"He pasado el fin de semana en la casa de la sierra, con un tiempo algo variable, propio de la altitud a la que nos encontrábamos, rodeados por algunos picos que alcanzan algo mas de mil metros de altura, en lo alto de una colina que no llega a los novecientos. El primer día sopló un fuerte viento del sureste con rachas algo violentas. Un viento cálido que molestaba fuera de la casa. Al atardecer del segundo día se desató una tormenta que pudimos contemplar durante el largo rato que duró su aparición, su actividad, su desarrollo y su tránsito hacia otros lugares.
(...)
Una masa de nubes negras entró lentamente desde el sureste hasta ocupar todo el horizonte visible desde debajo del pórtico donde habíamos visto ponerse el sol unos minutos antes. Debían ser poco mas de las nueve. Una desgarradura de las nubes de tormenta dejaba ver un trozo de luna, como una tajada de melón, que aparecía y desaparecía, alternativamente, siguiendo los caprichos del viento que dibujaba entre la masa de nubes espacios de luz.
Era difícil calcular la distancia a la que se encontraba la tormenta hasta que comenzó su actividad eléctrica. Al principio, solo era visible,pero apenas audible, el estruendo de los estampidos tardaba en llegar hasta nosotros mas de un minuto, así que calculamos, a ojo, que el centro de la perturbación se encontraba por lo menos a doce kilómetros del lugar desde donde observábamos.
Poco a poco, el tiempo transcurrido entre la aparición de los relámpagos y la percepción de su sonido, se acortaba, así que parecía que se acercaba hacia nosotros. La espectacularidad de la actividad tormentosa, aumentó.
En la radio, sonaba la música emitida por Radio Clásica. Una sonata. Música barroca francesa, me pareció. El contraste entre aquellos compases, salidos de una cabeza cartesiana, obstinada en que sonase con una exactitud previsible y minuciosa, con un control absoluto del tempo, de la musicalidad, como si de un ejercicio matemático se tratara, y la visión de la tormenta, de las fuerzas naturales desatadas sin ningún control humano, me chocó.
No se porqué, pensé en los hombres del neolítico, para los que, tal vez, ver a las fuerzas naturales manifestarse como ahora las vemos, sin disponer todavía de una base racional para interpretar y entender los fenómenos naturales, debió ser una experiencia radicalmente distinta de la nuestra ante el mismo fenómeno.
Por fuerza tuvo que ser la suya una interpretación mítica, marcada por un respeto sagrado a la naturaleza, mientras que los hombres contemporáneos, los de las civilizaciones urbanas, raras veces adoptan una actitud contemplativa de los fenómenos naturales, entre otras cosas porque las configuraciones urbanas no permiten contemplarlos con una perspectiva completa.
En ese sentido, es un privilegio tener acceso a un punto de observación en la montaña, ver la tormenta como un fenómeno en movimiento, completo, verla acercarse,
reconocer su sombra en los montes cercanos, comprobar como reconfigura el paisaje,
a través de las luces y sombras que proyecta, y percibir lo imprevisible de su ruta
pues, cuando crees que se acerca en tu dirección, los vientos caprichosos se la llevan y desaparece, lentamente, del horizonte, tal como apareció, sin que puedas predecir si su marcha es definitiva, o solo da un giro para volver a aparecer.
La sonata dejó de escucharse en la radio, pero la tormenta tardó algo mas en desaparecer del todo. Cuando lo hizo, la luna con forma de raja de melón desaparecía hundiéndose por el horizonte, y todo quedó en silencio.
Solo se escuchó, a lo lejos, el remoto eco de la tormenta que se dirigía hacia otro lado."
En fin. La Tormenta.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 4-07-11.
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