domingo, 28 de mayo de 2017

IL CASTRATO

"Esta mañana, antes de bajar a La Fuente porque hoy el Maravillas permanece cerrado, al ingerir la media pastilla de la mañana, de pronto me he dado cuenta de porqué mi laringe tiene la facilidad de ingerir cualquier cosa, sin obstáculos, sea con la ayuda de líquidos o sólidos.

He recordado, no sabría explicar porqué, cómo en los años cincuenta, yo tendría siete ú ocho, buena parte de la clase médica de aquí se dedicó a amputar las amígdalas de los niños y adolescentes, no sé con que criterio médico, si para prevenir la aparición de infecciones en aquella posguerra de auténtica precariedad o porque había demanda en los mercados orientales de aquella exquisitez cárnica que tal vez superaba entonces en demanda al pollo Tandoori o al buey de  Kobe de ahora.

De vez en cuando veo en algún suplemento semanal un artículo cuyo autor se rasga las vestiduras, y está muy bien, contra la ablación del clítoris que todavía algunas familias de religión islámica, residentes en Europa, practican por el sencillo procedimiento de mandar a sus hijas de vacaciones a su país de origen, donde las dejan nuevas, es decir preparadas para no mezclar el supuesto placer sexual clitoridiano con el hecho reproductor, pero jamás, jamás, repito, he visto una denuncia pública de lo que muchos médicos hicieron aquí en los años cincuenta, amputar las amígdalas a toda una generación de jóvenes, amputando, de paso, su posible placer estético de dedicarse a la ópera.

El martes, cuando vaya a clase de Teatro y el profesor se queje de mi falta de voz en los ejercicios de canto, se lo diré, -Yo fuí uno de esos niños víctima del holocausto nacional, aquella manía de amputar, porque sí, ese órgano de nuestra laringe al que se llamó campanilla, digo yo que sería por sus cualidades musicales.

Eso ocurría pocos años después del holocausto nazi que no solo sacrificó judíos, y de los experimentos médicos, de los que se habla menos, en los que se experimentaba con humanos, con la misma actitud indiferente con la que unos años después liquidaban aquí las potenciales facultades líricas de los niños.

A diferencia de los castrato, como Farinelli, que obtenian la gloria a cambio de ceder los testículos para que su canto perennemente infantil deleitara los oídos de los dignatarios algo pedófilos de la iglesia, nosotros, la generación de los niños con las amígdalas castradas, no obtuvimos ningún pasaporte a la gloria por aquella cesión forzada de una parte de nuestro cuerpo.

Me gustaría que alguien de la clase médica, no sé, presidente de algún colegio profesional, o lo que sea, me explicara porqué se hizo aquella barbaridad ¿Cual era el estado de la ciencia médica por entonces? O no era una cuestión de ciencia sino de ideología, o de influencia de la clase médica germana durante el nazismo, que no tenían muchos escrúpulos para experimentar con los enfermos, incluso con los sanos. No sé.

Conociendo que tenemos una calle dedicada al doctor Marco Merenciano, cuyas denuncias recurrentes determinaron la prisión y fusilamiento del rector doctor Peset, a cuyo cargo accedió Marco Merenciano después de esa vileza, queda claro que los médicos de entonces no seguían todos la misma escuela ética."

Ignoro porqué se me ha ocurrido hoy abordar esta tontería, la castración de las amígdalas, será porque al intentar emular a Pavarotti en la ducha, me he dado cuenta que, de haberlo deseado, nunca hubiera llegado a ser nada en la profesión del canto lírico.

También porque me choca mucho que jamás, jamás, haya visto nada publicado sobre este asunto. ¿Censura médica?, no sé.

En fin. Il Castrato.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 28 05 17.

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