lunes, 19 de octubre de 2015

LLUVIA

Llueve. Una lluvia suave, silenciosa, un xirimiri, cala bobos, orbayo, ¿o se dice orballo?, no sé, en todo caso nada que ver con las lluvias torrenciales de los otoños de mi infancia/adolesencia, cuando llovía una semana entera sin parar.

En el otoño del 57 uno de esos episodios bárbaros de lluvia desbordó el cauce viejo del Turia y se llevó por delante, los primeros, a quienes vivían en chabolas adosadas a sus muros. Digo yo si será por eso que Cañizares, el apestoso arzobispo de Valencia, no ve pobres bajo sus puentes, o será que no acostumbra a pasear por allí.

Aquel acontecimiento trágico, la riada del 57, marcó el devenir histórico del siglo en la ciudad. Yo tenía entonces trece o catorce años, los daños de la inundación afectaron de distinto modo a los barrios de la ciudad, según fueran altos o bajos, respecto al nivel del cauce, pero como los sistemas de alcantarillado, tal vez sea excesivo llamar sistemas a lo que había entoonces, se colapsaron en su totalidad, todas las calles aparecían mas o menos inundadas, entra otras la mía.

Sali a la calle con mi padre, recuerdo que iba abrigado con una gabardina, de las entonces llamadas, comando, para curiosear los daños que el agua había causado en el barrio, y a la vuelta de aquella imprudente excursión tuve que estar en cama una semana, porque pillé la gripe.

Mi hermano hacía la mili por entonces, y lo reclutaron para que recogiera con una pala el barro de las calles, por eso se les llamó luego, a los de su promoción, la quinta del barro.

Cuando los primeros embates de la riada fueron mas o menos controlados y comenzaron a evaluarse los daños, las autoridades franquistas de la época se reunieron en Madrid para deliberar sobre las ayudas del gobierno central para paliar los daños de las inundaciones, y debieron pensar que éramos gilipollas, porque concluyeron que lo mejor era que las pagáramos nosotros mismos, por medio de un sello especial de Correos, llamado Plan Sur, de 25 céntimos, con la finalidad, entre otras, de desviar el cauce del río.

Veinte años después de aquello, terminadas las obras que justificaron su aparición, seguíamos pagando por el dichoso sellito. Eso sí, en el cauce viejo, los sucesores del viejo régimen, nos han dejado un parque temático, con una arquitectura fabulosa, tan fabulosa que sus formas esféricas requieren un batallón de alpinistas para su mantenimiento, lo que no contribuye a disminuir la deuda pública de 40.000 millones de la que es titular nuestra comunidad.

¿No podía haber sido mas funcional, menos onírico, el diseño de los edificios? Podía, pero, en este caso, se ve que el arquitecto construye directamente lo que sueña.

Ya ven, todo esto es consecuencia de la lluvia.

Hay otra lluvia, mas ligera y persistente, la lluvia del tiempo, desde que nacemos se posan en nuestros hombros, en nuestra cabeza, los efectos de esa lluvia no visible, pero no menos real, y del mismo modo que la lluvia física colapsa los albañales, desborda los cauces de los ríos, anega las ciudades, el paso del tiempo, esa lluvia temporal inmaterial, se apropia de nuestra expresión, de nuestras ideas, y consigue, a veces, que cedamos a la pulsión de contar cosas del pasado.

Hoy es uno de esos días.

En fin. Lluvia.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 19 10 15.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios