martes, 16 de octubre de 2007

CABREROS

Cabreros, geógrafos y ecologistas, por ese orden, son los que mas saben, en mi opinión, sobre el uso del territorio. Cualquiera que haya viajado por el interior del país habrá visto que los asentamientos humanos mas antiguos están siempre en las zonas altas. Los pastores de cabras pasan media vida vivaqueando por el monte y no creo que ninguno de ellos haya improvisado su choza invadiendo un barranco, un río o una torrentera.

El mar, sin embargo, destino final de los ríos, barrancos y torrenteras, además de una potencia amenazante es una fuente de oportunidades. Quienes establecieron un activo comercio entre sus dos orillas, crearon las condiciones para que la población, en un proceso migratorio que se ha extendido a lo largo del tiempo, desde las épocas mas antiguas, hasta las mas recientes, ocupara las tierras bajas.

Hoy, las economías de montaña son las mas paupérrimas, mientras que las periféricas de las tierras bajas están entre las mas prósperas, lo que acelera ese antiguo proceso migratorio hasta una densidad poblacional amontonada, que es lo que tenemos ahora.

En principio, nada obliga a que esos nuevos asentamientos invadan zonas inundables. Ha sido la masificación y los procesos especulativos ligados a la reciente década y media de prosperidad económica los que han acentuado la ocupación de tierras marginales --en el sentido de proximidad a los márgenes de los cauces fluviales y torrenteras--sobre todo en Cataluña y en Heliópolis, también en Andalucía, haciendo de la costa mediterránea un lugar de riesgo, por su fragilidad para afrontar las consecuencias cíclicas de los fenómenos naturales.

Son riesgos de sobra conocidos. Los geógrafos, con las posibilidades que les dan las nuevas tecnologías, los satélites de observación, y los modelos matemáticos que la informática hace operativos, los tienen bien acotados. Son riesgos inherentes a la actividad humana, pero sus consecuencias negativas se pueden reducir con una sensata utilización del suelo. Al parecer, nadie hace caso a los geógrafos, los cabreros y los ecologistas.

Le he sugerido a mi profesora de comunicación, en un debate sobre las recientes inundaciones en Heliópolis, la idea de que los cabreros se incorporen como asesores en materia de suelo edificable a ministerios y gobiernos locales, pero me ha contestado, con su sentido pragmático habitual, que los pastores de cabras, por mucho que sepan de asentamientos, tienen debilidades humanas, como todos, y que no están a salvo de lisonjas, regalos y premios que inclinen sus dictámenes en favor de la codicia.

Porque es la codicia, y por tanto los codiciosos beneficiados de esta situación, no la ignorancia, la que tiene una cuota reconocible de responsabilidad en el hecho de que los riesgos evitables, no sean evitados. Claro, la codicia es una pulsión irracional, no se puede pedir que de esa pulsión se deriven actuaciones racionales. No es razonable. Pero si debemos exigir que, quienes pueden hacerlo, pongan freno a esos despropósitos.

No es razonable que una anciana muera en su silla de ruedas porque su casa ha invadido un suelo que nunca debió ser ocupado. No es razonable que los bomberos de Heliópolis hagan centenares de salidas cuando caen cuatro gotas, porque los garajes se construyen y se equipan de modo insuficiente, en lugar de imponer unas normas de seguridad mas exigentes en su construcción que eviten riesgos previsibles.

El libre mercado, no puede ser una patente de corso que imponga el criterio del beneficio a corto plazo por encima de criterios seguros --hasta donde sea posible-- en el uso de los territorios.

Es cierto que los políticos han acudido con diligencia en auxilio de los sufrientes ciudadanos afectados por las inundaciones --como es su obligación-- pero se echa en falta esa diligencia en ministros, presidentes autonómicos, alcaldes, para imponer por medios legales y con énfasis en su cumplimiento, una política preventiva en el uso del suelo, teniendo como tienen a su disposición a geógrafos, ecologistas y cabreros, para integrarlos en sus comités de asesores.

El dinero es un poder fáctico, que no está entre los que definió y separó Montesquieu para alcanzar un buen gobierno. A los políticos les pagamos, si, les pagamos todos, para que arbitren soluciones políticas equilibradas, y una de sus obligaciones es resistir la presión del dinero cuando están en juego intereses vitales de todos los ciudadanos. Si no lo hacen, deben recibir un fuerte correctivo por la única vía democrática de la que disponemos, los procesos electorales.

Tengo dudas razonables de que eso suceda en Heliópolis. No hay cabreros en las tierras bajas pero, cada vez mas, tendemos a comportarnos como un dócil rebaño.

Es una opinión.

Lohengrin. 16-10-07.

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