan destructivo de consecuencias brutales.

Los permisivos hemos de resistir las presiones de los autoritarios, a veces, en situaciones muy dolorosas, para seguir viviendo en libertad. Eso parece que están haciendo los noruegos y por ello se sienten legítimamente orgullosos, además de doloridos por una tragedia colectiva, incomprensible, estúpida, con la estupidez de la intolerancia.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 25-07-11.

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