El cromatismo que he visto colgado en las paredes de los museos de arte moderno y el uso de las gamas de colores crepusculares por los mejores pintores impresionistas y simbolistas, --Muñóz Degrain , cuya obra estuvo colgada mucho tiempo en el San Pío V, en Heliópolis es, en mi opinión, uno de los mejores, aunque solo ha tenido un reconocimiento discreto-- quedan muy lejos de ofrecer las sensaciones que muestran, en ocasiones, los efectos de la luz solar al declinar la tarde. Intuía que la naturaleza supera en salvajismo y belleza las acciones humanas. Hoy lo he sentido con mas claridad.
Tengo mis limitaciones para describir con rigor el proceso de cambios cromáticos producidos por la luz solar al interactuar con los caprichos de las formaciones nubosas. Ese proceso se ha prolongado hoy durante treinta minutos. La vida urbana no suele permitir el sosiego necesario para dedicar media hora a la contemplación exhaustiva de un hecho cotidiano de la vida natural, ni es el escenario mas adecuado. Aquí, en la casa del monte, rige ese privilegio. Solo hay que salir al porche, sentarse y esperar.
Todo ha empezado con el brillo cegador del disco solar, situado frente a mis ojos, sobre las colinas, pero el asombroso espectáculo ha seguido después, cuando ya no era visible y su luz, rebotada contra las nubes, ha dibujado un lienzo cambiante, un espacio visual entre la línea compacta de nubes y las suaves curvas de las colinas.
Al principio, en la parte inferior de ese lienzo, el pincel solar ha dibujado unos regueros escarlata entre el pardo de las nubes, que evocaban un paisaje volcánico, con ríos de lava discurriendo en paralelo sobre el fondo oscuro. Por encima de ese segmento del plano del horizonte, masas violetas y malvas ocupaban el centro de la imagen. En los extremos sur y norte, las nubes hacían y deshacían una trama cambiante, creando agujeros cromáticos por donde se colaba una variada gama de azules y verdes, y dibujando caprichosas figuras con luces y sombras. Ese conjunto de imágenes complejas se movía con una variedad continua.
Al final, ese lienzo continuo y cambiante, ha quedado relativamente fijado en una asombrosa combinación de rojo escarlata, en el tercio inferior, seguido de un segmento de naranja fuerte, ocres en el extremo sur, y una variadísima combinación de grises, desde el mas claro, al casi negro, en el segmento superior. Ese mundo de grises, mientras los escarlata, naranja y ocre, permanecían relativamente fijos, ofrecía una gran actividad paisajística. A veces evocaba un bosque nocturno, al pie de colinas nevadas. En otro lugar del plano, ofrecía formas que parecían trazas de edificios urbanos. Se desgarraba, sugiriendo en sus huecos formas de objetos reconocibles. En fin, una demostración cromática, prolongada, cambiante y posible de percibir con los sentidos, pero difícil de trasladar con el lenguaje. Treinta minutos de un grandioso y poco frecuente espectáculo natural. Todos los días se pone el sol, pero, si miras bien, nunca se ve del mismo modo.
Una experiencia así, está al alcance de cualquiera. Solo hay que salir al porche de una casa en el campo, orientada a poniente, y sentarse a esperar. No voy a decir donde está la mía. El aforo es limitado, ya saben.
Lohengirn. 8-10-07.
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