viernes, 26 de octubre de 2007

RESIGNACIÓN

Espero que no se hayan tomado al pie de la letra mis comentarios favorables al Manual de la felicidad de las cosas pequeñas, de entradas anteriores, porque hoy voy a ensayar el punto de vista contrario, por aquello de alcanzar la síntesis, oponiendo tesis y antítesis.

Tengo la sensación de que muchos de los que escriben esos best seller con recetas para alcanzar la felicidad, son unos jetas que envuelven el viejo remedio de catecismo de la resignación cristiana en el celofán de las modernas jergas de la sicología y la mística, y mientras recomiendan a los millones de primos que caen en sus redes que aprendan el arte de satisfacer su anhelo de felicidad con las cosas nimias y menudas, ellos frecuentan los burdeles de lujo, los hoteles exclusivos, los viajes exóticos, disfrutan del último modelo de deportivo, viven en mansiones señoriales, se hacen preparar menús y aperitivos donde el caviar de Belluga y el champagne Krug son ingredientes cotidianos y, en fin, llevan una vida de príncipes a costa de la buena fe de sus lectores necesitados de consuelo existencial.

La resignación, palabra que nunca figura de modo explícito en esos libros, está en el fondo de todo el aparato conceptual que exhiben. Resignación es conformidad, sumisión, entrega de la voluntad, condescendencia, paciencia.

Entregarse a la felicidad de las cosas pequeñas puede implicar, al mismo tiempo, renunciar a intentar alcanzar las grandes, cercenar el impulso humano de crecimiento y progreso personal, de intentar cosas que parece que nos exceden, o para las que los demás creen que no estamos preparados.

Ese impulso de grandeza personal está en el origen de las gestas de la humanidad. No navegaríamos bajo el océano, o por el espacio, sin la conciencia visionaria de muchos hombres que sintieron el impulso de traspasar las fronteras de lo posible.

Nada de resignación, ni de sumisión. La rebeldía, la protesta, la ambición de crecimiento personal, no necesariamente ligada a lo material, la negación de todo conformismo, la conciencia de la voluntad como algo personal, innegociable, que no se entrega a nadie, y la impaciencia, son fuentes de progreso personal y humano que se pueden y se deben oponer a la tramposa filosofía de la resignación que subyace en los manuales de la felicidad de las cosas pequeñas.

No estoy hablando de fijarse unas metas inalcanzables que nos lleven a la frustración. Lo grande y lo pequeño son conceptos relativos que cada uno debe reducir a su propia dimensión personal. Hablo de que la relación entre la capacidad de vuelo de cada uno y la altura que elija para su vuelo alcancen la mayor congruencia. Que uno vuele hasta la altura que puede alcanzar, un poco mas, incluso, pero ni un metro menos.

Lo que nos dicen algunos de esos autores, en cambio, es que nos quedemos a ras del suelo, porque volar es peligroso, y que aprendamos a valorar las migajas que encontramos por el suelo, porque conformarse y resignarse es una forma de felicidad.

Es cierto que la ausencia de deseos, como enseñan algunos místicos orientales, es un seguro contra la frustración, es decir, el sufrimiento. Pero no es menos cierto que la mayoría de las culturas orientales que han adoptado esa filosofía fatalista, llevan unos cuantos siglos de retraso con respecto a los demás, lo que no es contradictorio con el hecho de que determinadas personas encuentren la serenidad en ese modo de vida, que mas que de resignación impuesta , es de renuncia voluntaria.

Revisemos los Manuales de la felicidad de las cosas pequeñas, y aspiremos a las grandes, cada uno según su capacidad, aunque la felicidad no es excluyente. Aspirar a las grandes cosas, no excluye disfrutar de las pequeñas.

He aquí la síntesis.

Lohengrin. 26-10-07.

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