Antes de que se popularizara el uso del término
globalización, la iglesia romana ya comerciaba en todo el mundo con la materia prima de la fe. Como la sustancia de su negocio es intemporal, inmaterial e invisible, se vio obligada a abrir sedes en todas partes, para hacerlo visible,
en un alarde publicitario sin precedentes, solo superado por Coca Cola, que llega adonde no llega la iglesia, aunque en ciertos lugares de América latina sus camiones van custodiados por un tipo con carabina.
En las últimas décadas, las empresas han hecho suyo ese know how, esa tecnología organizativa y actualmente exceden el ámbito de la nación, que se les quedaba estrecho, y han pasado de ser multinacionales, o transnacionales, como decían los entendidos, a ser globales. Ese concepto, aparentemente novedoso, es muy visible en la iconografía eclesial mas antigua. Basta con acudir a un concierto en la Iglesia de la Compañía, en Heliópolis, para comprobarlo. En su altar mayor hay una representación figurativa de cristo, con un pie sobre el globo terráqueo. Un logotipo que expresa la voluntad de globalidad de esa compañía.
Con el máximo respeto hacia los usuarios del negocio de la fe y los adictos a la coca cola, el argumento que sigue trata de demostrar que los métodos internos de promoción de su personal, son semejantes en los dos ámbitos, el de la iglesia y el de las empresas.
La púrpura cardenalicia con que se ha premiado al arzobispo de Heliópolis, García Gascó, --el prefiere que se escriba Gasco, no reconoce la etimología Gascón en su apellido ni le gusta su traducción catalana, y cada uno tiene derecho a su propio nombre, como nos acaba de recordar Carod Rovira en un show televisivo-- no difiere en nada, en sus motivaciones y objetivos, de la promoción de un ejecutivo del sector de automoción en Heliópolis al que requieren desde Detroit para ocupar la vice presidencia ejecutiva del grupo.
En el caso de García Gasco, yo encuentro varios motivos que justifican su promoción. El primero, es su adhesión y fidelidad a los principios filosóficos y operativos que emanan de la tecnoestructura que gobierna, desde la sede central, la compañía a la que pertenece. Ese concepto de Galbraith, la tecnoestructura, se refiere a un modelo de dirección en que los accionistas --usuarios, en este caso-- están alejados de los centros de decisión, que están en manos de quienes los gestionan, aunque no sean sus propietarios.
Es de cajón, que la adhesión y fidelidad al jefe es una condición necesaria para ser promocionado, sin embargo, existen personas díscolas, críticas, en todas las compañías, que a veces ponen en cuestión esa actitud acrítica. Aplicando la lógica de las organizaciones fuertemente jerarquizadas, estas personas nunca serán promocionadas.
Este criterio de selección es mas finalista de lo que parece, pues deseando los que integran la tecnoestructura que sus principios y valores les sobrevivan, buscan rodearse de personas que aseguren esa continuidad.
A García Gasco le han dado un sillón en Roma para que forme parte del colegio cardenalicio, con lo que los ejecutivos actuales se aseguran una presencia afín en la próxima elección de presidente. Pero este es solo el primer motivo, fidelidad y adhesión a los principios del jefe.
Además, están los resultados de su gestión, y aquí hay que citar algunos logros sobresalientes. Ha fundado una escuela de ejecutivos, --la universidad católica en Heliópolis-- supongo que gestionada por gentes fieles y non díscolas, con lo que lleva al límite la aplicación de los principios de continuidad y supervivencia de los valores de la tecnoestructura dominante.
Esos dos méritos, por si mismos, serían suficientes para avalar su promoción. Sin embargo, como un estratega dispuesto a garantizar, sin reparar en medios, los resultados de su ofensiva para alcanzar el cardenalato, el jefe de la diócesis montó un acto multitudinario para aclamar a su jefe, el presidente, que fue toda una demostración en el arte del marketing de masas, solo comparable a las operaciones de Coca Cola para introducirse en España, cuando regalaba su producto a la gente que llenaba estadios enteros, en las celebraciones sindicales de la etapa franquista
En este proceso de promoción, como es natural, las bases, --accionistas o usuarios, es lo mismo-- no han sido consultadas. Pero eso es lo propio de los sistemas de organización jerárquica, autoritaria, y eso es la iglesia, que es mas romana que apostólica y evangélica. A eso se refería Galbraith, en un viejo libro titulado El industrialismo y el hombre industrial, al surgimiento de una nueva clase, los ejecutivos no controlados por accionistas o usuarios.
Existen otras organizaciones e instituciones en las que los sistemas de promoción de su personal no son tan racionales ni diáfanos, sino que son mas bien difusos, confusos y aleatorios. Es el caso de las empresas financiadas con dinero público que soportan grandes pérdidas y deuda y que, periódicamente, sufren convulsiones organizativas porque unos nuevos directores son designados, por enésima vez, para resolver un problema, que, normalmente, no resuelven.
Es el caso de la televisión pública en Heliópolis. He visto dos fotos de los nuevos directores y me han dado un poco de miedo. Suele ocurrir que, con cada nueva dirección, el organigrama de personal es sacudido para aligerar su ramas, con el resultado de que el personal se agarra como puede para no caer. Al final suelen ser los mismos, colgados de otras ramas, los que configuran la organización nueva, si acaso, se podan algunas ramas menores, las mas débiles, a cambio de sustituir los pluses de jefatura por otros de igual cuantía, llamados de otra manera, pero los directivos exhiben ufanos el nuevo organigrama, que no tendrá ningún efecto en las pérdidas y la deuda del Ente, aunque habrá servido para sembrar la incertidumbre y la ansiedad en una plantilla que, ya de por si, vive acojonada.
En ese contexto, la promoción de unos y la degradación de otros, se convierte en un juego de ruleta rusa, donde la imprevisión, la prueba y el error y la arbitrariedad son los ejes dominantes de una convulsión artificial generada desde arriba, porque los nuevos directivos se sienten en la obligación de hacer algo para justificar su designación, aunque no sepan muy bien lo que están haciendo.
Esta falta de concreción en los procedimientos de promoción del personal tiene su origen en la dependencia última de los políticos, de una organización que debiera estar despolitizada en su gestión, y politizada en la libre expresión de sus profesionales, en relación con todas las opciones políticas presentes en el ámbito de su audiencia.
Y ya que hablamos de la interferencia política en los procedimientos de promoción de ciertas instituciones, no podemos desconocer lo que pasa en los propios partidos políticos en relación con la promoción de sus dirigentes.
La cuchillada en la espalda que acaba de recibir Plá, secretario general del PSPV, a quien he criticado repetidas veces, es un deleznable método de promoción de quien vaya a sustituirle, con independencia de lo que resulte de la imputación que se le ha hecho públicamente. Si los partidos políticos, sobre todo los socialistas, sustituyen las asambleas y congresos por la cuchillada alevosa entre los omóplatos, apaga y vámonos.
Al final va a resultar que la iglesia, con sus procedimientos de promoción de personal, es por lo menos mas clara y transparente que estos conspiradores de opereta, que aguardan detrás de un cortinaje con la daga afilada, como en los peores tiempos de los príncipes venecianos.
Lohengrin. 18-10-07.