martes, 2 de octubre de 2007

SONATA

El público del Albert Hall, puesto en pie, aplaudió entusiasmado el final de su interpretación de Chopin, pero Franz no escuchaba los aplausos. Se inclinaba mecánicamente en un gesto de rutina profesional, mientras su cuerpo tiraba de él hacia los camerinos, con una urgencia nerviosa.

Cuando quedó solo, se miró en el espejo. Recordó los inicios de su carrera de concertista, cuando ganó el concurso Paloma O’Shea, después de un lento peregrinaje por los circuitos oscuros de los artistas desconocidos. Cientos y cientos de conciertos en colegios mayores, universidades, asociaciones, ateneos y muchos aplausos a destiempo, porque entonces le gustaban los repertorios menos trillados y la mayoría del público que asistía a esos conciertos no era gran conocedor, pero él, entonces, era un joven músico y su energía y entusiasmo no precisaban de grandes estímulos para manifestarse.

Unos años después consiguió acceder a los grandes circuitos. Al cumplir los treinta y tres, algo le sucedió. Después de un concierto en San Petersburgo, en el que su interpretación de Schumann alcanzó un elevado nivel de exaltación, al que habían precedido otros en Madrid, París y Londres, que le habían exigido un enorme gasto de energía coronada por el éxito, al hacer Chopin en Viena, su energía desapareció, hundida en un profundo pozo de agotamiento.

En el camerino del teatro, cuando se miraba en el espejo, como ahora, sin reconocerse, vio detrás suyo la figura de un hombre vestido de oscuro, con el rostro barbado y los cabellos largos, cuya presencia le sobresaltó, por inesperada.

--¿Quien es usted? ¿Cómo ha entrado?

--La puerta estaba abierta. No se incomode. Sigo sus conciertos desde hace años, pero no vengo a pedirle un autógrafo, sino a darle una opinión.

--¿Una opinión?, yo no he pedido ninguna opinión. Mire, no es el mejor momento, ¿porqué no me deja en paz?

--Como quiera, pero, antes, permita que le diga algo, solo será un momento.

--Está bien.....le doy dos minutos.

--Le vi en San Petersburgo y le he visto aquí, en Viena, y estoy seguro de que tiene usted un problema.

--¿Que problema?

--Se llama ciclotimia. Lo sospechaba hace tiempo, --ya le he dicho que le sigo desde sus inicios-- pero esa sospecha se ha confirmado al verle romper dos pianos, en plena exaltación, en San Petersburgo, aguantar diez minutos en el escenario los aplausos del público y hacer bromas con la gente, haciéndoles reír a carcajadas contando anécdotas sobre las veleidades amorosas de la compañera del compositor, mientras su rostro mostraba una alegría expansiva, y ahora en Viena, apenas quince días después, ha hecho usted una interpretación sensible, pero demasiado triste y melancólica, seguida de una conducta huidiza, desapareciendo de escena con una rapidez impropia de estos acontecimientos. En mi opinión, es un caso claro de conducta ciclotímica. Y me siento en la obligación de advertirle, para que pueda usted ordenar mejor su vida. Eso es todo.

--Y usted, ¿quien es?, si puede saberse, ¿Es usted médico, cirujano, neurólogo? ¿Con que autoridad científica da opiniones que no le han sido solicitadas?

--Soy ciclotímico, como usted, y siento piedad por el dolor de la gente. Mi única autoridad es haber conocido ese dolor, y mi única motivación, ayudarle a sobrellevarlo.

--Ahora me explicará lo que es la ciclotimia, claro.....

--Pensaba hacerlo, si....

--No se corte...ya que ha empezado...

--No quisiera entrar en detalles escabrosos, pero así como en la esquizofrenia coinciden dos o mas personas simultáneamente en el mismo sujeto, configurando una personalidad escindida de modo permanente, en la ciclotimia, también llamada bipolaridad y otros nombres mas desagradables, a veces hay dos personas que se manifiestan en el mismo sujeto, pero de manera sucesiva, una es la persona energética, exaltada, exageradamente alegre, de las horas altas, y otra es la triste, huidiza, callada y melancólica, que aparece en las etapas de depresión del ánimo.

--¿Como Jekill y Hide?

--Eso es comedia. Los cambios de personalidad están muy exagerados y los ciclos son cortos, el día y la noche. En la vida real, las distintas fases caracterizadas por estados de ánimo extremados, suelen durar meses, aunque también existen casos de ciclos muy cortos que duran horas. También existen períodos, a veces muy largos, en que esas alteraciones del ánimo se estabilizan.

--¿Según usted, en que lado del ciclo estoy yo ahora?

--Acaba usted de salir de un ciclo de exaltación. Me di cuenta de lo que iba a pasar en San Petersburgo, y lo he confirmado hoy. Si no hace algo para remediarlo, le veo en caída libre en un profundo pozo de melancolía. Por eso he venido a verle. No me gusta que la gente sufra. Ya se lo he dicho.

--Y, ¿Que me sugiere que haga?

--Otros artistas como usted, por ejemplo Batiato y Leonard Cohen, se retiraban temporalmente de la vida pública, aunque ignoro si por los mismos motivos. Arrastrar públicamente el dolor psíquico de la fase depresiva de la bipolaridad, debe causar mucho sufrimiento. Es distinto cuando eres una persona anónima, como yo, se lleva mejor. Aunque a ambos nos vendría bien un repliegue a segundo término, en estas circunstancias. Porque ese dolor es difícil de ocultar y termina por afectar a los demás, en su caso, al público, en el mío, a mis próximos. Es, ¿como lo diría?, un tanto contagioso para los que están cerca. No es una buena influencia.

--Me está diciendo que cancele mis contratos y me retire a un monasterio?.

--Usted verá. Yo solo trato de ayudarle a reconocer esa imagen suya en el espejo, que estaba mirando cuando he entrado en su camerino. Con eso, mi conciencia queda en paz.

Ahora, mientras Franz miraba su rostro entristecido en el espejo del camerino del Albert Hall, recordó la figura del hombre vestido de oscuro que desapareció de su vista, en Viena, después de aquellas últimas palabras. Se levantó, llamó a su agente por teléfono, le dijo que terminaría la gira, pero que no suscribiera mas compromisos para los próximos meses, y que lo organizara todo porque quería pasar una temporada en Katmandú antes de concluido el otoño.

El padre de Franz fue director de orquesta y compositor. Todavía se oye un pasodoble suyo en las fiestas de la vendimia de los pueblos de La Manchuela. Los derechos de autor, --no siempre suyos-- le permitieron dar una educación musical a sus tres hijos varones. Franz, el mayor, era un tipo alto y desgarbado, con ojos azules y saltones, que recordaba a Donald Sutherland. Ahora toca el piano en los hoteles de Mallorca. Como estamos en otoño, seguramente estará pasando una temporada en algún monasterio tibetano, hasta que escampe la tormenta depresiva. Su hermano pequeño, James, es famoso en el ambiente inmobiliario y musical de Benidorm. El del medio, que compartió conmigo las batallas callejeras de la infancia, dejó la música y se hizo empleado bancario.

Los tres, en sus largos años de aprendizaje musical, vivían en el piso de arriba del que yo y mi familia ocupábamos. Gracias a los derechos de autor de su padre, a su talento, y a la tolerancia de sus vecinos de abajo, que siempre resistieron, en los largos años de sus ejercicios de aprendizaje, la tentación de tirar el piano por el balcón, todos culminaron su formación musical, cada uno con diversa fortuna.

Lohengrin. 2-10-07.

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