martes, 23 de octubre de 2007

BIOGRAFÍAS INVENTADAS (3)

Kiril nació en una aldea de la tundra siberiana y desde muy pequeño dio muestras de una gran capacidad de observación. A los tres años conocía los nombres de todas las especies de pájaros que anidaban por allí, aunque lo cierto es que no eran muchas, no solo por la naturaleza desértica de aquellas tierras, sino por los ensayos nucleares que se realizaban no lejos de allí, que no favorecían su proliferación.

Cuando terminó de catalogar los pájaros, Kiril comenzó a fijarse en las personas. Aprendió a escribir en las escuelas itinerantes que llegaban a su aldea cada primavera y, con los cuadernos que le dejaron, aprovechó el pastoreo nómada de su comunidad, que se desplazaba por los vastos territorios siberianos y hacía intercambios comerciales con sus vecinos, para hacer un censo completo y detallado de los dispersos habitantes que pastoreaban por esas soledades.

Los padres, hermanos, tíos y abuelos de Kiril, estaban muy preocupados porque el chico, en lugar de mostrar sus habilidades de pastor, se dispersaba peligrosamente en otras aficiones ajenas a los intereses de la comunidad. El clan se reunió en consejo, alrededor de la hoguera encendida con los excrementos de sus cabras y decidió entregar a Kiril al Estado.

Kiril fue educado lejos de su comunidad, en las escuelas especiales que el gobierno soviético tenía en Moscú para los niños superdotados. Cuando cayó el muro de Berlín, era físico nuclear y colaboraba con los servicios de inteligencia, analizando la capacidad ofensiva de la OTAN. Evaluaba las informaciones que aportaban los agentes del KGB y emitía informes periódicos, resultado de sus análisis sobre el grado de riesgo en caso de conflicto.

Con la distensión de la amenaza nuclear que supuso el fin de la guerra fría y la descomposición de la URSS, Kiril fue despedido y vegetó durante unos años como profesor de ajedrez. Volvió a su aldea natal, pero la mayoría de su familia había muerto y el no fue capaz de adaptarse a una cultura que ya no era la suya.

Cuando estaba pensando en regresar a Moscú, conoció a Nadia, una rusa culta de San Petersburgo, dos veces divorciada, que había formado parte del Politburó en los tiempos de Breznev y que, como tantos otros, cuando los oligarcas rusos sustituyeron la dictadura del proletariado por la suya propia, quedó flotando en medio de la descomposición política del país, tan desorientada como la mayoría de los que habían vivido en el anciano régimen.

Decidieron volver juntos a Moscú, montaron una asociación de ajedrecistas, una taberna de vodka, en realidad, con el fin de conseguir unos mínimos ingresos que les permitieran pagar la calefacción para no morirse de frío en invierno, lo que consiguieron durante cuatro inviernos sucesivos.

En la primavera del quinto año de su modesta aventura en común, un correo oficial le hizo llegar a Kiril la orden directa de un ayudante de Putin, para que se presentara en el ministerio de defensa.
Kiril se ocupa en la actualidad, al servicio de la inteligencia rusa, de analizar la capacidad ofensiva de la OTAN, evaluar las informaciones que le llegan sobre su potencial atómico y emitir informes periódicos sobre el grado de riesgo en caso de conflicto.

La guerra fría ha vuelto.

Post scriptum. Observo, sorprendido, ahora en 2014, el aire premonitorio de esta entrada escrita hace casi siete años, si nos atenemos al espectáculo de las tropas rusas paseando por Crimea, a los movimientos de la flota rusa en el Mar Negro. Si, la guerra fría ha vuelto, aunque cuando escribí esta entrada no pensé que volviera tan pronto. 

Lohengrin. 23-10-07.

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