jueves, 11 de octubre de 2007

ESPAÑA

La política siempre ha incluido un fuerte componente de representación teatral. Le he preguntado a mi profesora de comunicación porqué los políticos actuales son tan malos actores y me ha respondido que porque se les nota demasiado que no creen lo que dicen. Los espectadores no somos totalmente legos en el arte de Talía, y así como en tiempos pasados el país entero asistía a los debates parlamentarios televisados para disfrutar con la solidez actoral de Roca Junjent, Peces Barba, y muchos otros secundarios de gran nivel interpretativo, que no solo nos deleitaban con sus consistentes parlamentos, sino con la convicción que ponían al decirlos, la mediocridad imperante en las nuevas promociones de actores, que entonces eran solo meritorios, y se supone que estaban allí para aprender de sus maestros, ha alejado a los espectadores de las salas.

No estoy totalmente en contra del descreimiento. En cierto modo, se parece al distanciamiento que recomendaba Brecht, porque un exceso de apasionamiento en la interpretación ha llevado a este país a especializarse en la tragedia, con un sobrecogedor realismo, en lugar de la farsa. Pero una cosa es la distancia brechtiana y otra el cinismo. En teatro, como en farmacia, el veneno es la dosis.

Es penoso ver a tanto mal actor incapaz de conseguir que no se note que actúa en la escena actual. Boadella debería abandonar sus veleidades partidarias y formar compañía junto con Darío Fo, Calisto Beito y Carles Santos, para dar forma de farsa a la España actual, con la sana intención de contraponer ese esfuerzo a la propensión a la tragedia que todavía nos habita.

Estaría bien ver en el escenario a Rajoy, vestido de fallera mayor, con la banda de la enseña nacional puesta, a Zapatero de si mismo, pues es tal la falta de naturalidad que transmite, que todos verían enseguida que iba disfrazado de su propio personaje, a Acebes vestido con la púrpura cardenalicia, a Zaplana vestido de pícaro y en fin, al coro de figurantes, puestos en escena con la imaginación y la creatividad que caracteriza a los grandes escenógrafos de este país. En el fondo del escenario, una gran bandera española, lo de nacional suena un poco a faccioso.

En esa farsa, no podrían faltar nuestros surrealistas personajes autonómicos. No puedo hablar por otras autonomías. En Heliópolis hay materia abundante para aportar al libreto de la obra. Los follones de la XXXIII edición de la Copa América, la reducción de mas de 30 millones de euros del presupuesto comprometido para ayuda al desarrollo, para dedicarlo a gastos de promoción institucional ( en parte, suntuarios), pese a que Milagrosa Martínez, un ama de casa que preside las Corts, hace un esfuerzo, que la gente de a pie le reconoce, para barrer con su escoba los rincones, llenos de mierda desde hace dos legislaturas, del gasto institucional. Mientras Milagrosa barre, Eliseu Climent se tira al monte, como los antiguos maquis, en defensa de su repetidor.

El retraso de dos años (en este caso imputable al gobierno de España, como se dice ahora) en la construcción y apertura del centro estatal de enfermos mentales en Heliópolis, que tanta falta nos hace a todos, a todos, he dicho, no va a favorecer, precisamente, la normalización de la política autonómica.

Imagino a Camps sobre el escenario, con un sobrio traje oscuro, y una peluca a lo Marlén Dietrich, mientras una voz en off representa al hombre invisible, el jefe? de la oposición, y todo el escenario tomado por las comisiones de falla, estandartes, bandas de música y demás parafernalia, componiendo un brillante cuadro colorista, que culminaría con la firma pirotécnica Esquerra Unida reventando en una última traca en pleno patio de butacas.

Para que no fuera demasiado de aquí, esta farsa debería recoger los demás personajes de las otras nacionalidades, comunidades, o lo que sea, --incluido el nacionalismo españolista, naturalmente-- que mas ruido hacen, que son, precisamente, las mas prósperas. A las menos prósperas, no se porqué, no se las oye. Pero esto lo dejo al criterio de los directores teatrales.

Lo deseable es que estos despropósitos no excedan el ámbito de la farsa, que no degeneren en algo mas trágico, porque, así como la España de charanga y pandereta transitó sin demasiado esfuerzo hasta el escenario del crimen colectivo fratricida, la encendida y tramposa arenga de Rajoy, totalmente fuera de lugar, no es un mensaje dirigido al conjunto de los españoles como se desprende de sus palabras, sino una llamada a los suyos para ocupar las calles de un modo agresivo, con desprecio hacia los que no piensan como ellos. Es demasiado mal actor para que no se le note que miente.

Lohengrin. 11-10-07.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios