Las bolsas europeas se han puesto de los nervios. Mientras intento llegar a la página 200 de 'El Ruido y la Furia' de Faulkner, cómodamente instalado en el porche de la casa de la sierra, la radio cuenta que el Ibex 35 ha caído hasta los 9.600 puntos. Si recordamos que hace tres años ese índice bursátil estaba por encima de los 16.000 puntos, la caída acumulada parece un gran batacazo.
En este país aun es frecuente que, cuando alguien se cae por la calle, una parte de los viandantes se apresuren a ayudarle, mientras que otros se descojonan de risa.
Será por eso que yo mismo, ante las noticias de la bolsa, no puedo evitar visualizar
la imagen de un indigente zarrapastroso tendido en sus cartones, provisto de su móvil, que escucha, con gesto preocupado, las cotizaciones del cierre del día. Que le voy a hacer, los hombres planta somos así, un poco hijo putas.
(...)
"El segundo día de nuestra estancia en la casa de la sierra me acosté para hacer la siesta. Me levanté con dolor de riñones y le dije a mi mujer,
'hemos de cambiar el colchón, está viejo y no se acopla bien al cuerpo', 'que va, lo cambiamos hace dos años y con el poco uso que le damos, aun está rígido' 'Serán tus riñones, que están blandengues', replicó ella.
No he dormido, pero lo he pasado muy bien.
Ningún ruido extraño ha interrumpido mi descanso, nada de avisos acústicos de vehículos sanitarios, ninguna exhibición atronadora de coche de bomberos, ninguna discreta sirena --porqué le llaman así-- de unidad móvil de la policía, ni siquiera un maldito vehículo del servicio de vigilancia forestal ha roto el silencio serrano de esta habitación cuya ventana da a un camino por el que nadie, nunca, pasa.
Vivir en Heliópolis cerca del parque de bomberos, junto a un cuartel de la policía, en una encrucijada urbana que está en la ruta de los hospitales, es también agradable, pero tiene el inconveniente de que la frecuencia de los aullidos de toda clase de artilugios mecánicos de emergencia, pone de los nervios, aunque a mi, no.
Tengo un ligero temblor en las manos, a veces, cuando tomo un café del tiempo, al trasvasar el brebaje negro y caliente, una vez endulzado, desde la taza de cerámica
hasta la copa de cristal preparada con hielo y limón, derramo un poco de café, pero no es por los nervios, es por el litio.
Tengo los nervios bien templados, aunque desde que entró el verano he notado un aumento de la presión arterial y de la actividad hormonal, cuya principal manifestación es que veo a las mujeres, a todas, propia y ajenas, amigas y desconocidas, con una mirada de macho alfa que no se corresponde, para nada, con mi condición de viejo ejemplar en proceso de ser apartado de la manada.
Por eso, tengo mucho cuidado de no dejar de tomar litio, algo que solo se debe hacer bajo vigilancia médica, aunque uno de sus efectos secundarios es ese visible temblor en las manos. El litio es un producto que ayuda a estabilizar el ánimo demasiado cambiante de los hombres planta, muy sensibles a los cambios estacionales, de ahí que yo prefiera ese nombre, al mas prosaico y estigmatizador de la ciencia médica.
Sigo esa pauta médica, para evitar que un repentino incremento de la actividad hormonal me conduzca a una excesiva euforia veraniega que exceda los límites de la correcta convivencia con las hembras de la manada.
Fuera de esas pequeñas alteraciones, mis nervios están tan helados como los cubos con los que acompaño el café del tiempo, y no tengo memoria de haberme pasado, ni participado en altercado alguno, desde hace veinte años, cuando negocié con mi psiquiatra un tratamiento preventivo para mi trastorno de hombre planta, que me ha permitido llevar una vida absolutamente aburrida desde entonces.
Mis nervios están templados, entre otras cosas, no solo por el uso permanente y disciplinado del litio, sino porque hace quince años decidí comprar esta casa campesina de la sierra, situada en un paraje dominado por el silencio de la vida natural, y restaurarla para hacerla habitable, sin lujos. La casa está a diez mil metros del núcleo urbano más próximo y, claro, es muy tranquila. Un inconveniente es que, cuando se te olvida la soja del desayuno, debes hacer veinte kilómetros para reparar el olvido.
Esta mañana ha sucedido eso, precisamente, y el único ser vivo que he encontrado en la carretera, de camino a Mercadona, ha sido el hombre de la contrata del asfaltado que están aplicando en la vieja carretera. Ha hecho un gesto para que disminuya la velocidad al pasar a su lado, porque estaba pintando marcas para la señalización horizontal de la carretera, y me ha dicho, --Tenga cuidado. No me pise el eje.
Ya se ve, por el aislamiento extremo de esa casa, por la ausencia de población en sus alrededores,la imposibilidad de conflictos, de ruido, de acontecimientos, que vivo temporalmente en un sitio que es un bálsamo para los nervios. Temporalmente, claro, porque si te quedas mas de tres días, puedes terminar con los nervios destrozados por tanto silencio."
En fin. Nervios.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 13-07-11.
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